Este artículo, fue escrito conjuntamente con el Profesor Claes Brundenius, Universidad de Lund, Suecia.

En el siglo XXI no valen para el socialismo democrático los principios y políticas que sirvieron para implantar el llamado socialismo real en el siglo XX. Con la desaparición de la Unión Soviética, se desplomó el mayor intento orgánico de dar cuerpo a los planteamientos doctrinarios del marxismo.

Ese proyecto se sostuvo en tres pilares que no tienen vigencia hoy. El primero fue la dictadura del proletariado, que cristalizó en la idea del partido único, y que terminó transformándose en una dictadura de los funcionarios del Partido Comunista, alejándose de la entrega de poder a las clases desposeídas. El segundo fue la propiedad estatal de los medios de producción, que derrumbó la capacidad de innovación, la eficacia en la producción y deterioró las condiciones de vida de la gente. Y el tercero fue la planificación central, la que burocratizó e inhibió las iniciativas de las personas. Hubo una gran distancia entre lo que se decía y teorizaba y la realidad de lo que sucedía.

La socialdemocracia se fue gestando como alternativa al socialismo real, que no fue ni social ni democrática. La socialdemocracia emergió también gracias a la Revolución Industrial, que expandió la capacidad de producción con nuevas tecnologías y, al mismo tiempo, se sostuvo en las organizaciones de trabajadores nacidas de esa misma Revolución Industrial. Esas organizaciones y sus partidos lucharon por una distribución del poder y por la justicia económica, y también se expandió por las ideas de un socialismo que buscaba la igualdad con libertad.

Se debe reconocer que el comunismo y su discurso de igualdad empujó cambios en los países capitalistas occidentales, se fortalecieron los partidos de izquierda para impulsar reformas y progreso económico, y se demostró que se podía regular el capitalismo para reducir la concentración en pocas manos, y mejorar el bienestar de todos. Las clases altas y de mayores ingresos temieron el avance de los sectores revolucionarios y cedieron poder, y los socialdemócratas lograron reformas para ampliar la capacidad del Estado, satisfacer las necesidades de las mayorías e ir gestando un Estado de bienestar.

La democracia demostró que debía y podía generar bienestar material para todos. El fracaso del llamado socialismo real a fines del siglo XX y la acelerada globalización en el siglo XXI, con desplazamiento del poder hacia el Oriente y hacia las grandes empresas digitales, con progreso tecnológico acelerado, cambio climático y actores no estatales, han difuminado la distinción entre capitalismo y socialismo según los conceptos del siglo XX. El socialismo real fracasó, como también el capitalismo neoliberal. Las formas capitalistas neoliberales que han prevalecido en América Latina han generado desigualdad, concentración del poder, destrucción del medio ambiente y servido para sostener sistemas políticos de exclusión y discriminación. El capitalismo desregulado tiene que ser cambiado.

Al comenzar el siglo XXI se observan avances y propuestas para corregir las graves desviaciones del capitalismo extremo y surgen nuevos programas para dar forma al socialismo democrático. Será necesario precisar su perfil, pues existe una zona difusa entre un socialismo democrático verde y un capitalismo regulado y social. Dependerá de las formas específicas de socialdemocracia y de las reformas al capitalismo neoliberal. Y también emergerán diversos tipos de sistemas mixtos.

¿Es socialista la promoción de un ingreso básico universal, o la instauración del matrimonio igualitario, o una reforma tributaria con impuestos verdes, o la mayor participación política, o la igualdad de los derechos de la mujer? La política deberá responder con eficacia a nuevos desafíos de la humanidad: la paz, las pandemias, el cambio climático y la igualdad. Y también deberá propender a una democracia social global, colaborativa, ante los gigantescos riesgos del cambio climático para la supervivencia.

Cumplir estas metas exige de una convergencia. Habrá matices en cómo proseguir cada uno de estos objetivos, pero no hay duda de que para lograr resultados es indispensable concordar programas y formar coaliciones, necesariamente diversas, que sean capaces de impulsar las grandes reformas, y no recular a poco andar. La propuesta del socialismo democrático deberá redefinirse para encarar esos problemas, respetando la democracia y los derechos humanos.

Una advertencia que fluye de las experiencias presentes es que hay que distanciarse del enojo perpetuo y de una actitud crítica crónica que alienta expectativas sin propuestas, sin gobernabilidad, y que terminan favoreciendo a grupos conservadores que apelan al orden y al statu quo. Y también la experiencia debe prevenir de aquellos que, enarbolando un discurso maximalista, ganan elecciones y terminan socavando la democracia desde adentro, sacrificando libertades y aumentando la pobreza de los más modestos. Así, se alimenta el autoritarismo y el populismo.

Las experiencias de izquierda, socialdemócratas o socialistas democráticas exitosas son aquellas que han logrado ir conquistando de manera simultánea los derechos políticos, organizando un Estado conductor y regulador, que expresa y convoca a la comunidad, respetuoso de una cultura de diversidad y pluralismo, y un mercado eficiente que conceda espacio a la creatividad humana. No se puede avanzar solo en una de las dimensiones dejando atrás las otras. El progreso radica en la simultaneidad e integralidad de los cambios económicos, sociales, ambientales y culturales, en el marco de un estado de derecho. Esta integralidad es esencial para conseguir transformaciones en sociedades complejas.

