¿Qué aporta el conocimiento del proceso histórico que condujo al intenso trienio 1970-1973, es decir al Gobierno de la Unidad Popular y más ampliamente a la revolución chilena?

En primer lugar, destacan las realizaciones. El «Gobierno popular» termina con el arcaico latifundio, echando las bases para la modernización de la agricultura; nacionaliza la gran minería del cobre, el salitre y el hierro, creando ingresos fundamentales para la Nación; organiza un vasto sector social de la economía, incluyendo casi toda la banca (sin escándalos de corrupción); extiende la educación; construye 158 mil viviendas; introduce nuevas tecnologías vanguardistas; organiza la distribución de medio litro de leche cotidiano a todos los menores de 15 años; y aumenta considerablemente los ingresos de los desheredados. En esos años excepcionales, un clima particularmente creador incentiva el desarrollo de la música, el cine y las letras, gracias a la promoción de filmes, piezas de teatro, ballet y libros, que llegan a los barrios populares, a precios muy democráticos.

La historia de América Latina del siglo XX no registra transformaciones de tal magnitud en tan poco tiempo: ni el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, padre de la primera reforma agraria y de la nacionalización del petróleo; ni Jacobo Arbenz en Guatemala, ni la Revolución Boliviana de 1952; ni João Goulart en Brasil; ni el propio Fidel Castro, hicieron tanto en tres años.

El tiempo de los humildes1

Otra característica crucial del trienio es la irrupción de «los de abajo» que pugnan por incidir sobre el curso de la historia, característica esencial y común a las revoluciones. Los humildes resienten la fascinante sensación de forjar destinos, muchos de ellos por vez primera.

Más que antes, los que solían resignarse a su modesta posición social, levantan cabeza, haciendo sentir que existen y cuentan. La mayoría de ellos ha hecho suyo el proyecto de nueva sociedad, encarnado en el programa de reformas socialistas, presente desde fines de los años 1950. «La atmósfera revolucionaria es especial y distinta, en ella la política es vivida en plena historicidad», constata Tomás Moulián. El clima de transformaciones en curso cambia el trato a los obreros, a las criadas, incluso a los campesinos; la transgresión de las jerarquías es parte de la cotidianidad2. Además, las ocupaciones de fábricas, fundos y terrenos, que el Gobierno por lo general tolera, subvierten profundamente el orden basado en la propiedad.

El protagonismo adquirido por los humildes es fundamental para comprender el período. Su apoyo al Gobierno, incluso durante las dificultades económicas del segundo y tercer año, no se explica sólo por los progresos materiales que algo mejoran la vida. Esto cuenta, por supuesto. Pero es posible que cuente aún más sentirse un actor que incide sobre la historia. Por eso, el trienio tendrá para los desheredados, ribetes de una intensa y alegre «fiesta popular».

La bailarina inglesa Joan Turner, instalada en Chile desde los años 1950, observa como la fuerte disminución de la cesantía permite a muchas mujeres modestas trabajar en las empresas nacionalizadas, equipadas de guarderías y casinos. Convertirse en sirvientas ya no es la única posibilidad.

Recuerda a Rosita a quien conoce a fines de los años 1960 como lavandera para vecinos de Las Condes. De unos 40 años, pero los pocos dientes que le quedan la hacen aparentar más. Debía tomar dos buses para llegar ahí, con un niño pisándole los talones, mientras los mayores vagaban en una población en San Miguel con calles de tierra y un grifo cada 10 chozas de madera, con la delincuencia como probable destino, ya que el padre está cesante y algo alcoholizado. Una historia frecuente.

Joan pierde de vista a Rosita un tiempo, hasta reencontrarla en 1972 para organizar una actuación del Ballet Popular. No ha ocurrido ningún milagro, pero Rosita ha cambiado. Vive en el mismo barrio, donde están instalando desagües y agua potable; la casa parece más limpia y en mejor estado. Está implicada en las organizaciones del sector convencida que está contribuyendo al bienestar de la comunidad y de su familia. Cuando ve a Joan, la llama Compañera Juanita, y no Señora como antes, y esta vez no hablan de camisas y sábanas, sino de cursos de danza en el barrio, «señal de una confianza en sí misma recién encontrada»3.

En cambio, en buena parte de los sectores acomodados y medios, que viven los tres años afectados por temores y angustias traumatizantes, existe por supuesto la percepción opuesta. De ahí la radicalidad de la oposición. Este tercer elemento se manifiesta con fuerza desde fines de 1971 cuando se desata la inflación seguida por la escasez de mercaderías, largas colas para adquirirlas y la aparición del mercado negro.

