La película Oppenheimer ha sido un éxito mundial. Pero cabe preguntarse, ¿Qué piensa el espectador cuando ve este film? Por supuesto, caben muchas respuestas a esta pregunta. Tantas como tantos espectadores. Sin embargo, me decantaré por un aspecto: la actividad científica, los científicos y la política.

El Proyecto Manhattan reunió a los mejores físicos nucleares en su momento. Los intereses no eran científicos, en tanto búsqueda del conocimiento, prevalecían los intereses políticos, y por supuesto, con ello, el poder. La película se desarrolla en un periodo de crisis (Segunda Guerra Mundial) y da cuenta del interés de la política en la instrumentalización del conocimiento científico para su provecho. Hoy día, todo ha cambiado. Finalmente, la política se ha impuesto en todas las áreas de la actividad humana. Entre ellas la ciencia. Negarlo es inevitable.

En la actualidad nuestras sociedades atraviesan por una crisis posmoderna y la ciencia ha sucumbido frente a ella. El avance de la tecnología, la desaparición de la discreción del poder económico, la pérdida de valores y tradiciones, la revolución de la identidad social e individual, así como la crisis de liderazgos verdaderos y no construidos han dejado impronta en la actividad científica. Así, en pleno siglo XXI, la política en su ambición por someter a la ciencia ha utilizado el recurso de los intereses individuales de los investigadores para conseguir su cometido. La ciencia al servicio de la política, y no, al bienestar de la humanidad. De esta manera, la ciencia se ha convertido en el espacio de algunos pocos privilegiados. Las historias de superación como las de Einstein, Newton, entre tantos otros, son cosas del pasado. Hoy en día, la dinámica de la ciencia exige entrar en el juego del marketing científico-político con requisito previo de aceptación por parte de los investigadores-políticos. Las reflexiones de Oppenheimer acerca de las consecuencias de las armas nucleares son solo situaciones románticas que quedaron para ser expuestas en un film.

Pero, por supuesto, esta situación actual es solo el resultado de fracturas que venían acaeciendo. Desde los griegos, la búsqueda del conocimiento se relacionaba con algo loable, noble, y sublime. Muchos de los primigenios científicos (en su momento eran denominados «filósofos») ostentaban el respeto de la sociedad de su época, incluyendo la de los líderes políticos (monarcas, emperadores, reyes, etc.) Sin embargo, si profundizamos en la intimidad de la historia de la ciencia encontraremos, en los recovecos más oscuros, hechos y anécdotas que nos dejan ver el florecimiento del lado más humano (y más oscuro) de la ciencia. Todo un manjar para los sociólogos de la ciencia.

Desde Platón hasta Einstein, son muchas las historias acerca de los reconocimientos hurtados por científicos más renombrados. Son muchos los investigadores a quienes les han quitado sus méritos. Los llamados «amos del valle de la ciencia» dejan en el más cruel y desalmado anonimato a los verdaderos descubridores de algún hecho notable que ha contribuido con el avance de la ciencia.

Pero la ciencia no está solo llena de «ladrones encumbrados y mimetizados en su fama» existe también el ostracismo como castigo silente, o, mejor dicho, no declarado formalmente. Son muchas las páginas personales donde muchos investigadores independientes deben colocar sus resultados y productos ya que no son admitidos en las «grandes e importantes revistas científicas» debido a que no pertenecen a ningún grupo de investigación de alguna universidad «importante» o no vienen envestidos con el manto de algún «amo del valle». Esto es un secreto a voces. Es una realidad. La ciencia no solo se ha convertido en una actividad elitista y antipática, lejana de las verdaderas motivaciones que la engendraron (la búsqueda del conocimiento), sino que además ha pasado a ser comercial. Un negocio de élites en la cual investigadores se citan y se premian entre sí, ostentan entre ellos la tribu de jóvenes adeptos a sus líneas de investigación, y, además monopolizan las publicaciones científicas.

Los investigadores provenientes de realidades difíciles (tal como Einstein o Fermi, en la Segunda Guerra) no tienen la mínima posibilidad de pertenecer a ningún grupo. Muchos no son tan jóvenes, tienen una trayectoria en sus países y no son «maleables» como los jóvenes que recién inician su carrera científica. No son atractivos para las esferas de los investigadores-políticos. Así que, son invisibilizados, sus productos rechazados, y marginados a la vista burlona, pero discreta, de investigadores que ostentan el reconocimiento (¿verdadero?) de sus colegas. Sin embargo, basta dar una mirada comparativa entre algunos de estos «reconocidos investigadores» y algunos investigadores invisibles para dar cuenta de que en los segundos se encuentra una verdadera propuesta innovadora, mientras que los primeros solo «reciclan» viejas investigaciones o artículos. ¿Meritocracia en el siglo XXI? No existe. La crisis de la posmodernidad ha levantado la cortina de una realidad que desde el siglo XX se venía anunciando: la ciencia al servicio de la política, de la economía, con estrategias de marketing tecnológico.

Atrás quedaron las almas nobles como las de Enrico Fermi, quien, frente al contexto bélico y la evidente pérdida de investigadores tras un exilio obligado, se dedicó a formar la denominada «red de la solidaridad» en la cual ayudaba a muchos investigadores a continuar con sus investigaciones, o, también como Julio Rey Pastor quien se solidarizó con tantos investigadores exiliados y desprovisto de cualquier prepotencia, ayudó a muchos investigadores, entre ellos, al italiano Bepo Levy.

Pero esto no es el caso del siglo XXI. La gran cantidad de sucesos mundiales, en un momento donde la información no depende de un radio de onda corta o de cartas que debían recorrer kilómetros, llegando a su destino meses después, la solidaridad entre investigadores es solo un vestigio. Los modos de la política se han impuesto en las intimidades de la ciencia, y solo la conveniencia, los intereses individuales, la idolatría hipócrita se han impuesto. La película Oppenheimer transciende el mero relato histórico para dar cuenta de la realidad de la ciencia iniciada en el siglo XX y que se ha concretado en el siglo XXI: el acomodo conveniente de investigadores frente a los intereses políticos.