Eso nos plantea la interrogante de cuáles nuevas formas harán posible una efectiva libertad personal con un proyecto estratégico compartido, mayor igualdad económica y participación política, bienestar material y protección de la naturaleza. Y cómo acrecentar el empoderamiento ciudadano, conjurando el riesgo del control social por gobiernos autoritarios. Los avances tecnológicos y nuevas formas de trabajo, automatización, robotización e inteligencia artificial darán lugar a otras formas de organización social para luchar por la igualdad de derechos, sociales y la sustentabilidad ambiental en democracia.

Los cambios propuestos por el socialismo democrático requieren nuevas fuerzas sociales y políticas organizadas y mayoritarias, y nuevas instituciones y acuerdos. La clave será cómo articular los distintos grupos sociales que emergen fruto de la revolución tecnológica para crear bases organizadas que sustituyan el papel activador que en el siglo XX desempeñaron los sindicatos de trabajadores. Es esencial cultivar y expandir el diálogo para la inclusión social, la protección de la naturaleza, el avance tecnológico, asegurando siempre el respeto a los derechos humanos

El socialismo democrático necesita de la prospectiva para anticipar los escenarios futuros nacionales y globales, y diseñar una estrategia de transformaciones en democracia. Debe estar inspirado en valores de libertad, igualdad y sustentabilidad ambiental, y sus impulsores y partidarios deben contar con la narrativa de una sociedad mejor, de un escenario deseado que otorgue un sentido a la acción política, con mirada larga, y de una estrategia y políticas públicas para encaminarse en esa dirección. En el libro El gran giro de América Latina, Sergio Bitar, Jorge Mattar y Javier Medina (2021) destacan que, tras la tragedia de la pandemia, además de las carencias e injusticias, se abren nuevas oportunidades. Analizan los principales escenarios posibles, muestran un escenario deseado y trazan los ejes de una estrategia postpandemia en la región, que proyecte una salida democrática, sostenible, próspera e incluyente.

El tema es particularmente relevante en América Latina luego de la pandemia y de sus altos costos humanos. La región está debatiendo qué proyectos y estrategias permiten superar esta oscura etapa, qué nuevas fuerzas y actores sociales progresistas pueden unirse para avanzar democráticamente hacia un horizonte de libertad, igualdad, solidaridad y sostenibilidad.

Se han dado experiencias históricas de países latinoamericanos que buscaron caminos hacia una democracia social, una profundización democrática con justicia social. Unos consiguieron avances y otros sufrieron retrocesos. Sirven de ejemplo para reflexionar sobre el espacio de lo posible, y de las buenas y malas prácticas y estrategias para avanzar hacia la democracia y el cambio social.

Recorrer ese camino exige conocer y, en lo posible, incidir en el diseño de las nuevas instituciones y reglas que gobernarán la globalización. América Latina siempre ha recibido y recibirá el impacto de transformaciones globales y de los grandes intereses económicos que condicionan su desarrollo. No cabe duda de que los cambios ocurridos en la década de los 60 y 70, y las dictaduras que se impusieron fueron resultado de las doctrinas de seguridad nacional promovidas por los EE.UU. en tiempos de la Guerra Fría; en los 80 fue la expansión de las políticas de mercado, el Consenso de Washington; luego sobrevino el colapso de la URSS, y más tarde la tremenda crisis financiera de 2008, nacida en el centro de la principal potencia capitalista mundial. Todos esos hechos influyeron decisivamente en las políticas aplicadas en cada país de la región.

Los avances a un socialismo democrático a nivel nacional requieren un contexto global favorable y una coordinación latinoamericana para defender la autonomía de cada país. Es imperiosa la colaboración entre sectores políticos progresistas de todos los países a favor de un proceso de cambios, y la sincronización entre las nuevas instituciones, las reglas globales y las iniciativas nacionales.

Una región atrapada con alta desigualdad y bajo crecimiento

América Latina y el Caribe (ALC) se encuentra en una trampa de desarrollo, una trampa viciosa, dice un Informe Regional de Desarrollo Humano (PNUD, 2021). «A pesar de décadas de progreso, mucho del cual podría desaparecer con la pandemia Covid-19, dos características se han mantenido en gran medida inalteradas: la alta desigualdad y el bajo crecimiento». La trampa es, dice el Informe, «el resultado de una interacción compleja de factores», factores que contribuyen a la perpetuación de la trampa.

El crecimiento económico ha sido muy inestable en ALC. Si tomamos el periodo largo desde 1962 hasta 2021 hubo un auge en la década sesenta (con un crecimiento per cápita de 2,7 por ciento) y otro auge en el decenio 2002-2012 (con un crecimiento per cápita de 2,8 por ciento). Pero ha habido períodos largos con crecimiento lento (menos de 1,5 por ciento); por ejemplo, entre 1975 y comienzos de 1990.

