Más moderno que todos los modernos (…)
soy una fuerza del Pasado.

(Pier Paolo Pasolini)

Vivimos en un tiempo de desdichas,
y no por eso debemos dejar de sentir
que la vida es menos bella, aunque
la carga de muerte es muy pesada

(León Rozitchner)

En un patio con mil tonos de verde con vista a las montañas, un conjunto de tejedoras y tejedores trabaja los hilos que se convertirán en mantas, ponchos y bufandas. Selva Díaz, la matriarca, supervisa el trabajo realizado por los demás trabajadores, en su mayoría hombres. En un entorno familiar, los hijos y nietos de Selva se integran a la tarea, mientras que La Negrita, prima de Selva, se ríe de las bromas de los muchachos que han vuelto tarde de alguna fiesta. Todos se ocupan de sus labores cotidianas: tejer lanas de llama, oveja, alpaca y vicuña. En Londres, Catamarca, Gabriel Baggio completa un proceso de aprendizaje que comenzó mucho tiempo antes, cuando aún era niño y despertaba al encanto de los sonidos y a la reunión de los cuerpos. En alguna ocasión mencionó que en sus procesos de aprendizaje hay un archivo del saber-hacer que reside en el cuerpo. Las personas con las que trabaja se vuelven archivos de formas de cocinar, de tejer, de trabajar la madera y de construir una casa de adobe. Oficios de temporalidades largas que se suceden a través de varias generaciones en un ejercicio paciente de escucha e intercambio que puede llevar semanas, meses y años, Baggio llega a ese archivo y genera una cadena de recuperación y de transmisión de saberes.

Algunos meses antes de acceder al archivo de las tejedoras en su viaje a Catamarca, un hallazgo inesperado emergió de su archivo corporal. Un retorno del pasado tan intempestivo como involuntario. A través de un procedimiento alucinatorio emergió un recuerdo fundacional: el concierto que Mercedes Sosa brindó en febrero de 1982 en el teatro Ópera de la Ciudad de Buenos Aires, en lo que significó un breve intervalo en su exilio. Fueron diez noches en las que Sosa realizó trece conciertos. Baggio asistió al menos dos veces, una siendo un niño que extrañamente había obtenido el permiso de sus padres. La siguiente más de cuarenta años después, en el recuerdo de los cientos de claveles rojos que le dieron la bienvenida a la Cantora que había tenido que huir del país en 1978, luego de resistir años de amenazas de muerte y peor aún, la imposibilidad de realizar su oficio, el de cantar.

El último concierto de Mercedes había sido el 18 de octubre de 1978 en el Almacén San José, un espacio de reunión de estudiantes de la ciudad de La Plata frecuentado por músicos populares de distintas regiones del país. “Sería posible hacer la historia de la canción testimonial argentina de los sesenta y setenta”, afirma Sergio Pujol, a partir de los artistas que tocaron en el Almacén, al que define como “nuestro Balderrama” en referencia a la popular peña salteña inmortalizada por Manuel J. Castilla y el “Cuchi” Leguizamón. Aquella noche platense fue fatídica. Los acontecimientos represivos se desencadenaron cuando Mercedes interpretó dos canciones prohibidas por el dispositivo censor de la última dictadura militar: Cuando tenga la tierra y Canción con todos. Fue entonces cuando la policía irrumpió en el almacén para llevarla detenida junto a su hijo, a los músicos que la acompañaban, a los dueños del lugar y a las más de 250 personas que habían asistido al concierto. Fueron varios los colectivos y patrulleros necesarios para trasladar a las personas a la comisaría, acusadas de haber participado de un acto de difusión ideológica, un acto de transmisión que debía ser coartado.

(Otra vez es medianoche. Por Jesu Antuña. La Plata, octubre 18 de 1978)