El arte mesoamericano posee el genuino carácter de exaltar los entes tangibles e intangibles del planeta: la tierra en su condición de materia origen —tan solo recuérdese la palabra y frase «polvo eres y en polvo te convertirás»—; el agua que equilibra las funciones corporales y origina junto con la tierra el barro entre muchos otros beneficios; el fuego como componente de purificación, lo funde dándole el timbre, signo audible de su utilidad, como también el aire con todas sus funciones en los procesos vitales.

Toda esta noción material y sustancial constituye la casa, componente de interacción social, cultural, histórica, espiritual, para estar y encontrar armonía, fundamental en la vida de todos los humanos; atañe a un lenguaje y sistema de simbolismos y significados, con abundante intertextualidad gestada entre las diversidades étnicas y culturales de nuestro mundo.

Para la etnia zapoteca del istmo de Tehuantepec, México, a la cual pertenece este artista, la casa es la materia, y a su vez, esta materia es la tierra, por lo tanto, la casa es la tierra, se asienta sobre el terreno o lo corona y al terminar su función o vida útil —a veces milenaria—, como lo hace el humano, vuelve a la entraña del planeta, retorna a ser tierra, áspero terrón, polvo cósmico.

La casa es la cueva, el útero terrestre donde fuimos procreados e investidos de dones precisamente para estar en el mundo, conquistarlo y apropiarnos de manera creativa produciendo saber, cultura, creatividad, arte.

Una casa por pequeña o grande que sea simboliza dicho mundo, el planeta, el cual se mueve en el universo y le fue dado por el Creador junto con los seres vivientes un orden y gobernanza sobre la existencia, para organizarla, explotarla con tolerancia y sacarle provecho, no para destruirla.

Igual ocurre con la naturaleza, esta es la gran casa de todos, fundamental tener esta comprensión, sobre todo en estos tiempos de tanto desparpajo: la natura es el templo para nuestro cuerpo, entidad corpórea que es al mismo tiempo casa, símbolo de la vida interior, que nos representa. La forma en que vemos la casa proyecta la manera en cómo nos vemos a nosotros mismos. De similar manera, cómo vemos el mundo proyecta la visión de cada uno dentro de dicha interacción simbólica.

Esta bella canción en lengua originaria zapoteca previene de un colapso si no cuidamos nuestra casa natural y por ende nuestro mundo:

Siaba Bi, siaba nanda,
Siaba guie, siaba yu,
Siaba nisa, siaba gui,
Ca bini gúla sa ma cheeca,
Ma cheguirá guidxilayu.

(Caerá aire, caerá frío
caerán piedras, caerá tierra
caerá agua, caerá fuego
los binni gula sa se van
se acabará la tierra).

El arte de José Ángel Santiago y la casa cósmica

Aprecia la casa inscrita en un ente morfológico geométrico, o estructura portadora y modular del cuadrado, así lo simbolizó en su muestra en el Museo Carrillo Gil de Ciudad de México en 2018. Proyecta una retícula en la cual se inscribe la casa cósmica: Arriba, abajo, adelante, atrás, izquierda, derecha. Supramundo e inframundo, constructo dimensional en que morarán nuestros espíritus en la casa eterna, la cual venimos al mundo a conquistar, con la misión de apropiarnos de su bonanza vivencial y fortalezas.

La tierra

En tanto materia ancestral, la tierra es la superficie sobre la cual crece el árbol, el que renueva el aire cada día, fija el nitrógeno al suelo e inicia el ciclo de la lluvia. Nos da la madera, crece el bejuco y serpentea la víbora al asecho de todo lo que se mueva en ella. El bien y el mal, la vida y la muerte, la eterna lucha por trascender la luz y que irradia esa energía de la casa.

