A Gonzalo, un adolescente, el médico le recomendó que siempre que entrenara o jugara al fútbol, usara una tobillera para evitar las continuas lesiones en el tobillo. Él no lo consideró importante y hoy se lamenta de su mala suerte por las constantes interrupciones en su entrenamiento a causa del tobillo.

Ana se lamenta por aquella vez que se fumó el primer cigarrillo para estar a tono con su grupo del colegio. Hoy hace planes para sufrir lo menos posible durante los pocos meses que le ha concedido el cáncer de pulmón.

Jesús no puede olvidar el día que decidió ir a aquella fiesta en lugar de estudiar para el examen del día siguiente. Fue el único de su clase que no pasó ese examen y perdió unas vacaciones que, para los demás, fueron inolvidables. De hecho, la chica que tanto le gustaba ligó con un compañero en esa ocasión. Décadas después, no ha podido superarlo.

Muchísimas personas, movidas por algún tipo de resentimiento, deciden votar por el candidato que ofrece arremeter contra «los culpables» de ese resentimiento. Hoy la mayoría de esas personas sufre las consecuencias de una dictadura que los engañó para hacerse con el poder y mantenerse en él a toda costa.

Estos cuatro casos, representativos de situaciones cotidianas a las que nos enfrentamos los seres humanos, nos dejan una lección muy importante: una decisión de momento, buena o mala, como ponerse una tobillera, fumarse el primer cigarrillo, estudiar para el examen de mañana en lugar de asistir a una fiesta, votar en contra de y no a favor de, puede cambiar la vida de una persona. En los casos citados, ellos saben cuál fue esa decisión. En muchos casos, las personas le endosan la culpa a su mala suerte o a cualquier factor externo o persona que se les ocurra o les vendan.

¿Por qué tantas personas toman decisiones de las que luego se arrepentirán?

Una de las causas es el cortoplacismo, pensar solo en el momento que viene y no en el largo plazo, un rasgo común en las nuevas generaciones. La orientación al placer, propia del ser humano, a veces nos obnubila y cedemos al impulso. A esto se une la tendencia a pensar que «a mí no me pasará», el sentirnos inmunes a las consecuencias de nuestros actos. «Nadie aprende en cabeza ajena», es un paradigma muy común, y hay personas que se empeñan en aprender únicamente de sus errores, sin percatarse que los errores ajenos pueden ser una gran fuente de aprendizaje.

Otra causa es la rebeldía, propia de los adolescentes y de adultos que no han superado esa etapa y se empeñan en ir contra la corriente. Una de las tareas más importantes de los padres consiste en inculcar a sus hijos valores y principios que les permitan estar mejor preparados a la hora de enfrentarse a decisiones que parecen triviales, pero son importantes.

Otra causa es la ignorancia. Es lamentable constatar que tantas personas vulnerables son adictos a seguir a cualquier personaje que ha alcanzado la fama, bien sean artistas, deportistas, políticos, influencers, que no siempre cuentan con valores sólidos y arrastran a una masa de seguidores con consecuencias adversas en algunos casos. A veces no son famosos, pero se encuentran muy cerca, en las mismas familias, el vecindario, los centros educativos y el entorno cercano.

La procrastinación, dejar los asuntos importantes para después, puede ser muy perversa. En este caso, no nos referimos a tomar decisiones incorrectas sino de abstenernos de tomar una decisión o irnos por el camino más fácil dejando de lado el camino correcto, porque es más difícil, más largo o no nos agrada. ¿Cuántas veces hemos postergado algo y después nos arrepentimos? A veces es mejor equivocarse que no hacer nada. El que se equivoca tiene oportunidad de rectificar mientras que el que no hace nada nunca sabrá que hubiera sucedido.

Cualquiera sea la causa, las decisiones que tomamos cotidianamente afectan nuestro futuro. Existe una propensión muy peligrosa a trasladar la culpa de todos nuestros males a factores externos. Por eso, algunas tendencias políticas e ideológicas que están de moda arremeten contra «el enemigo» y convierten a sus seguidores en seres dependientes, cuyo objetivo consiste en arrebatar a otros lo que consideran les pertenece y dejan de valerse por sí mismos.

