Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre.

(Carl Sagan)

En los últimos tiempos están presentes en los foros más conspicuos los debates sobre la ya presente, aunque no seamos totalmente conscientes, cuarta revolución industrial que acarrea la inevitable digitalización y la consabida necesidad de adecuarnos a sus consecuencias para estar alineados con las nuevas demandas del mercado y del resto de actores —stakeholders, clientes directos e indirectos, proveedores, actantes internacionales, empleados y sectores afines.

En el mundo de los seguros esta cuarta revolución industrial se manifiesta por medio de las llamadas Insurtech, verdaderas entidades que, aunque ya existen, pero con un carácter aún mínimo y no protagonista, en cualquier momento y de forma abrupta, marcaran el futuro, más bien presente, de las entidades aseguradoras y su rol en el mercado y, más allá de este, social.

A través del desarrollo de la impresión 3D, el Big Data, la incorporación de robots a la gestión (RPA, voicebots, inteligencia artificial, etcétera), el IoT y el IoE, el coche autónomo, la realidad virtual, la realidad aumentada, etcétera, van a cambiar, ya lo están haciendo, la arena financiera del sector asegurador, llegando como última consecuencia, a transformar el modelo de prestación, no solo por lo que estas entidades ofrecer, sino, más allá de esto, por lo que los consumidores y resto de actores demanden.

Pero ¿están siendo las aseguradoras, y empresas de su ámbito, proactivas ante el nuevo mudo que se avecina más pronto que tarde? No voy a responder aquí a la cuestión, hecho este que requeriría de ulteriores y profundos análisis, no solo para dar una respuesta certera y ajustada a la realidad, sino porque cada compañía, cada entidad y cada una de las empresas que participan de alguna forma en este sector, se está adecuando a «lo que viene» de una manera muy diferente. Algunas empresas estarán en la parte de arriba de esta nueva ola y otras muchas, quizás demasiadas, serán arrojadas por ella.

Lo primero que hay que decir y que, no es obvio, aunque lo parezca, es que digitalizar es innovar. No es obvio porque gran cantidad de compañías no están entendiendo realmente qué significa esto. Paso a desarrollarlo: digitalizar lo existente, es decir, limitarse a una simple «traducción digital de lo presente», sin implementar ningún tipo de innovación, es partir en la cola en esta carrera; es salir habiendo «entregado la cuchara» en esta carrera de «darwinismo digital».

Hay que tener en cuenta que, de una forma paradójica, la pandemia ha acelerado estos procesos, aunque en un inicio parecieron entrar en un proceso de criogenización. Así es, la pandemia hizo invernar muchos de los proyectos previstos e incluso planificados, pero, en el contexto actual, retomar la digitalización donde estaba es una clarísima desventaja, por decirlo suavemente. De forma súbita, saltándose pasos previstos y como si al guion del desarrollo le faltasen capítulos para dar coherencia completa al relato, la cuarta revolución industrial se ha saltado «varias pantallas».

¿Cuál es la consecuencia de esto y la recomendación a las entidades aseguradoras? Muy sencillo, deben ir mucho más allá de donde lo dejaron antes de la pandemia y orientarse a las consecuencias últimas de lo que ya está viniendo. Esto hace que se deba reflexionar profundamente sobre algunas cuestiones que, modestamente y a modo de pinceladas, voy a enunciar. Sirva de mera introducción y de «menú de degustación» para lo que las entidades aseguradoras y similares deben tener ya encima de la mesa si quieren seguir siéndolo. No es mi pretensión dar soluciones, enseñar el camino o ser un «Pepito grillo» que genere ansiedad empresarial a las compañías que conforman este mundo, sino solamente intentar encauzar el debate donde creo que debe estar, dar la centralidad que merece, en definitiva. Y es que debemos dar soluciones innovadoras a hechos y desarrollos que, aunque, no son tangibles hoy, o bien existen o están «al caer».

El futuro de la movilidad y transportes

Algunas personas denominan a esta tecnología inteligencia artificial, cuando en realidad lo que va a permitir es que aumente la nuestra propia.

