Las aventuras de Tintín son mucho más que relatos vibrantes; son una inmersión fascinante en la estética del siglo XX. Georges Prosper Remi, más conocido como Hergé, fue un observador perspicaz con un ojo único para el diseño, aunque esta es una faceta poco conocida de él, fue un maestro del diseño gráfico y la tipografía.

Sus primeros trabajos, incluyendo carteles publicitarios, bebían directamente de las corrientes visuales de su tiempo. La "línea clara" de Hergé, su estilo distintivo con claridad, precisión, simplificación de formas y contornos definidos, compartía los principios fundamentales del Art Déco, que era el estilo imperante en la cultura popular, la publicidad y el diseño industrial de la época. Hergé, influenciado por figuras como Jean Carlu y Cassandre, maestros del Art Déco en el diseño de carteles, aplicó esa maestría en la estilización y la composición geométrica para construir cada viñeta, vehículo y edificio del universo tintiniano, confiriéndoles un toque distintivo y moderno.

Hergé no solo narró historias, sino que fue un genio que también capturó y, en cierto modo, inmortalizó el espíritu de una época. Su profunda conexión con esta estética de los años 20, y especialmente su fascinación por el automóvil, son el centro de esta crónica. Los vehículos en el mundo de Tintín trascienden su función de simple transporte; son un reflejo palpable del progreso y del diseño de su tiempo, elementos esenciales que el propio Hergé, como gran aficionado al motor, elevó a la categoría de verdaderos personajes.

El automóvil, protagonista del universo tintiniano

La exposición "En coche con Tintin", en el “Musée National de l’Automobile – Collection Schlumpf” de Mulhouse, subraya esta profunda interconexión entre la obra de Hergé y el mundo del automóvil. La muestra revela como el autor, con un genuino interés por los automóviles concibió en sus dibujos vehículos que no solo impulsaban la acción, sino que aportaban dinamismo, estilo y a menudo un toque de humor a sus relatos.

Desde las primeras viñetas de "Tintín en el país de los Sóviets" (1930), donde el joven reportero se pone al volante de un coche clásico, el Amilcar CGS, se establece la importancia del motor en sus peripecias.

Aunque las representaciones iniciales eran más esquemáticas, Hergé pronto inició una intensa búsqueda de realismo y precisión. Su meticulosidad le llevó a consultar catálogos, publicidades y fotografías de la época para reproducir cada detalle con fidelidad. Esta dedicación, apoyada por su equipo de dibujantes, en los “Studios Hergé”, a partir de 1950, instauró un método de trabajo que buscaba la perfección gráfica, como con Bob De Moor documentando el Triumph Herald Convertible para "La Isla Negra", transformando sus viñetas en un verdadero compendio visual del avance automotriz.

No en vano, vehículos emblemáticos como el Ford T en la portada de "Tintín en el Congo" (1931) o el Jeep en "El país del oro negro" (1950) y "Objetivo la Luna" (1953) adquirieron un estatus icónico, casi como un personaje más, destacando su relevancia en la narrativa.
La pasión personal de Hergé por los coches era evidente. Él mismo fue propietario y admirador de vehículos como un Opel Olympia descapotable, un Imperia Mésange, un Lancia Aprilia o un Porsche 356. Algunos de sus propios coches se colaron discretamente en sus viñetas, como el Opel Olympia en "El cetro de Ottokar", un modelo que Hergé había comprado en 1938 y que incluso escondió durante la guerra para que no se lo requisaran. El Lancia Aprilia de "El país del oro negro" es otro ejemplo; Hergé lo poseía con volante a la derecha y lo calificaba de "excelente y ultramoderno”.

Esta fusión entre su vida y su obra subraya su inmersión en el mundo automotriz de la época, revelando un ojo crítico y estético muy particular por las líneas y las carrocerías, especialmente las de marcas italianas.

La exposición en Mulhouse, con sus impresionantes imágenes y la yuxtaposición de modelos a escala, permite apreciar esta evolución del detalle en la obra de Hergé. Se pueden apreciar el icónico Citroën 2CV de los Hernández y Fernández de "El asunto Tornasol", el histórico Ford T de "Tintín en el Congo", el elegante Bugatti Type 35 de Bobby Smiles en "Tintín en América", un arquetipo del lujo y la velocidad Art Déco, e incluso pintado de rojo en lugar del habitual azul de competición resulta fascinante, el suntuoso Lincoln Torpedo Grand Sport de "Los cigarros del faraón" (1934) con sus curvas aerodinámicas, o el entrañable Citroën 5CV Trèfle de "El país del oro negro".

De hecho, este último modelo, con su aire vintage, inspiró una de las escenas más cómicas de "El país del oro negro", donde los bigotudos policías, Hernández y Fernández, disfrutan de un paseo al aire libre, justo antes de un inesperado y explosivo contratiempo. Es un guiño divertido de cómo Hergé siempre supo darle un toque de humor y dinamismo a sus viñetas, incluso a través de sus vehículos. Un sublime ejemplo de su riguroso realismo se ve también en la placa trasera del taxi Simca Aronde en "El asunto Tornasol", que Hergé ilustró con el blasón cantonal de Ginebra y la matrícula exacta.

