Los resultados de la 27a Conferencia del Clima (COP27) celebrada en Sharm El-Sheikh, Egipto, la primera quincena de noviembre, no están, ni de lejos, a la altura de la actual crisis climática. Bien es cierto que el contexto en que se celebró la COP27 no era el más propicio para conseguir consensos en temas importantes. Como telón de fondo teníamos la invasión de Ucrania, una crisis energética y alimentaria global, las tensiones entre China y EE. UU., los impactos cada día más graves del cambio climático, etc. Todo ello influyó y dificultó mucho el avance de los procesos de negociación entre los 194 países que están dentro la Convención Climática y que han ratificado el Acuerdo de París.

De hecho, muy pocos países, solo 24, llegaron a la COP27 con los deberes hechos. En la COP26, celebrada en Glasgow en 2021, se pidió a todos los países que a lo largo de este año 2022 revisaran y actualizaran sus planes climáticos. Estos planes conocidos como Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) contienen los objetivos de reducción de emisiones formulados por cada país desde ahora hasta el 2030. El pasado octubre el Secretariado de la Convención Climática publicó un informe sobre el efecto agregado de las NDC y constató que estamos muy lejos de los caminos de reducción de emisiones compatibles con lo establecido en el acuerdo de París. Más concretamente, las actuales NDC, si se llegan a cumplir, comportarán en 2030 un aumento del 10.6% de las emisiones respecto al 2010, mientras que para conseguir frenar el calentamiento global en 1.5 oC, deberían reducirse un 45% respecto al 2010. Por esta razón, en las últimas COP, se ha reiterado a los países que revisen sus NDC para que planteen reducciones de emisiones más ambiciosas, pero hasta el momento estos llamados no han tenido el éxito esperado. Es una lástima constatar que en el grupo de países que en 2022 ha revisado su NDC no se encuentran ni Estados Unidos ni la Unión Europea, pese a que estos se presentan ante la opinión pública como los «líderes de la acción climática mundial».

Los datos de la evolución de las emisiones mundiales no son para nada esperanzadores. En un evento de la COP27 se presentó el informe Global Carbon Budget 2022, realizado por el Global Carbon Project con participación de un centenar de los mejores científicos en esta área. Como era de prever, después de una bajada de las emisiones de CO2 en 2020, consecuencia de la crisis de la covid, en 2021, las emisiones provenientes de la quema de combustibles fósiles aumentaron un 5.6% a nivel global. A nivel regional cabe destacar que las de China aumentaron un 5%, las de EE. UU. un 6.5% y las de la UE27 un 6.8%. El mismo informe proyecta que para 2022 las emisiones mundiales aún aumentarán un 1%. La buena noticia es que se espera que las de China y las de la UE27 bajen un 0.9% y un 0.8% respectivamente, mientras que las de EE. UU. se prevé que todavía sigan aumentando un 1.5%.

Es, teniendo en cuenta este contexto, que afirmo que los resultados de la COP27 no son esperanzadores. A continuación, paso a comentarlos brevemente.

La madrugada del domingo 20 de noviembre, después de interminables sesiones de negociación, se aprobó el Plan de Implementación de Sharm El-Sheikh. Este es el documento que contiene la declaración política, de alto nivel, que todos los países fueron capaces de consensuar en la COP27. Los avances respecto al Pacto Climático de Glasgow aprobado en la COP26 son imperceptibles e incluso hay algún retroceso. Hubo muchos debates sobre si finalmente se incluiría en el texto una frase diciendo que debe detenerse el consumo de combustibles fósiles. Esta declaración, absolutamente obvia y necesaria para frenar el calentamiento global, no se llegó a consensuar porque países como Rusia y Arabia Saudí se opusieron frontalmente a ello. Lo que quedó en el texto es exactamente lo mismo que lo escrito en la declaración de hace un año, es decir que se reducirá el consumo de carbón.

Que en este punto no haya consenso es extremadamente preocupante, y denota que las ganancias económicas asociadas con los combustibles fósiles pasan por delante del interés y del bien de todo el conjunto de la humanidad. Detener el cambio climático significa reducir a cero las emisiones netas de dióxido de carbono cuanto antes mejor. Para conseguirlo no solo es necesario «disminuir el consumo de carbón», sino que es imprescindible detener el consumo de todos los combustibles fósiles: carbón, petróleo y sus derivados, así como gas natural.

La buena noticia de esta COP27 es que, finalmente, se ha tomado una decisión sobre financiación para hacer frente a los daños y las pérdidas derivados de los impactos del cambio climático. Esta era una reivindicación histórica de los países del sur, en especial de los más vulnerables a los impactos climáticos, que piden que los países desarrollados paguen por los desastres que están sufriendo países que no son apenas responsables de la actual emergencia climática. Después de los últimos desastres climáticos como el vivido en Paquistán con un tercio del país inundado y 30 millones de personas que han tenido que ser desplazadas, los países del norte global no han podido seguir negándose a atender esta reivindicación. Ahora bien, es preciso leer atentamente el texto aprobado. El acuerdo dice que entre otros instrumentos financieros se prevé dotar un mecanismo financiero específico, diferente a otros mecanismos que ya existen como el Green Climate Found. La decisión al respecto arbitra un comité para que, a lo largo del 2023, elabore una propuesta sobre la arquitectura de estos nuevos instrumentos de financiación. Propuesta que debería aprobarse en la próxima COP28. Por tanto, antes de lanzar las campanas al vuelo diciendo que ya hay fondos para los daños y las pérdidas habrá que esperar un año para ver cómo se diseñan estos instrumentos, y aún tendremos que esperar más tiempo para ver si el dinero para financiar los daños y las pérdidas acaba materializándose.