(Gin Rometti)

Es más que evidente que el futuro de la movilidad y el transporte de personas y mercancías, sufrirán cambios drásticos que producirán grandes alteraciones en la demanda de los clientes y las necesidades de entregar diferentes servicios a la arena del mercado. La aceleración en la extensión cada vez mayor del car sharing y la nueva mentalidad de los jóvenes de ahora, la generación Z no quiere poseer bienes, sino utilizar servicios, va a hacer, lo está haciendo ya, que los grandes fabricantes de automóviles sean conscientes de que en breve dejaran de vender vehículos para pasar a ofrecer servicios de movilidad.

Y es que, como se ha apuntado, la concepción de la generación Z, y las que vienen por detrás, defienden el «clientecentrismo» sobre el «productocentrismo» existente. Es decir, quieren que les transporten, estar cómodos, tener acceso a todo, o casi todo, lo que se les ocurra, peor no aspiran a acumular bienes. Están dispuesto a gastar mucho dinero en todo lo que consideran útil y que les haga la vida más fácil, incluso entendiendo esto como un hedonismo individualista agraz, pero no piensan que fundamentalmente esto venga dado por tener cosas y más cosas cada vez. Son «vividores», no «anticuarios».

Por ello, además del car sharing, debemos tener muy en cuenta la expansión, más cercana de lo que creemos, del vehículo autónomo, que ya existe y al que únicamente le falta para ser una realidad común que nuestra mente le dé cabida.

En este contexto, una entidad aseguradora debe hacerse una serie de preguntas que, aunque parecen simples, casi ninguna se ha hecho, a saber, ¿quién será el tomador y el asegurado de una póliza de un vehículo autónomo? Pues bien, en sentido estricto, el responsable legal será el fabricante y, en sentido práctico, debería ser la institución pública que gestione las infraestructuras por las que los vehículos circularán (gobiernos, comunidades autónomas o regiones, ayuntamientos, etcétera). Quien evidentemente no tendrá que hacer una póliza del vehículo es el cliente usuario del servicio ya que no será ni el conductor de este ni, en último término, su propietario.

Además, si estos vehículos autónomos casi erradicaran la posibilidad de que haya algún tipo de accidente, ¿cuál es el elemento que habrá que asegurar? Pues, como se puede extraer de lo antes apuntado, deberán ser asegurados todos los posibles daños, accidentes y siniestros originarios de su construcción (fabricantes) y todos los accidentes derivados del mal estado de las vías públicas y/o señalizaciones (gobiernos e instituciones a quien corresponda en cada caso).

Por ejemplo, de forma masiva no se conoce, aunque es público, en Alemania se está trabajando hace ya tiempo en un nuevo código de circulación orientado a las nuevas formas de movilidad y sus consecuencias y responsabilidades, ya que, al no depender los accidentes de la conducción humana, dependerán de una buena gestión pública de los desplazamientos y, evidentemente, cambiarán las reglas de juego para todos.

Además, y esto es una muy buena noticia, es evidente que habrá muchos menos accidentes, por lo que las compañías de seguros asumirán una menor frecuencia de siniestralidad. ¿Cuál es la consecuencia primera de esto? Pues, como se deriva fácilmente, a una menor frecuencia, menor prima. Esto hace que, ¿no deberían ser escuchados los clientes para saber qué servicios de valor añadido necesitan y demandan y cuales se les puede ofrecer? Por aquí pasa inexorablemente el futuro.

La impresión 3D y los transportes

El hombre es un pensador lento, sentimental, pero brillante. Las máquinas son rápidas, precisas y estúpidas.

(John Pfeiffer)

Pocas veces nos hemos parado seriamente a pensar en las consecuencias reales de la impresión 3D, el pensamiento humano, tan orientado a solucionar problemas inmediatos, pero no futuros (el sapiens debía sobrevivir antes que progresar), hace que no demos una vuelta de «tornillo» a estas consecuencias que son claves.

