Primera exposición individual de Alejandro Campins en la planta baja de la Galería Pelaires.
Como ha señalado Rudolf Arnheim, dada la naturaleza de cómo procesamos la información visual-espacial, nuestras mentes organizan espontáneamente lo que vemos en relaciones jerárquicas de dependencia: algunas cosas se entienden como marcos, otras como enmarcadas dentro de esos marcos; algunas cosas son contenedores, otras están contenidas. Percibimos al mosquito unido al elefante, no al elefante unido al mosquito. Esta asignación involuntaria de estructuras jerárquicamente dependientes se extiende también a nuestra percepción de "espacios" no espaciales: espacio temporal, espacio psicológico, espacio intelectual, espacio familiar, espacio emocional, espacio energético, espacio espiritual. Algunas cosas son marcos, otras están enmarcadas dentro de esos marcos; algunas cosas son contenedores, otras están contenidas.
Las pinturas presentes en la exposición Ni mundo interior ni mundo exterior de Alejandro Campins en la Galería Pelaires, ofrecen una alternativa a este fenómeno. En términos compositivos, las obras expuestas siguen un formato básico de estructuras arquitectónicas aisladas y paisajes escarpados. Las estructuras se encuentran en diversos estados de ruina, deterioro y destrucción; los paisajes están despejados y bastante desolados. Podemos reconocer las estructuras como estupas, o estructuras religiosas y simbólicas budistas. Sabemos por los títulos de las obras, pertenecientes a la serie Tíbet, que el paisaje es el del Himalaya, concretamente la región geográfica conocida popularmente como el "Techo del Mundo", la meseta más alta y extensa del mundo.
En la particular metodología de Campins a la hora de la representación de estos elementos básicos es fundamental entender que no podemos decir, como lo haríamos habitualmente, que los objetos están en el paisaje; los objetos están con el paisaje, y el paisaje está con los objetos. No se aplican las nociones de marco y enmarcado, de contenedor y contenido; son iguales, comparten un único campo visual fusionado orgánicamente en el que la relación operativa es más conjuntiva que preposicional. Este efecto se logra no solo a través de los cambios de perspectiva y de la simplicidad de la composición, sino también a través del modo de ejecución, es decir, tanto la forma en que pinta Campins, como lo que pinta. Las superficies están compuestas siempre por numerosas capas, pero con mucha delicadeza; hay poca delineación evidente, predominando una ubicua fusión y mezcla; la gama de colores es apagada y sobria, cercada en tonos tierra y cielo.
En conjunto, la temática y el modo de ejecución de las pinturas de Ni mundo interior ni mundo exterior nos alertan de que Campins no solo representa objetos y espacios físicos, sino más bien, y en consonancia con el budismo tibetano, el espacio espiritual y energético. Y, sin embargo, estas imágenes no son ilustraciones del pensamiento budista, sino el intento de un artista de traducir y, en el proceso de traducción, de transmitir, ese pensamiento. Como resultado, la noción dependiente de marco y enmarcado, de contenedor y contenido, se subvierte no sólo respecto a lo representado, sino incluso a la propia pintura, el óleo, el pigmento y el lienzo, tanto como a las estupas, la tierra y cielo: todo es uno.
(Texto de George Stolz)