Se trata del lugar donde fuimos procreados, abrimos los ojos y por primera vez pusimos una mirada de conocimiento y sabiduría sobre esta, escuchando y asimilando el lenguaje de nuestros padres y ancestros, donde tuvimos comprensión de la vida y la palabra. O sea, donde pusimos una mirada sobre nosotros mismos. Ahí cuece el maíz, fermenta el grano, la fruta, la tuna, la raíz, el ave, el pez, para tener alimento y bebida espiritosa que nos encienda en el duro camino buscando el árbol madre, la poderosa Ceiba pentandra.

La casa es más que ese territorio cósmico donde también damos término al camino: ahí nos llegará la muerte, y tener la clave para entrar a su «no espacio» donde moran, como se dijo, los espíritus que suben o bajan por ese «axis mundo», árbol madre y sagrado, crecido sobre el vientre de Pakal para dar alimento a las criaturas que vuelan y entonan sonidos del mundo, asentada sobre el inframundo donde reposan las almas de los antepasados. En la cosmogonía mesoamericana dicha ceiba representa el vínculo entre el supramundo y el inframundo, y su tronco es el féretro, por el cual suben o bajan los espíritus del muerto y donde morarán la eternidad.

Agua e intertextualidad

Otro elemento esencial cuando se dice que somos en un alto porcentaje líquido, y por ello, necesitamos ingerirla a diario. El agua se manifiesta en el río, el mar, el lago, la laguna, el temporal, la tormenta, la nube, la bruma, y acuerpa una noción cosmogónica universal. En la mitología mexica son abundantes las deidades de las corrientes de agua: Tláloc, el dios de las lluvias, entre otros. En la meseta purépecha el lenguaje totonaco está poblado de vocablos y referencias a rituales sobre el agua. En tanto el istmo de Tehuantepec se asienta en el Golfo de México y se vive de agricultura y la pesca, posee ligamen con las culturas del Caribe y Mesoamérica, pared oriental del Caribe donde se rinde culto a Yemayá, la diosa Yoruba que simboliza los siete mares del mundo y un sincretismo religioso el cual se extiende hasta Brasil traído por los esclavos africanos.

En el Caribe sur de Costa Rica colindante con Panamá, en la cosmovisión de la etnia Bribri, Sibo, su dios, hizo que Mulurtmi muriera y sobre su entraña —como en la estela de Pakal, en Palenque—, hizo crecer un árbol que al ser cortado de su tronco brotaron las aguas del mundo.

En la casa cónica de Baja Talamanca costarricense, etnias Bribri y Cabecar, esta posee una extensión simbólica que penetra el interior terrestre, donde permanecen los espíritus morando. Importa estas apreciaciones del contexto mesoamericano y el Caribe, por ello hablo de intertextualidad o similitudes, en tanto que, si la entidad cósmica posee un símil inferior de su estructura exterior, también irradia su referencialidad en los territorios al este y oeste, al oriente y occidente de la gran Mesoamérica.

La casa, el cielo y la serpiente

El arte de José Ángel sostiene una percepción arraigada al suelo, a la superficie, a la piel del planeta en la cual pervive la existencia humana y su diversidad de modos de vida, en ella serpentea la víbora: «Bestiario», muestra exhibida en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, 2016, Centro Cultural Oaxaqueño y en Galería Quetzalli, 2021. Son abordajes en que instala ofrendas, y vasijas funerarias de un simbolismo asimilado de los rituales de sus antepasados zapotecas, mexicas y mayas. Atañe a las criaturas que vuelan unas, o serpentean otras, en la territorialidad de la memoria, y espacio en el cual cuaja el significando de la eterna (dis)continuidad.

Utiliza tierra, central al universo de lo creado, y ahí donde crece la milpa del maíz, alimento donado por el Creador, pero también nacimos de esta semilla que nutre el cuerpo y el espíritu. El artista mismo comenta que en la cosmovisión de su pueblo que vive de la agricultura y la pesca, evoca la creencia en el origen de los seres vivientes nacidos precisamente de la tierra y el maíz.

