Era inexorable que el Fútbol Club Barcelona ganara esta liga española 2022/23. Sólo restaba saber cuándo ocurriría porque la distancia respecto de sus perseguidores era tan grande (catorce puntos al Real Madrid, dieciséis al Atlético de Madrid) que finalmente, la consagración llegó a cuatro jornadas del final del torneo. En su primera temporada completa como entrenador, uno de los mejores jugadores de toda la historia del club, Xavi Hernández, consideró que el ciclo es «espectacular» al haber obtenido el club, también, la Supercopa de España (final ante el Real Madrid) y el haber llegado a la semifinal de la Copa del Rey (en la que fue eliminado por los blancos de la capital española).

¿Es tan así? ¿Fue realmente tan buena la campaña del Barcelona? Como suele ocurrir, hay que contextualizar, recurrir al pasado reciente y a otro un poco más lejano, para sacar conclusiones definitivas. Si tomamos en cuenta que el club no ganaba una liga desde hace cuatro temporadas, cuando se trata del torneo de la regularidad por comprender treinta y ocho partidos y dos veces ante cada rival, el título es más que positivo, y si pensamos que, en estas tres temporadas pasadas, el Barcelona sólo obtuvo una Copa del Rey, acaso aún más.

También es cierto que es la primera vez, en más de dos décadas, que el Barcelona gana una liga sin su estandarte de este tiempo, el argentino Lionel Messi, quien debió salir entre lágrimas en agosto de 2021 cuando se le comunicó que no se le podía pagar lo que valía porque el club estaba económicamente exhausto y terminó recalando en el Paris Saint Germain (PSG). Desde esta posición, también parece un gran éxito.

Pero sin dudas, la cuenta pendiente del Barcelona está en Europa. Ya desde los tiempos finales de Messi y con distintos entrenadores (Ernesto Valverde, Quique Setién, Ronald Koeman y ahora con Xavi Hernández), y con planteles conformados por distintos jugadores, el club catalán no pudo tener el protagonismo deseado y desde 2015/16 fue tropezando con distintas piedras (venció 4-1 a la Roma y cayó 3-0 en la capital italiana, otro año venció 3-0 al Liverpool en el Camp Noy pero fue derrotado por 4-0 en Inglaterra, fue goleado de manera estrepitosa por el Bayern Múnich 2-8 en la Champions League de la pandemia 2020), ya en los últimos años ni siquiera pudo pasar la fase de grupos, algo que demuestra su caída de nivel y cierta cuestión psicológica a la hora de enfrentar a los equipos de más fuste en el continente.

En las últimas dos temporadas, además, ni siquiera pudo ganar la Europa League, el segundo torneo continental europeo (al que cayó tras finalizar tercero sobre cuatro equipos en la Champions), siendo eliminado como local ante el Eintracht Frankfurt en 2021/22 (cuando la entidad catalana no tuvo problemas en aceptar que sus abonados revendieran sus asientos a treinta mil alemanes, perdiendo en buena parte la localía para hacer negocios) y mucho más anticipadamente, en 2022/23, ante el Manchester United.

¿Por qué el mismo plantel que pudo ganar una Liga y una Supercopa de España, en cambio, no logró avanzar en Europa? Hay varios motivos, pero podría decirse que el principal es por la falta de riqueza en el plantel. En el Barcelona, es clara la diferencia entre «equipo» y «plantel». Si tomamos en cuenta el once de gala, el conjunto titular, está en claras condiciones de competir al más alto nivel y, de hecho, en la fase de grupos de la Champions League que se encuentra terminando la fase semifinal, no estuvo lejos de sacar buenos resultados en Alemania ante el Bayern Múnich y en Italia ante el Inter, pese a ambas derrotas. Sin embargo, ya en esos partidos apareció, de manera incipiente, el principal problema: no es lo mismo, por dar un ejemplo, jugar con el goleador polaco Robert Lewandowski, que con el joven (aunque prometedor) Ansu Fati. Tampoco es lo mismo que el extremo titular sea el habilidoso y veloz francés Ousmane Dembélé, que el brasileño Raphinha (que, además, tampoco es un delantero neto, sino un volante que puede avanzar por la banda derecha).

Esto significa que ya en los cambios, cuando salen los titulares, el Barcelona pierde demasiada calidad. Entonces, esto es mucho más evidente cuando en el once titular faltan algunos jugadores por razones lógicas a lo largo de una temporada: lesiones o suspensiones. De todos modos, no se trata de un plantel corto en número sino «apenas» en calidad y no se trata solamente de un problema económico más allá de que el club catalán atraviese un duro momento que está llevando a las primeras especulaciones sobre un futuro de sociedad anónima cuando hoy es uno de los únicos cuatro clubes españoles de los cuarenta y dos de Primera y Segunda (junto al Real Madrid, el Athletic de Bilbao y el Osasuna) que pertenece a los socios.

Si bien es cierto que a principios de temporada el presidente del Barcelona, Joan Laporta, tuvo que hacer malabares para reforzar el equipo con jugadores como el ya citado Lewandowski, los defensores Andreas Christensen, Jules Koundé o Marcos Alonso, el volante Franck Kessie y el delantero Raphinha, para lo cual tuvo que vender un porcentaje de varios activos del club a lo que se dio en llamar «Palancas», no significa eso que siempre se haya acertado en las contrataciones, al punto que Kessie, Raphinha, Eric García y Ferrán Torres (estos dos últimos también llegados en los últimos mercados de pases desde el Manchester City) son los que figuran entre los transferibles en la próxima ventana de mercado de pases de verano. El veterano lateral Jordi Alba, por su parte, también puede salir dado que en su posición ya hay otros dos jugadores más jóvenes que pueden desempeñarse perfectamente: el recién llegado Alonso y el canterano Alejandro Balde.

Esto significa que si el plantel es corto, no lo es sólo por problemas económicos sino por malas decisiones tomadas por la dirección de Fútbol (a cargo de un exageradamente alabado Mateu Alemany, que ya comunicó que se marchará al Aston Villa y posiblemente será reemplazado por el ex jugador Deco, que hoy tiene una agencia de representación de jugadores, algo incompatible con el cargo que pretende ocupar), que superpuso futbolistas en determinadas posiciones, y en cambio no tuvo recambio en otras.

El desafío de Xavi, a partir de la próxima temporada y ya consolidado como entrenador del equipo, será relanzarlo en Europa, para lo cual necesitará, con muy escaso dinero (el Barcelona, según el presidente de la Liga de Fútbol Profesional, Javier Tebas, debe rebajar 200 millones de euros su masa salarial), fichar a los jugadores justos para las posiciones clave, y que le permita tener al menos a dos jugadores por puesto, mientras resuelve tres incógnitas: si finalmente Messi va a regresar aceptando cobrar muchísimo menos que en otros destinos como las ligas de Arabia Saudita y Estados Unidos, cómo reemplazará a un mediocentro que marcó una brillante etapa de quince años, como Sergio Busquets, y lo más duro: si no será que pese a todo el esfuerzo de su dirigencia, acabe fuera de la próxima Champions League si es que la UEFA la sanciona por corrupción por el «Caso Negreira», el haber pagado (y con factura) por dieciocho años, al vicepresidente de los árbitros para recibir cursos y asesoramientos no demostrados.

Estas incógnitas determinarán si el Barcelona que viene será de cabotaje, o si vuelve a formar parte de una élite europea de la que se fue alejando en los últimos tiempos.