Al acercarnos a la ruta histórica de los países centroamericanos se perciben preponderantes analogías de estos con las otras naciones del continente; sin embargo, en este pequeño istmo que se dibuja anclando los dos poderosos extremos del hemisferio, existen entre sí similitudes en tales pueblos, como: las dimensiones de sus territorios, la preexistencia de corrientes ancestrales provenientes del norte, las características de su biodiversidad, sus medios y sistemas de producción, la consecución del ejercicio político supeditado al gusto de las superpotencias; así como creencias religiosas y dogmas que se han adherido a la cultura prevaleciendo en la construcción del imaginario colectivo.

Atendemos aquí una parte o un fragmento de la performance del artista costarricense Javier Calvo quien, consciente de su entorno, habría de desenvolverse ante una problemática, para algunos quizás una divergencia que parte de una idea, donde se visualiza a Costa Rica como “el país blanco centroamericano”, marcando un relieve que nos conduce a cuestionarnos sobre las implicaciones que esto conlleva desde la perspectiva personal de Calvo, hasta el efecto colectivo que se manifiesta dentro y fuera de su “territorio”.

Pensar en el arte, para Calvo, supuso desde su etapa incipiente, encontrar una forma de incidencia social, un pasadizo donde poder alcanzar el nervio del pensamiento crítico, además de atender al cúmulo de sentimientos que se ocultan detrás de los rostros y desde allí coexisten construyendo un lenguaje común, muchas veces inmaterial. El aspecto heterogéneo para gestar sus trabajos tendría cabida dentro de las acciones contemporáneas, las cuales vendrían subsiguientes a sus estudios de grabado tradicional, grabado de metal y dibujo académico.

Al participar en una residencia coordinada por la artista y educadora nicaragüense Patricia Belli en “Espira La Espora”, viajaría Calvo a su vecino país en 2009, encontrándose por vez primera en Managua, en aquel espacio de convivencia creativa que ya atendía y trabajaba las ideas provenientes de artistas contemporáneos centroamericanos, muchos de los cuales han logrado consolidarse y mantenerse en la escena actual. Para Javier, aquel viaje lo llevaría de modo vivencial y sin premeditación a encontrarse de forma indirecta con un nuevo hallazgo en su reflexión artística.

Una vez que empezó a caminar por las calles de Nicaragua y a compartir andanzas con los otros residentes, sentía que su condición de tez blanca repercutía en cuanto a su persona en un trato diferente; nos cuenta el artista que: “la gente le trataba distinto, asumían que tenía plata por ser blanco…”. Se asociaba de esta manera en Managua, al igual que en otras ciudades del istmo, el rasgo de la blancura con el estatus social. Calvo, que no había experimentado antes la sensación que suscita este contraste, comenzaba a percibir además que la atención hacia él oscilaba entre un lugar privilegiado o una mirada de bullying.

Esta circunstancia daría pie a su primera foto performance en dicha confluencia, encontrando una temática que partía de su color, la cual se extendería en una serie que comprendería algunos de sus trabajos posteriores. Aquí, al igual que en la ejecución de un grafiti, el artista utilizó papel calcomanía sobre su cuerpo, desplegando una cinta a la altura de su pecho, en la cual se conformaba una frase con letras de corte. Usando el negativo quitó las letras y se acostó en la acera cubriéndose con trapos blancos y dejando al descubierto solamente el área del esténcil. Después de dos horas de dejar filtrar los rayos del sol sobre el escrito, quedarían las letras resaltadas por las quemaduras, en una especie de grabado orgánico sobre su torso, exponiendo así la frase que con la drástica pintada de sol decía: “quiero ser un buen centroamericano”.

Una segunda acción vendría unos días después en el mismo escenario. Se trataba de un tatuaje en el antebrazo izquierdo, una nueva frase hecha a lo largo de diez centímetros. La intención de esta marca con tinta blanca no pretendía ningún caligrafiado o cualidad estética. La artista y curadora brasileña Dora Longo Bahia era quien se encargaba de rayarle, declarando sobre su piel que “El blanco es relativo”. En apariencia, una explícita y breve oración que ante los ojos del espectador lucía –nos aclara Calvo– como algo impulsivo, un reclamo, una reflexión sometida a una resolución visceral…

“El blanco es relativo” nos traslada hacia algunas conjeturas; el artista aquí atiende a lo que él señala como un sistema de valores que se registra a partir del color, y de cómo dicho sistema se puede transgredir a sí mismo en dependencia de otras circunstancias; es decir: el blanco que se percibe en su condición de costarricense, adquiere un sentido en el espacio centroamericano, sin embargo al encontrarse en “otro territorio” se experimenta una variabilidad del comportamiento colectivo. La experiencia de Calvo al habitar un país como Suiza, le permitió ver que allá él “deja de ser blanco” y pasa a ser de manera homogénea un latinoamericano, cuyos valores históricos y culturales lo colocan en una posición diametralmente distinta, permitiendo entrever cómo se mueve la escala de la blancura en base a la interpretación de la realidad social.