La baja productividad está al centro del mediocre crecimiento de América Latina. El indicador más usado para estimar (y comparar) productividad laboral es el PIB por persona empleada (o la productividad agregada). La productividad de América Latina creció al 1,5% anual en el periodo 1992-2012, igual que en el Medio Oriente, inferior al Sub-Sahara (1,8%), a Asia del Sur (4,0%) y notoriamente por debajo del Asia del Este, 6,4% (Paus, 2017).

Es posible que la baja productividad se deba parcialmente a la alta concentración del poder económico y político en América Latina, donde «un número pequeño de firmas muy grandes domina los mercados». Por ejemplo, los ingresos de las 50 firmas más grandes en Chile igualan el 50% del PIB de Chile y el 20% del PIB de Brasil (PNUD, 2021).

La baja productividad no es solamente un problema para la economía y su crecimiento. Hay vínculos entre desigualdad, violencia y productividad. Solo el 9% de la población mundial vive en ALC, pero se estima que la región representa el 34% de todas las muertes violentas. La región posee la tasa más alta de homicidios del mundo y lucha también contra otras formas de violencia no letales, como violencia sexual contra la mujer, robos y abuso policial. «Si bien la mayor desigualdad puede estimular la violencia, la violencia también puede aumentar la desigualdad». La violencia a menudo conduce al deterioro de los derechos y libertades (PNUD, 2021).

Personas pobres sienten frustración por las grandes diferencias entre ricos y pobres, y también por el acceso muy desigual a servicios públicos como educación y salud. Hubo una reducción de la desigualdad, tanto como la pobreza, en el primer decenio del siglo. Pero esta tendencia se estancó durante el segundo decenio y se ha deteriorado durante la pandemia. «La múltiple crisis de la pandemia del Covid-19 ha pesado más sobre los que ya se habían quedado atrás, exacerbando aún más las desigualdades a lo largo de 2020 y 2021».

En ALC, el coeficiente de Gini, con pocas excepciones, permanece esencialmente inalterado después de que los hogares pagan impuestos y reciben transferencias del gobierno» (PNUD, 2021). Es un gran contraste con la mayoría de los países en Europa y los tigres en Asia. Una medida para reducir grandes discrepancias en la distribución de ingresos es que el gobierno utilice su poder redistributivo y avanzar a un modelo de crecimiento inclusivo.

América Latina y el Caribe sufren la «trampa de ingreso medio», y los países quedan por décadas en el mismo grupo de desarrollo. Pero ¿qué significa exactamente la trampa del ingreso medio? Una definición es la siguiente: «El concepto de trampa de ingresos medios alude a una situación en la que un país de ingreso medio alto ya no está en condiciones de competir a escala internacional con productos de carácter homogéneo e intensivos en mano de obra, porque sus salarios son demasiado elevados en términos relativos. Ni tampoco está en condiciones de competir en actividades de alto valor agregado en una escala suficientemente amplia porque su productividad es demasiado baja» (Paus, 2017).

¿Hay una estrategia que pueda sacar a los países de esa trampa? Varios países han logrado despegar. Ejemplos son los tigres en Asia del Sudeste, como la República de Corea y Taiwán. Lo que se destaca en una comparación de América Latina con Corea y Taiwán es la enorme diferencia en los indicadores de innovación y el esfuerzo hecho en Investigación y Desarrollo.

¿Hacia un socialismo participativo?

Entonces ¿qué recetas hay para un socialismo posible y democrático en este siglo? Para Thomas Piketty es posible cambiar el modelo capitalista por un modelo de socialismo participativo. Así lo señala en su obra Capital e ideología (2016) y, ulteriormente, en su libro Viva el Socialismo (2021). Allí expresa que en los años noventa el mundo fue más liberal que socialista, pero treinta años después cree que el hipercapitalismo ha ido demasiado lejos y que debemos pensar en la superación del capitalismo, en una nueva forma de socialismo, participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico y feminista (Piketty 2021).

Referencias

Bitar, Sergio, Jorge Mattar y Javier Medina (2021). El gran giro de América Latina. Universidad del Valle, Colombia.
Paus, Eva (2017). América Latina en la trampa del ingreso medio, en OIT: Sesiones de brainstorming en Lima. Políticas de desarrollo productivo, crecimiento inclusivo y creación de empleo. Oficina Internacional de Trabajo, Ginebra.
Piketty, Thomas (2016) Capital e ideología. Deusto, Madrid.
Piketty, Thomas (2021). ¡Viva el socialismo! Crónicas 2016-2020. Deusto, Madrid.
PNUD (2021) Atrapados: Alta desigualdad y bajo crecimiento en América Latina y el Caribe. Informe Regional de Desarrollo Humano. Naciones Unidas. Nueva York y Santiago de Chile.

Notas

  • Este artículo fue escrito conjuntamente con el Profesor Claes Brundenius, Universidad de Lund, Suecia.
  • Estas líneas encabezan la publicación de un nuevo libro: Socialismo democrático en el nuevo siglo. Opciones para América Latina, editado por Claes Brundenius y Sergio Bitar, Editorial Catalonia, 2022.