Esta flota de joyas automovilísticas nos sumerge en una era donde la conducción era una actividad casi deportiva, llena de riesgos y de una belleza singular, con bólidos como el ágil Amilcar CGS de "Tintín en el país de los Sóviets" que nos remite a los albores de las carreras de automóviles. Muchos de estos vehículos, con sus formas aerodinámicas, curvas suaves y cromados, son ejemplos claros del Streamline Moderne, una vertiente del Art Déco que evocaba la velocidad y la modernidad.

Arquitectura y diseño cotidiano

La meticulosidad de Hergé, propia de un cronista visual del siglo XX, se extendió más allá de los vehículos, impregnando el diseño de cada elemento en sus viñetas. El Art Déco, aunque no siempre nombrado explícitamente, permeaba el entorno.

Shanghái, en "El Loto Azul" (1936), es un testimonio asombroso de esta dedicación. La recreación de sus edificios y calles no es una fantasía, sino un fiel reflejo de la arquitectura de las concesiones internacionales, con sus líneas limpias y su bullicio cosmopolita. Esta precisión fue gracias a la amistad de Hergé con el estudiante chino Tchang Tchong-jen.

Desde los años treinta, Hergé forjó una vasta "base de datos" personal con recortes y fotografías, potenciando una obsesión por la documentación que se intensificó tras su encuentro con Tchang. Gracias al artista de origen chino superó los estereotipos iniciales de su obra, logrando una representación auténtica y respetuosa a otras culturas que transformaron su perspectiva. Los escenarios de Shanghái, desde la bulliciosa Nanjing Road hasta la imponente Prisión de Ward Road o los puertos del río Huangpu, no son meros espacios, sino elementos que amplifican el realismo y el carácter cosmopolita y a menudo peligroso de la ciudad. La arquitectura plasmada, con sus volúmenes sencillos y verticalidad, reflejaba la estética moderna predominante en las metrópolis de los años 30, muy en línea con el espíritu del Streamline Moderne o el Art Déco tardío.

Esta fascinación por la arquitectura moderna ya se había inaugurado en "Tintín en América" (1932). El viaje al Nuevo Mundo sumerge al lector en otra grandiosa manifestación del estilo: los rascacielos de las ciudades estadounidenses cuando Tintín llega a América en el transatlántico. Hergé, con su ojo de lince para el realismo, se inspiró en fotografías para capturar la esencia de una Chicago vibrante, con edificios imponentes cuyas líneas geométricas audaces y su imponente verticalidad reflejaban la estética que transformaba el horizonte, coincidiendo con la construcción de iconos como el Chrysler Building o el Empire State Building.

Más allá de los grandes edificios y los coches, la modernidad de la época se colaba en los detalles más cotidianos del universo tintiniano. Pensemos en los teléfonos de baquelita, omnipresentes en esa era de modernización. Sus formas suaves, robustas y a menudo aerodinámicas los convierten en objetos icónicos del periodo, y los que aparecen en los cómics reflejan fielmente estos diseños funcionales. El famoso sillón rojo de Tintín, con sus líneas limpias y funcionales, aunque no sea Art Déco puro, se alinea con la simplificación de formas y la búsqueda del confort moderno que también buscaba el funcionalismo de la época.

De hecho, el universo de Hergé está salpicado de referencias a diseños icónicos de la modernidad. Desde la silla MR10 de Mies van der Rohe y Lilly Reich vista en un club de “El Loto Azul”, hasta la lámpara Kaiser Idell de Christian Dell que ilumina el barco en “El país del oro negro”. En un resort de Tintín en el Tíbet, se aprecian la FV12 Easy Chair de Jean Prouvé y lámparas modernistas al estilo de Pierre Guariche. Ya en aventuras posteriores, como “Tintín y los Pícaros”, el ojo de Hergé capta el mobiliario de diseño de los años 50 y 60, incluyendo la banca de Harry Bartola, la mesa Tulip de Eero Saarinen, el sofá Amanta de Mario Bellini o la Coronado Easy Chair de Afra y Tobia Scarpa, junto a televisores como el Continental Edison TV Modelo 1312 en Moulinsart. Esta inclusión de piezas de diseño, a menudo sin un protagonismo explícito, subraya cómo Hergé tejía la modernidad visual en el tapiz de sus historias.

Hasta la moda en las viñetas es un fiel reflejo del periodo, con los inconfundibles pantalones de golf o plus-fours de Tintín y los distintivos sombreros de hongo y trajes de corte holgado que vestían a la sociedad de los años 30.

En definitiva, la obra de Hergé es un testimonio asombroso de cómo, con su genio creativo y su infatigable curiosidad, logró fusionar la narrativa con el diseño. Es una vasta enciclopedia visual del siglo XX, donde la ficción y la realidad se entrelazan para dar vida a la modernidad, a menudo teñida de la elegancia y la funcionalidad propias del arte que marcó su época.

Las fotos tienen que llevar " © " , pertenecen a el departamento de prensa de la fundación de Tintin.

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