La mordacidad contiene un poder atrayente al introducirse en las percepciones artísticas que atañen al ser humano. Cuando el ingenio transgresor se expande, proponiendo dislocar la secuencia del orden establecido o digerido por las mayorías, y filtrar el escenario en ocasiones prohibido por un efecto contextual o refutado por la gravedad de las élites, es ahí que surge la disonancia que suscita al discernimiento, el carácter natural que lleva al ojo a develar lo que a veces apenas se murmura.

El patrón subversivo que se identifica con la ironía en el arte presenta un esquema cambiante, conforme las capas históricas que se conocen en las creaciones occidentales, pero destaca hoy el desborde de este recurso, el cual se registra en muchas aristas del arte contemporáneo, y en gran parte sigue reproduciendo el eco de las intenciones dadaístas, surgidas en circunstancias específicas, sobre la lógica inflexiva que en aquel entonces instauró a su vez las bases para el trascendental giro del arte en occidente y su repercusión como influencia global.

Sin embargo, se aprecia la manifestación del anclaje irónico desde piezas clásicas: ya la literatura medieval registra en El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, aspectos que relatan la perversidad contenida en ciertos personajes del clérigo. Destaca en 1509 el Elogio de la Locura de Erasmo Rotterdam, un ensayo que se distancia de la feligresía para alumbrar, de forma inteligente, los reveses que se sostienen al alabar con grandilocuencia la necedad de los poderosos. Así mismo, dentro del gran movimiento denominado humanista, se encuentra desde España El Lazarillo de Tormes, cuyo autor anónimo, a través de sus personajes, refleja la hipocresía social y apunta a la miseria que lleva al protagonista a verse obligado a robar pan a “un hombre de Dios”, quién lo resguarda a doble candado, dejando así entrever la crudeza y el egoísmo que caracterizaba a muchos de aquellos frailes “abnegados”.

Por su parte, la plástica traería este tipo de enunciado visual a través de numerosos autores. Merisi da Caravaggio sería uno de los más vehementes, trayendo a lo terrenal muchos caracteres del espectro sacro. Las pinturas del milanés también exponen a figuras de la mitología griega, como es el caso del dios Baco, el cual aparecería llamando a los placeres “deshonestos” en lugar de ser idealizado. En su obra La Muerte de la Virgen tomaría a una prostituta como modelo para representar a la protagonista; así también, en Madonna de los palafreneros, donde la Santa Ana, madre de María, con su cabeza inclinada, es rodeada de oscuridad, y el niño Jesús, quien ejerce la acción de pisotear la cabeza de una serpiente, es presentado en total desnudez, destacando su miembro viril, causando controversia en la contemplación del Vaticano.

Sería muy conocida la pintura Las Meninas, donde Diego Velázquez propone nuevas locaciones para los personajes que coexisten dentro del cuadro, disminuyendo el poder del rey, quien se presenta de fondo, en un plano poco común.

La sugerencia que hace El Bosco en El Jardín de las Delicias con el esmero de sus detalles y finos acabados genera una atracción visual, llevando al espectador a sentir más amplio el efecto del deseo que la propia condena, la cual supone la intención inicial de la obra. Resalta en el trabajo de Pieter Bruegel La Parábola de los Ciegos, que lleva hacia el reflejo de una sociedad sumida en ignorancia y disociada del verdadero andamiaje de su realidad opresora.

image host "El jardín de las delicias", óleo sobre madera, Hieronymus Bosch, 1490-1500.

La expresión irónica tendría afluencia en todas las épocas sucesivas, pero dicha índole alcanzaría una fase más sustancial en el movimiento dadaísta, engendrado en Suiza en 1916, donde la burla y la subversión ante la misma institucionalidad del arte y la burguesía rompería con toda concepción precedente, llegando a coronarse en el centro de este capítulo: la Fountain de Marcel Duchamp, la cual ha removido, hasta hoy en día, los patrones de apreciación, polémicas y cuestionamientos filosóficos sobre la denominación y entendimiento del arte.

La inflexión Dada encontraría un fuerte eco en la algarabía artística que aparece después de la Segunda Guerra Mundial. Sería este Neo-Dada el que empieza a moverse desde los años 50, propiciando a su vez la llegada del Arte Conceptual, el Pop Art, Performances, Fluxus y un abanico de arte experimental, retomando el eje de libertad radical y los caprichos que puedan resquebrajar un orden establecido.

Ante esta incitación, la ironía y lo absurdo se confabularon para darle rienda suelta a las acciones que una vez en Suiza se gestaron como contraparte del arte clásico y burgués, considerándolo para entonces como un “Estado Fallido”, el cual debía sucumbir. Pero al extrapolar esta circunstancia a la contemporaneidad, se refleja el exceso de este recurso, pues una vez dislocado de su punto de partida, se convierte en la validación repetitiva de todo gesto, aunque este sea anacrónico al contexto que generó su sentido y su razón de ser.

image host "Desorden vertical típico como representación del Baargeld dadaísta", collage, Johannes Theodor Baargeld, 1920.

Duchamp propondría por vez primera en 1919 el Air de París, una acción que consistía en “atrapar el aire de París” dentro de una ampolla o botella de vidrio y obsequiar dicho aire a un amigo. Si bien, para muchos, pensar en esta idea como arte generó repudio, para otros remarcó impresión, dada la novedad del acto y la ironía que se dibujaba tras la metáfora que entregaba un valor relativo al aire, como un preciado regalo.

Veremos en ulterior, en 1960, a Piero Manzoni, mayormente conocido por su obra Merda d' artista, quien también consigue vender en cuantioso precio el Aliento de artista, insuflando con su propio aliento vital una diversidad de globos de colores, los cuales contaban, además, con su firma.

Después de un siglo del movimiento Dadá en Europa, la ironía se sigue imponiendo como un nuevo hallazgo ilimitado y libre, donde en 2020 Salvatore Garau logra una preciada venta de su escultura invisible Yo Soy, literalmente impalpable; la fundación Andy Warhol vende en 93 mil dólares un lienzo pintado con la orina del artista; Mauricio Cattelan sujeta el banano a la pared por 150 mil dólares; en 2018 se subasta la obra sin título realizada por Michael Basquiat en 1982, consistente en un rostro de plana ejecución infantil, y se coloca en 110.5 millones de dólares; los lienzos perforados a cuchilladas, herencia de Lucho Fontana, alcanzan los 10 millones… y así, un grueso registro de autores.

Si bien el arte contemporáneo ha sido capaz de erigir un nuevo lenguaje o sistema ideológico que integra una interacción entre las ideas e innumerables recursos, basándose en la inteligencia para estimular un orden visual y sensorial que sustrae los contextos adyacentes a las obras o las acciones, valdrá preguntarnos si esta ramificación o filtro repetitivo que parte de la influencia irónica y subversiva en la actualidad define aún un campo de talento, o si se convierte en la validación de cualquier gesto favorable al mercado, pero cargado de componentes vacíos.