La creación de máquinas inteligentes es un hecho que, a muy corto plazo, puede traer diferentes consecuencias.Y algunas de ellas rozando el peligro, poniendo en riesgo la supervivencia de la especie humana. Se trata de la Inteligencia Artificial, una dinámica tecnológica y científica de la que el mismo Stephen Hawking ya ha alertado al mundo.

Así describe la situación Nick Bostrom, director del Instituto para el Futuro de la Humanidad y autor del libro Superinteligencia: Caminos, Peligros, Estrategias: “en el momento en que sepamos cómo hacer máquinas inteligentes, las haremos y, para entonces, debemos saber cómo controlarlas. Si tienes un agente artificial con objetivos distintos de los tuyos, cuando se vuelve lo suficientemente inteligente es capaz de anticipar tus acciones y de hacer planes teniendo en cuenta los tuyos, lo cual podría incluir esconder sus propias capacidades de modo estratégico”.

Para este experto, la amenaza más serie impuesta por este tipo de inteligencia no humana -que no de ficción- se define con los drones, tan en boga en la actualidad, y con las armas letales autónomas. A su vez, la biotecnología también plantea nuevos retos en el horizonte de la evolución del hombre. “La biotecnología está avanzando rápidamente, de modo que va a permitir manipular la vida, modificar microbios con gran precisión y poder. Eso abre el paso a capacidades muy destructivas”, asegura el científico. Y es que con poco, es decir, manipulando elementos en muchas ocasiones de tamaños y volúmenes mínimos, que no podemos ni imaginar, se puede hacer mucho daño.

Lo cierto es que el supuesto de que una máquina supere al ser humano cada vez toma más fuerza. ¿Qué ocurriría si las inteligencias creadas por el hombre se confabulan entre sí y desean tomar el control del planeta o, lo que sería definitivamente más grave, se marcan como objetivo la extinción de nuestra especie? No se trata de un miedo nuevo, ni mucho menos, ya que recuerda muchos de los guiones cinematográficos de más éxito de todos los tiempos; sin embargo, pone sobre la mesa un temor potencial que puede hacerse realidad, según señalan los entendidos, a finales de este siglo. Consiste, por tanto, en un inminente peligro al que hay que prestar especial atención. Como señala The Economist, “las implicaciones de la introducción de una segunda especie inteligente en la Tierra merecen que alguien piense en ellas”.

No obstante, y a pesar del desafío que implica, la Inteligencia Artificial también tiene su lado positivo puesto que puede generar economías con indudables cotas de riqueza y descubrimientos tecnológicos que sobrepasen el mejor de nuestros sueños. Aunque no se debe olvidar su función en el área laboral, donde se abrirían numerosos interrogantes: ¿qué perspectivas de futuro albergaría el ser humano ante unos robots que producen sin descanso, que no duermen y que, para más inri, no necesitan vacaciones? Es decir, sin duda alguna, nos sustituirían en nuestro puesto de trabajo y ante esto, ¿reclamamos una renta básica al Estado? La cuestión se vuelve ciertamente complicada.

Con todo, Bostrom advierte al respecto que “con nuestros conocimientos actuales, creo que el resultado final ante la Inteligencia Artificial puede ser muy bueno o muy malo. Aunque tal vez podríamos desplazar la probabilidad hacia un buen final si trabajamos duramente en ello”. Es más, el científico añade que para mantener un cierto control del problema al que deberemos enfrentarnos -ya sea más pronto o más tarde-, “tendremos que mantener y cultivar buenas relaciones con la industria y los desarrolladores de Inteligencia Artificial”.

Del mismo modo, el experto también pone de manifiesto que existen muchos factores en el mundo actual que no van bien, ya sea el hambre que asola muchas zonas del planeta, la decrepitud que acompaña el envejecimiento, y todo tipo de injusticias y desigualdades que caracterizan el panorama global diario. Pero Bostrom asegura que todo lo expuesto es evitable; como explica en sus propios términos, “creo que hay una gran distancia entre nuestra habilidad para hacer progresar rápidamente nuestras capacidades tecnológicas y nuestra sabiduría, que va mucho más despacio. Necesitamos un cierto nivel de colaboración entre ambas disciplinas justo en el momento en que alcancemos determinados hitos tecnológicos, con el objetivo de poder sobrevivir a esas transiciones”.

Esperemos que, con una cierta dosis de tiempo y paciencia, logremos alcanzar la simbiosis que Bostrom aconseja y que el conocimiento y ética del que a día de hoy podemos hacer gala llegue a sus últimas consecuencias para que ningún tipo de inteligencia pueda verse amenazada...