Tonacayotl, el maíz, subsiste la tierra, vive el mundo, poblamos el mundo. El maíz, tonacayotl, es en verdad lo valioso de nuestro ser (Códice Florentino, citado por Lara, E. Sf. p.251).

Su forma de arte potencia el acto esperanzador de volver a la tierra y regenerar otra planta, un nuevo ciclo. Sanar la tierra, pues, en tanto el planeta sane, también los seres vivientes lo haremos debido a esa esencial simbiosis. El artista con esta jerga simbólica crea un altar, dentro de los discursos del arte actual, que, por lo general, suelen ser tan ásperos, como el terrón a cultivar y que pide a gritos agua.

La retícula a la que refiero en que inscribe la casa, desde la teoría de las estructuras de la geometría es «puerta a la armonía» y, en particular, la modular del cuadrado, principio de crecimiento, edad, tiempo, ida o regreso, entrada o salida. Para Everardo Lara, en el Modelo Matemático Náhuatl:

…el dos al cuadrado representa la dualidad, el Universo, que se eleva al cuadrado, o materia y energía que dan forma… (Lara. p.58).

Para José Ángel Santiago, ese simbolismo de la puerta a la armonía, —símbolo a su vez de su discurso e imaginario—, lo asocia a la casa y al terremoto que la (de)construye, en tanto es energía del sistema de placas tectónicas del planeta, y que esa casa cósmica crece hacia lo alto tanto como se hunde en el interior del suelo, donde el muerto, luego de pasar dicha puerta dimensional y cruzar el río, conviven con el ancestro, y , en el caso de la cosmogonía maya precisa ser, como se dijo, el árbol Ceiba pentandra. Esos espíritus suben por las raíces hasta el tronco que abre sus potentes ramajes hacia las direcciones cósmicas del Universo, noción que recuerda el movimiento de las danzas en los rituales de propiciación al enterrar al muerto:

Izquierda: recuerda el camino de expansión.
Derecha: recuerda el regreso al origen de la creación.

Tema central de lo expuesto por este artista en «El cielo, la casa y la serpiente», la tierra como soporte, lenguajes e imaginarios de la materialidad ancestral, metáfora que aborda la imagen de las figuras que pueblan cielo o el suelo: serpientes, águilas, cactus, laguna que espeja el firmamento, y el terreno agrietado, rocoso, que representa las vicisitudes de la vida.

Es puerta, a su vez, para la convergencia de dos enormes culturas del norte del continente, la mexica o Aztlán, la maya, con la inca al sur del continente.

Se dice que estas configuraciones piramidales, geodésicas, elípticas, muy altas, buscan alcanzar la estatura de los dioses, y un sentido cosmogónico funerario, que evoca esos montículos de tierra en la obra de Santiago dando sostén a distintas figuras de la casa artesanal, impregnada de aquel fuerte añil con que colorea las cerámicas.

Nos propone aprender de un universo mítico, doble reflejado por el arte en una imagen singular de la creación, elementos que nos dieron origen: iconografía sagrada como la geométrica de la madre naturaleza —la Pachamama, representada en la espiral de paso continuo—, Atlas portando la esfera terrestre, lo sacro y lo mundano, tan propio de nuestras narrativas originarias.

Refiere a los procesos de conformación cultural y morfológico de nuestro arte originario mesoamericano, a reconocer las fortalezas de la materia, esencia y función como entes de fusión de la identidad o continuidad, pero, hay más que eso, en tanto lo fortalece el amor o la fe en nuestros imaginarios, lenguajes y manifestaciones ancestrales.

Cuando conocí la obra artística de este joven oriundo del istmo de Tehuantepec, reconocí el discurso del arte de hoy que en particular me interesa: hablar de la casa, de la tierra, el agua, el fuego, y el aire como componentes esenciales de esa amalgama que llamamos creación y que surte a estas manifestaciones o focalizaciones de la cultura de lo contemporáneo.

Nota

Lara, E. (2015). El Modelo Matemático Náhuatl. México.