Me llamo Susana Josefina Chirinos Medrano, aunque desde hace algunos años soy simplemente Suri. Ese nombre largo y solemne me lo dieron mis padres un Día de Muertos del 75, en Barcelona, Venezuela. Crecer en una ciudad con playa me enseñó a amar el mar desde siempre, a entender la cadencia del Caribe y a heredar el desparpajo de los pueblos con puerto. Cuando tenía apenas año y medio, mi familia decidió mudarse a Caracas. No tuve voz ni voto, pero esa ciudad me dio mis títulos académicos. Allí estudié Letras, mención Filología Latinoamericana, en la Universidad Católica Andrés Bello. Y, más tarde, Comunicación Social, mención Periodismo, en la Universidad Central de Venezuela.
Hacer revistas ha sido mi gran amor profesional y empezó pronto. El camino comenzó con la revista En Boga, gracias a una de mis estudiantes que me pidió que la ayudara en su proyecto. Luego continuó en México con Nupcias. Desde entonces, mi vida estuvo siempre entre páginas, pliegos, textos y entrevistas. Mis pies inquietos —y el amor— me llevaron lejos, de Caracas a Ciudad de México, luego a Madrid, y de vuelta a mi México lindo y querido. Ese país me regaló dos hijos maravillosos, el amor de mi vida y una aventura profesional única: dirigir y crear una revista especializada en sustentabilidad.
Pero empecé escribiendo sobre plásticos. Sí, el plástico, un tema tan complejo como apasionante. Sumergirme en él me enseñó que hablar de cuidar el planeta es también hablar de innovación, diseño, arte, tecnología y consumo. Durante más de dos décadas he escrito, entrevistado, investigado y editado. Pasé por tarjetas nupciales, tendencias de moda, maternidad, sexología, salud, tecnología y, finalmente, sustentabilidad. Hacer revistas me convirtió en mucho más que periodista: planeo secciones, detecto tendencias, incluyo celebraciones, construyo redes (virtuales y físicas) y doy vida a las historias a través de entrevistas.
También fui profesora universitaria en varias casas de estudio de mi país, trabajé en agencias de marketing en México y recorrí ferias internacionales de plástico y sustentabilidad para comprender hacia dónde se mueve la industria y la innovación sostenible. Hoy, desde Argentina, sumo nuevas herramientas. Trabajo como correctora y proofreader para desarrollos de inteligencia artificial y sigo aprendiendo. Pero, sobre todo, sigo escribiendo, contando historias, conversando con personas y transformando todo eso en textos, incluso algunos literarios.
Ser nómada no es lo mismo que ser migrante. No me fui, me moví. Cada ciudad, cada país, cada proyecto me obligó a reinventarme y a aprender a ver el mundo desde ángulos distintos. Vivir en distintos lugares me enseñó que no hay una única forma correcta de habitar el planeta: lo que para unos es rutina, para otros es rareza; lo que en un país es desperdicio, en otro es recurso; lo que se celebra en un continente, en otro se cuestiona. Ese constante cambio de escenarios me dio una mirada más amplia y, sobre todo, una enorme adaptabilidad.
Aprendí a ser ligera, a entender que el arraigo no siempre está en un lugar, sino en las personas, en las historias, en la curiosidad que me impulsa a seguir descubriendo. Asimismo, me enseñó algo más profundo: que no importa dónde esté, mi brújula siempre es la palabra. Escribir es mi manera de anclarme, de entender el mundo y de tejer puentes entre disciplinas, culturas y generaciones. Las páginas que he creado y editado me recuerdan que, al final, todo lo que hacemos son relatos. Relatos sobre lo que somos, sobre lo que soñamos, sobre lo que queremos preservar.
En esta nueva etapa, tengo una vitrina distinta. Ahora quiero hablar de sustentabilidad, pero no desde la mirada reducida del reciclaje o el desperdicio, sino desde cómo atraviesa la cultura, el arte, la política, la gastronomía, la tecnología… y nuestras propias formas de habitar el mundo. Me interesa contar la sustentabilidad como un relato vivo, un hilo invisible que nos conecta con quienes fuimos, con lo que somos y con lo que podríamos llegar a ser.
Hacer revistas definitivamente me enseñó a no quedarme en la superficie, a buscar las historias que respiran detrás de los datos y a encontrar belleza en lo inesperado. Porque pensar en lo sustentable es también repensarnos. Es cuestionar lo que damos por sentado, mirar nuestros hábitos desde fuera, reconocer que cada decisión —por pequeña que parezca— está vinculada a otras vidas, otros territorios, otros futuros. Es preguntarnos si la comodidad que hoy disfrutamos no está hipotecando el mañana y, sobre todo, imaginar nuevas maneras de habitar el mundo sin agotarlo.
Hoy escribo con la certeza de que la narrativa puede ser una herramienta de cambio. No solo contamos historias: las historias también nos cuentan a nosotros. Y en esa construcción colectiva encuentro sentido, pertenencia y propósito.