Veamos, si un producto se fabrica en el destino donde será consumido o utilizado, no será necesario asegurar la cadena de valor intermedia, incluso, no habrá de ser tenida en cuenta. Esto no solo reduce la necesidad del transporte de mercancías, inútil pues, sino que, ¿para qué se va a asegurar una mercancía que «crea», vía impresión, el cliente en su propio espacio? Esto es más que una revolución, pero si nos ceñimos al mundo asegurador, no solo afecta al seguro de mercancías, sino también al seguro multirriesgo, ¿todo lo que imprima un cliente, con póliza que asegure sus inmuebles o donde imprima los productos que quiera, estará automáticamente incluido en los capitales asegurados de alguna de sus pólizas?, o, mejor dicho, ¿qué controles a priori deben estar implementados para que no esté infra asegurado lo que alguien se imprima en cualquier momento?

Más allá de todo esto, y viendo el contexto global, si el cliente es cada vez más un «cliente mobile», ¿qué deberán ofrecerle las aseguradoras en su nuevo rol de «ninja» que cambia de ubicación casi constantemente, trabaja, disfruta de su ocio, requiere servicios y está sometido a riesgos?

Otras consecuencias personales

La tecnología nos está enseñando a ser humanos de nuevo.

(Simon Mainwaring)

También los nuevos desarrollos supondrán cambios evidentes en la forma de gestionar nuestra salud. En un mundo en el que la inmediatez es moneda común, en la conexión sanitaria, en la entrega de datos masivos sobre esta se verá reducida la cadena de valor entre el paciente y la solución. El e-health de origen IoT o los wearables lo cambiaran todo.

Mucho se ha oído hablar del IoT y del claro impacto que tendrá en nuestros hogares. Pero, sinceramente, cuando se habla de lo que va a venir, en general, se habla de cosas que ya son antiguas, como si en el siglo XXI conversásemos de las bondades de la imprenta. Y es que, aunque muchas innovaciones no se hayan implementado aún, están más que superadas. Que un sistema de sensores detecte un daño y lleve a cabo una acción, llamar al seguro, llamar a la policía, etc., no solo está superado, sino que apenas aporta valor. Ya hay compañías de otros sectores que hacen cosas más «prodigiosas».

El desarrollo digital real de nuestros inmuebles pasará por la detección proactiva de una situación problemática para, bien evitarla antes de que esta suceda, verbigracia, cortar el agua de la casa antes de que haya una avería, monitorizando el mantenimiento de las instalaciones, bien incluso solucionándola. En este sentido ya hay materiales que pueden autogenerarse y que lo posibilitarían al tener instalados los sensores inteligentes adecuados.

Sin mencionar, porque parece evidente en el mundo que nos rodea, los ya desarrollados sistemas de reconocimiento facial que permiten, o no, la entrada o la salida de personas, quién sabe si en el futuro de robots u otros elementos autónomos, a un inmueble. O sistemas robóticos que, no solo nos ayuden en el día a día asumiendo casi todas las tareas, sino incluso haciendo de acompañantes o cuidadores, aunque parezca cuestionable, ya existen este tipo de servicios en algunos países del mundo.

De ahí que seguramente llegue el momento en el que incluso se hagan pólizas de seguros para robots. El argumento para ello es lógico: en un espacio flexible donde la entidad pueda ser inteligente y tome decisiones autónomamente, emergerán un nuevo tipo asegurados y estos serán los robots. Sí, podrían ser objeto del seguro y aquí quizá el tomador sea, al igual que en los vehículos, el fabricante de estos.

A modo de conclusión general, lo expuesto es solo una muestra del tremendo impacto que se viene en el mundo del seguro con esta revolución 4.0 que, sin duda, será más sociológica que industrial, implicando sobre todo un cambio en las mentalidades y en la toma de decisiones eficaces por parte de las compañías aseguradoras y, de forma individual, de sus integrantes. Y, es que, la digitalización no es un objetivo en sí mismo, sino que debe convertirse lo más rápidamente posible en un sistema de mejora competitiva que permita a una empresa ser cada vez más eficiente e innovadora. Porque muchas son las compañías que se están digitalizando, pero pocas las que realmente se están transformando, porque la verdadera transformación solo se produce cuando se ofrece un servicio nuevo que solo es factible ofrecerse de un modo digital.

La innovación distingue a los líderes de los seguidores.

(Steve Jobs)