Si bien, para entonces, Calvo se ocupaba de trabajar sobre la reflexión de aquella temática del color recurriendo a la foto performance en su estadía en Nicaragua, al retornar a su país alimentaría sus conocimientos encaminándose a la investigación, inquiriendo sobre las causas que se originan en la historia para denotar esa particularidad que atañe a la patria costarricense sobre la construcción de la raza. En base a sus estudios, nos relata el artista que sería en el establecimiento del Estado Nación donde se proyectó en su sociedad la premisa del ideal blanco, asociándolo a la prosperidad, al pacifismo y a la felicidad, lo cual podía asentarse en la representación de la “Suiza centroamericana”; dicho estigma se conjugaría con la religión, la cual ejercería una función de “blanqueamiento” como una herencia impuesta desde occidente hacia los nuevos feligreses.

Al presentar el artista en Costa Rica una exposición personal denominada Dis-Local en la sala del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) en 2013, había entre sus obras una que daba continuidad a aquella temática iniciada en 2009, un video performance titulado “Solo Yo”. En este se observa cómo los rayos de sol se filtrarían una vez más sobre su pecho permitiendo que las quemaduras rellenen el esténcil de una cartografía que definía la región centroamericana. En el video Calvo coloca su dedo índice presionando sobre su piel quemada y señalando su país; al levantar el dedo, dicho espacio se tornaría color blanco por unos segundos, un efecto logrado al ejercer presión, ya que se reduce brevemente el flujo sanguíneo en la zona. Esta gráfica en movimiento sería una de las piezas que alcanzaría más circulación dentro y fuera de sus fronteras bajo la temática que cuestiona el mito de la blancura.

Al observar el registro del artista, nos ubicamos en la X Bienal Centroamericana en Costa Rica “Todas las Vidas”, asistida por la curaduría de Tamara Díaz Bringas en 2016. Aquí expresaría Javier un juego doloroso entre el concepto de su apellido “Calvo” y su calvicie genética agregándole a su serie la obra “The New World”, en la cual también expone una lectura del aspecto biológico con lo cultural.

En tal acción la aguja del tatuaje caería sobre su cuero cabelludo, cubriendo su cráneo con múltiples agrupaciones de cuentas o un sistema numérico representado por series de reducidas líneas verticales unidas por una diagonal; a su vez, estas pequeñas agrupaciones seguirían el contorno de su cabeza a modo de círculos concéntricos. Aquí las interpretaciones parten de una dicotomía al relacionar la calvicie a la genealogía española y reconocer además que la introducción del apellido “Calvo” surgió a través de esclavos que llegaron al continente. La performance, que tuvo lugar en un antiguo edificio perteneciente en su momento a la trasnacional bananera “United Fruit Company” en la provincia caribeña de Limón, contaba también dado a su locación la metáfora de la tortura, la cual sometió al artista a cinco horas con su cabeza bajo la maquina rayadora. Es conocido que el dominio de la “Mamita Yunai” ocupó un lugar sustancial en la historia reciente de Costa Rica y Centroamérica, en cuanto marcó su poderosa influencia política en la región, el abuso o explotación laboral e implementación extensiva de pesticidas. En un tercer plano, este acto aludía al valor que los caribeños implementan sobre el peinado como un código o declaración histórica.

Valorando otra arista en las obras de Javier (cuya versatilidad comprende, además de la performance en forma de fotografía, video y acciones en vivo, también la escultura, instalación, intervenciones y grabados) llegamos a una de sus series en la que usa el barro como elemento primigenio. Abordamos así uno de sus más recientes trabajos de instalación, situado en el MADC en 2023-2024, en el campo expositivo de “Mesoamérica Tierra de Huellas” con el rasgo curatorial de Illimani de los Andes y Luis Fernando Quirós.

En el “Origen de las formas” utiliza bastidores, superponiendo en estos capas de lienzos forrados de arcilla con distintas profundidades. Al encolar las telas o las capas, la diferencia en los relieves permite que el barro se vaya secando de forma desigual en base a la densidad de cada revestimiento, logrando así –expresa Calvo- una pintura viviente, hecha de barro. A medida que se procesa el secado de la tierra, también se van presentando trazos prediseñados que nos recuerdan el abstraccionismo geométrico. Dichas formas devienen del lenguaje visual utilizado por los pueblos originarios, además de ser expresiones figurativas presentes en la naturaleza, como el círculo.

Al conjugarse los conceptos de lienzo y bastidores con la arcilla y las formas naturales se percibe desde otra perspectiva la metamorfosis de dos culturas; aquí es el barro quien conquista al lienzo, como un trastocado sincretismo que cuestiona el verdadero origen de las formas en las expresiones humanas: una noción que algunos intelectuales adjudican a occidente, relacionándolas al esquema del “arte”, el cual se concibe para estos pensadores solo dentro de las categorías que introdujo la cosmogonía europea.

La búsqueda de Javier Calvo, manifestada en diversos formatos y temáticas a lo largo de su carrera, le ha permitido compartir salas y escenarios con diversos artistas en otros espacios. Asimismo, su acción creativa lo llevaría personalmente a países como Colombia, Bolivia, Guatemala, Cuba, México, Panamá, Nicaragua, Paraguay, El Salvador, Suiza, Italia, Alemania, Francia y Estados Unidos; además, su trabajo tendría alcance en otras naciones de forma no presencial. Así habríamos de alcanzar dentro de su profusa búsqueda, la lente que trae su performance y nos hace cuestionar un instante el valor de la realidad más allá del voluble espectro de la raza.