Servirá de poco tener financiación para pagar los daños y las pérdidas, si estos no hacen sino crecer. Para evitar que crezcan es imprescindible que logremos reducir muchísimo y cuanto antes las emisiones de gases de efecto invernadero. Es en este punto donde la COP27 ha fracasado estrepitosamente. Uno de los cometidos de la COP27 era aprobar el contenido de un «Programa para escalar de forma urgente la ambición de la mitigación», es decir para conseguir reducciones de emisiones importantes de acuerdo con las recomendaciones de la ciencia. El texto aprobado es del todo decepcionante. Lejos de poner en marcha un programa eficaz que esté a la altura de lo que las circunstancias requieren, se ha aprobado un reglamento que casi impide explícitamente ir más allá de lo que ya se está haciendo. El «Programa para escalar de forma urgente la ambición de la mitigación» queda convertido en otro espacio de diálogo y de participación, cuando debería ser un programa para la acción urgente. Es decir, se ha cerrado de un portazo una pequeña brecha que se abrió en Glasgow para dar algún paso en la dirección que la urgencia climática requiere. Una auténtica vergüenza.

Por otro lado, una línea de trabajo que todavía nos mantiene mínimamente esperanzados a optimistas patológicas como yo, es el proceso del «Inventario Global». Este es un proceso que se inició el pasado junio y que acabará en la COP28. Tiene como objetivo revisar el estado de implementación del Acuerdo de París en todas sus vertientes: mitigación, adaptación y medios para la implementación, y formular propuestas para mejorar el funcionamiento del propio Acuerdo. Según el Acuerdo las conclusiones extraídas de este proceso deben ser tenidas en cuenta por los países cuando estos elaboren sus próximas NDC. Cabe subrayar que, a diferencia de la mayor parte de procesos de la Convención, el «Inventario Global» permite la participación de organizaciones observadoras como ONG o instituciones académicas. Después de haber tenido la ocasión de asistir y participar en múltiples reuniones, no me cabe la menor duda de que cuando se abre el diálogo a todos los actores interesados, este se enriquece muchísimo. Personalmente estoy convencida de que del «Inventario Global» saldrán un conjunto de documentos realmente interesantes con propuestas muy valiosas. Mi esperanza (que no certeza) es que los responsables de políticas incorporen estas propuestas a sus decisiones futuras.

Antes de cerrar este artículo me gustaría hacer una valoración muy personal, como observadora que soy de este proceso multilateral. Hoy en día, el principal reto para frenar el calentamiento global no está en el lado de la ciencia y la tecnología, está en el lado de las decisiones políticas. La ciencia ya hace más de tres décadas que nos advierte de la gravedad de la problemática que estamos enfrentando y la tecnología provee de múltiples soluciones que podrían aplicarse en los distintos sectores. Ahora la pelota está en el tejado del mundo de las decisiones políticas… y me preocupa muchísimo constatar que el proceso de la Convención para el Cambio Climático está cada vez más agotado. El avance de las negociaciones es lentísimo; la necesidad de llegar a consensos entre todos los países conlleva que las decisiones que finalmente se toman sean poco ambiciosas; hay una gran desconfianza entre los países fruto del incumplimiento de muchos de los compromisos tomados por los países desarrollados; hay una clamorosa falta de perspectiva global agravada por el hecho de que los países negocian siempre desde su perspectiva local; etc. Como resultado, tenemos un proceso que no da respuesta a las necesidades de las personas ni a la urgencia que la acción climática requiere. Vaya por delante que soy una ferviente defensora del multilateralismo y creo que es imprescindible para encarar las problemáticas globales que actualmente tiene planteada la humanidad. Pero, para que este multilateralismo dé una respuesta eficaz que esté a la altura de las circunstancias, es necesario salir de la lógica de los Estados que está excesivamente al servicio de intereses económicos y comerciales de minorías de poder, y avanzar hacia una lógica de la defensa de los intereses comunes de la humanidad con el fin de lograr el bienvivir de todas las personas que habitamos en este planeta al mismo tiempo que protegemos a nuestra madre Tierra. Es imperiosamente necesaria una reforma del sistema de Naciones Unidas. No puede ser que este sistema siga siendo rehén de los países que ganaron en 1945 la Segunda Guerra Mundial. Es necesario adaptarlo a las nuevas realidades del siglo XXI y construir un nuevo multilateralismo auténticamente democrático y participativo. ¿Seremos capaces de hacerlo?