El reciente debate interno de Colombia sobre cuándo y cómo abandonar la explotación de fuentes fósiles intensas en CO2 como el carbón, fue un ejercicio poco visionario, extraño para un país que usualmente nos inspira por innovador y que piensa en grande. Los argumentos respecto a la pérdida de ingresos para el país y las dificultades para financiar la transición hacia fuentes menos contaminantes, semejaban una discusión atrasada en el tiempo y poco constructiva. Sería como que Alemania o Rusia defendieran su antigua industria fotográfica desconociendo el advenimiento de los celulares que además ofrecen a las masas fotografías instantáneas y casi gratuitas. El mundo avanza en otra dirección, lo quiera Colombia o no, basta con ver las publicaciones de la Agencia Internacional de Energía (ver gráfico #1).

Del gráfico de la AIE, es evidente que las fuentes intensas en emisiones como el carbón son cada día menos relevantes. Por ejemplo, entre el 2021-2023 la dependencia mundial del carbón casi desaparece, ya para el 2025 la AIE proyecta una participación de mercado minúscula para el carbón y sugiere que las fuentes renovables las que dominarán, apenas complementadas por el gas natural y las fuentes nucleares.

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Gráfico #1

Un ejemplo sectorial: los planes de descarbonización del transporte avanzan

En febrero 2023, visité Chile y pude observar como el transporte comienza a migrar de la energía fósil a la eléctrica. Visité la empresa Reborn, la cual transformó un centenar de buses tradicionales de los que operan en las difíciles condiciones de las minas chilenas (con limitaciones de espacio, de oxígeno y superficies de rodamiento no siempre fáciles) y los reacondicionaron. En mi opinión lo más interesante fue que al sustituir los viejos motores de combustión por eléctricos se logran dos objetivos del transporte sostenible: una operación más económica y una mejoría ambiental por reducción de la emisión de gases como el CO2, el SO2 y las partículas en suspensión Pm 2.5, estas últimas afectan particularmente los pulmones de quienes respiran el aire contaminado. Ahora son las grandes ciudades, como Santiago, las que anuncian la transformación de su flota.


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Empresa Reborn ubicada en Rancagua, Chile tomada durante la visita del autor en febrero 2023.

En Latinoamérica hay signos mixtos de cambio. Colombia y Costa Rica, han anunciado un plan de transformación del transporte hacia su electrificación, pero como sabemos el diablo está en los detalles.

En el caso de Colombia, es difícil defender y atraer fondos internacionales para electrificar el transporte mientras se continúa postergando la salida y se promueve el uso del carbón como fuente de energía, se borra con el codo lo que hace la mano.

En el caso de Costa Rica, el problema es más económico y social. Los estudios realizados a la fecha por la CEPAL, la GIZ de Alemania y otros actores muestran que sustituir los buses de diésel por buses eléctricos nuevos implicaría una inminente alza tarifaria y sin duda reacciones del público. ¿Hay pues solución?

Veo tres caminos que a veces convergen:

  1. Iniciar por el reacondicionamiento de aquellos buses tradicionales cuyo chasis y carrocería lo permitan, esto bajaría la inversión inicial a unos $120.000 por unidad al estilo de lo implementado por Reborn en Chile.

  2. Para buses eléctricos nuevos (los vehículos nuevos producidos en China cuestan aproximadamente $200 mil) se requeriría obtener financiamiento a tasas entre 0.5-2% anual para que fueran competitivos con las opciones tradicionales. Las tasas comerciales exceden esos niveles y por tanto favorecen los modelos de buses y automóviles de combustibles fósiles. El problema radica es que los beneficios económicos del bus eléctrico provienen de tener un bajo costo operativo en el largo plazo. En un análisis financiero simple CEPAL demuestra que el VAN, al ser muy sensible a la tasa de descuento favorece inversiones iniciales bajas (las de los buses tradicionales) aunque tengan costos operativos altos.

  3. El mercado emergente de CO2: Los países de Latinoamérica deben obtener un precio justo por la reducción de emisiones que decidan vender al exterior. Si se venden las reducciones de CO2 provenientes de la transformación del sector transporte tradicional al eléctrico, podrían proveer ingresos extra relevantes para acelerar la transformación del sector. Por ejemplo, colocar títulos de CO2 a $5 por toneladas como hiciera Costa Rica en noviembre del 2020 con el Banco Mundial, no tendría casi ningún impacto en la transformación. Por el contrario, si los títulos de CO2 alcanzan los $100 por tonelada (precio nada inusual en el mercado europeo regulado) los buses eléctricos se tornarían en competitivos.

En resumen, si el mundo pretende mantener el camino a la CO2 neutralidad abierto y como el deseable, como sugiere la IEA (ver gráfico 2), es indispensable apoyar la transformación del sector transporte con líneas de crédito de bajo costo (menor al 2%) y adquirir los certificados de reducción de CO2 a precios justos (similares a los del mercado regulado de Europa de $100 por tonelada).

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Gráfico #2 Camino hacia un futuro CO2 neutral.