«Si quieres conocer el pasado, entonces mira tu presente que es el resultado. Si quieres conocer tu futuro mira tu presente que es la causa» nos dice con mucha razón esta frase atribuida a Buda. La diferencia entre el éxito y el fracaso, en un mayor porcentaje, radica en las decisiones que tomamos… o no tomamos. Lo que hicimos ayer ha influido de manera decisiva en lo que somos hoy y eso generalmente se puede comprobar, si somos sinceros con nosotros mismos y analizamos concienzudamente nuestras decisiones pasadas. Nuestras decisiones de hoy influyen también de forma decisiva en lo que seremos mañana. Esto, lamentablemente, solo lo podremos comprobar mañana. Sin embargo, es inteligente analizar el impacto de nuestras decisiones de hoy y estar muy pendientes de no caer en el cortoplacismo, el sentirnos inmunes, la rebeldía, la ignorancia y la procrastinación.

¿Qué hacer para mejorar nuestras decisiones?

Para contestar esta pregunta debemos remitirnos necesariamente a las causas que analizamos anteriormente.

El cortoplacismo, por lo general, es placentero. Tomamos la decisión que nos dará una satisfacción instantánea y eso lo disfrutamos. El día que Gonzalo decidió no ponerse la tobillera, seguramente se sintió aliviado porque se deshizo de algo que no era de su agrado. Eso le produjo una satisfacción instantánea al librarse de esa obligación molesta. En este caso, el remedio es la disciplina, crear el hábito de hacer lo correcto para de esta forma evitar las posibles consecuencias. Recordemos: todas las acciones tienen consecuencias.

Es normal sentirse inmune, que no nos pasará lo que les pasa a otros. La inmunidad solo dura hasta que nos toca. Es preciso aclarar que no siempre una mala decisión tendrá consecuencias importantes como en los cuatro casos citados al principio. Sin embargo, al tomar una mala decisión, la posibilidad de ese tipo de consecuencias aumenta considerablemente. A veces hay que tomar riesgos, es cierto, pero siempre es aconsejable medir concienzudamente las consecuencias y tomar la mejor decisión posible. Luego, aceptar las consecuencias, cualesquiera que ellas sean y asumir la responsabilidad. Si no hacemos esto último, es posible que sigamos incurriendo en los mismos errores, ya que no aceptamos que el problema nos pertenece y asumimos que es culpa de otros.

La rebeldía, bien sea en la adolescencia o en la edad adulta, no es fácil de combatir. Requiere de la ayuda de los padres y de las personas influyentes en la vida del adolescente, o de los dirigentes políticos, sociales, religiosos, etc., en el segundo caso. La práctica consistente de los principios y valores es la mejor forma de ayudar.

¿Cómo combatir la ignorancia? Formándose. No hay otra forma. La lectura, esa extraordinaria herramienta que está prácticamente al alcance de todos, es una maravillosa forma de adentrarnos en la vida de otros, en aventuras y en sueños, en el pasado y el futuro. No en balde las dictaduras promueven el pensamiento único y persiguen todo aquello que puede ilustrar a un pueblo ignorante. Hoy en día la lectura se remite, en muchos casos, a lo que nos dicen las redes sociales, un modelo de comunicación extraordinario en su alcance e impacto, pero muy peligroso en su contenido, si no contamos con buenos filtros en nuestra mente, producto de los valores y principios que profesamos.

Por último, la procrastinación se combate no procrastinando. Fácil, ¿verdad? No tan fácil cuando ello requiere de fuerza de voluntad y disciplina. Yo siempre recomiendo concentrarnos en lo importante, en lo que nos lleva a conseguir nuestros objetivos. Si algo es importante, es imprescindible que lo hagamos. Estas son decisiones de momento que pueden cambiar nuestro futuro.

Gonzalo, Ana y Jesús son ejemplos de decisiones individuales que los condujeron a consecuencias adversas. El otro es un ejemplo de decisiones colectivas —producto de la suma de decisiones individuales— que conducen a los pueblos a una vida miserable.

Cada ser humano es libre de tomar las decisiones que tenga a bien tomar. El solo hecho de evitar las decisiones impulsivas, sin el análisis adecuado de su impacto, puede cambiar nuestra vida.

¡Piénsenlo!