Las corrientes conservadoras, persuadidas que el gobierno lleva el país al totalitarismo, mutan de una oposición dura a la insurrección. Su prensa, mayoritaria, adquiere un tono virulento, organizan huelgas generales, boicots, atentados terroristas para paralizar el país y hacer caer al gobierno; «un mayo de 1968 a la inversa» observa Armand Mattelart en el documental La Espiral. Pero la derecha sola no es suficiente. La derechización del Partido Demócrata Cristiano será decisiva. La derecha y la dc están conectadas con sectores sociales que, profundamente perturbados por las reformas, las penurias económicas y por la nueva posición social de «los de abajo», claman por que alguien «restablezca el orden».

La «vía chilena» seguida en el mundo

Pero la principal especificidad de aquella experiencia es probablemente la Vía Chilena. Hasta entonces las revoluciones sociales del siglo xx han alcanzado el poder desplazando por la fuerza los antiguos regímenes. En Chile el bloque de izquierda considera –con dudas y reticencias– que las conquistas democráticas han creado un espacio legal, limitado pero real, que permitiría alcanzar el gobierno y poner en marcha las transformaciones socialistas en el marco de la legalidad.

Este intento de superar pobreza y atraso a través de una ordenación socialista de la sociedad, manteniendo y acrecentando las conquistas democráticas, proporciona al Gobierno Popular una singularidad que lo coloca en posición de proyectarse como referencia a los futuros intentos de construir sociedades solidarias. En este punto difiere de los otros socialismos del siglo XX, donde, en otros contextos históricos, los derechos democráticos permanecen limitados, igual que la participación de los trabajadores en la toma de decisiones.

El proyecto de socialismo pluralista ejerce una influencia considerable. Llega a Chile un torrente de latinoamericanos, y de otros extranjeros, a observar la experiencia en curso y, a veces, a participar en ella. El investigador estadounidense Mark Falcoff, constata que las expectativas intelectuales son enormes, a tal punto que a partir de 1970 se escribieron más libros sobre Chile, en varias lenguas, que en los 150 años precedentes4.

Un ejemplo elocuente son los comentarios de las personalidades italianas del mundo intelectual católico que visitan el país en marzo 1971, en el marco de la Operación Verdad, como Giorgio La Pira, ex alcalde de Florencia y promotor del diálogo interreligioso; Marcela Glisenti, especialista en África; David Maria Turoldo, sacerdote y escritor; y Corrado Corghi, intelectual humanista. Ninguno de ellos marxista.

Durante la cena ofrecida por Salvador Allende le comunican la visión que se han formado de Chile:

Presidente, si Ud. demuestra en Chile que es posible un segundo camino al socialismo, que es posible la simbiosis de valores cristianos e instituciones socialistas, el próximo país que avanzará por esta vía será Italia. Y, a poco andar, otros en América Latina. Y más tarde, en una o dos generaciones, la mitad del mundo5.

En Latinoamérica la experiencia es seguida atentamente. En Argentina donde se retiran los militares y se prepara el retorno de Perón; en Uruguay marcado por la emergencia del Frente Amplio similar a la Unidad Popular; y en Perú cuando el general Velasco intenta reformas comparables, a veces, a las chilenas. También la estudian en Europa: en Italia mientras se perfilan acuerdos entre el importante Partido Comunista, con socialistas y sectores democristianos. La observan desde España quienes reflexionan sobre la sociedad que ha de sustituir al franquismo. Y también en Francia durante la elección presidencial de 1974, en las que François Mitterrand, candidato de la Union de la Gauche, está a sólo 0,8% de ganar la presidencia. Él visitó Chile en 1971 para estudiar las realizaciones y los problemas del Gobierno de la up.

El fin trágico del Gobierno de la Unidad Popular, la inmolación del Presidente y la sanguinaria persecución contra sus partidarios, han ocupado un lugar mayor en estudios y publicaciones sobre la época. Lo que era sin duda necesario. Pero ha llegado el momento de volver al estudio sistemático de esta inédita experiencia social del siglo XX, destacando sus logros sin ocultar sus errores, ya que podría inspirar otros intentos reformadores del siglo XXI.

Notas

1 Subtítulo tomado de la novela gráfica El tiempo de los humildes de Désirée y Alain Frappier, 2022, LOM. 2 Moulian Tomás, 1998, Conversación interrumpida con Allende, LOM & U Arcis, 53. 3 Jara Joan, 2001, Víctor Jara. Un canto truncado, Ed. Punto de lectura, 98-299 (Joan es la mujer de Víctor Jara). 4 Beigel Fernanda, 2011, Misión Santiago. El mundo académico jesuita y los inicios de la cooperación internacional católica, lom, 131. 5 Tomic, 1977, La Democracia Cristiana y el gobierno de la Unidad Popular, en F. Gil, Chile 1970-1973. Lecciones de una experiencia, Madrid: Editorial Tecnos.