La bodega Feudo Antiguo, del grupo Bodegas Tollo nace en la antigua Tollum. El nombre no es un capricho de los dueños, ya que recientes estudios arqueológicos han demostrado que en este mismo lugar existía una hacienda productora de vinos ya hace dos mil años.

«La DOCG, es una de las DOP territoriales de la región Abruzzo y tiene una historia que se pierde en los recovecos del tiempo: la viticultura en Tollum se remonta a los años 67 y 70 de la era cristiana. Ya sabíamos, gracias a estudios específicos, y por vestigios que se habían encontrado al construir este edificio, hace 10 años, que en esta zona se hacía vino hace dos mil años», explica Andrea Di Fabio, director general del grupo de bodegas Tollo.

Mientras se construían los fundamentos de la actual bodega, empezaron a aparecer las maravillas: por acá restos de muro, más allá un fragmento de mosaico, fragmentos de ánforas y tinajas, cisternas: «Los trabajos de excavación demostraron lo que ya sabíamos, es decir que en este mismo lugar había existido una hacienda productora de vinos, ya que se encontraron también incluso restos de tinas donde se realizaba la decantación del vino», afirma Di Fabio.

Junto al Ministerio para el Patrimonio Cultural se creó una recorrido cultural, agrega el director general del grupo de bodegas Tollo: «Tenemos un sector, totalmente integrado a la estructura que es prácticamente un museo, donde se exponen los restos que hemos encontrado, pero es una operación que va más allá, porque también forma parte de la producción, ya que en los subterráneos se realiza parte de la decantación del vino que guardamos en ánforas».

La arquitectura de la bodega es minimalista, con evidentes referencias al Bauhaus, por lo tanto a Mies Van Der Rohe, es decir que prácticamente no se ha intervenido en el aspecto del medioambiente. La construcción se yergue en tres niveles: el primero está bajo tierra, donde se realiza la decantación del vino, y donde aún se pueden ver restos de cisternas romanas; en el primer piso la zona de degustación y venta, mientras en el último está el sector residencial, pocas habitaciones e incluso un pequeño spa. También habrá una sala especial para reuniones.

Como generalmente sucede en Italia, cada vez que se realizan excavaciones para cualquier tipo de obras siempre se encuentra algo, y esta vez no fue una excepción: en un sector del terreno, no lejos del lugar donde se producía el vino se encontraron mosaicos, hecho que determina que en este lugar se encontraban las habitaciones que sin duda formaban parte de la elegante casa de campo. Probablemente excavando bajo las viñas en este lugar se encontrarán más vestigios, pero ahora es solamente periodo de vendimia.

Las vides se pierden en la lejanía en esta zona hasta ahora en general fuera de las rutas turísticas. Encerrada entre los Apeninos y el mar Adriático, esta región es casi una isla con su estupenda Costa dei Trabocchi, de difícil traducción ya que se trata de construcciones como palafitos (trabocchi) que se adentran en el mar, y cuyo origen se pierde en el tiempo.

Algunas fuentes aseguran que las primeras construcciones de este tipo parten de los fenicios, otras que parten de la Edad Media, citando algunos documentos relacionados con la presencia, el año 1240 del Hermano Pietro da Morrone (que luego se convertiría en el Papa Celestino V), en la Abadía de San Juan en Venus. Dichos documentos describen estructuras de madera enterradas en la playa denominadas trabocchi.

Como la mayoría de las veces, la realidad es más prosaica y se relaciona directamente con la vida cotidiana. Según algunos estudios más recientes: «el origen de estas construcciones tiene que ver con el hecho que la mayoría de la gente de acá, sobre todo quienes vivían en el interior, se dedicaba al pastoreo; mientras durante la primavera y verano no había problemas gracias a las fértiles tierras de esta zona de los Apeninos, con la llegada del otoño las cosas cambiaban».

Era necesario emigrar hacia el sur, a las templadas tierras de Apulia donde el clima es más amable. Empezaba entonces la trashumancia, el largo peregrinaje por los tratturi –el sendero por el que transitaba el ganado– que podía durar incluso un par de meses, y como los pastores no podían sacrificar al ganado porque constituía su sustento económico, ya que además de la carne vendían la lana y la leche, la comida era un gran problema. Y como eran pastores y no pescadores tampoco sabían construir barcas. La idea genial fue edificar una construcción sobre palafitos, provista de árganos y redes, que se adentrara varios metros en el mar: así podían pescar sin necesidad de zarpar.

La ya mencionada Abadía San Juan en Venus, ubicada en la cima de una colina en las afueras del pueblito Fossacesia amerita una visita. Se llega a través de una carretera que serpentea empinándose entre campos cultivados e hileras interminables de vides y olivos: solamente la fachada medieval y la vista espectacular de gran parte de la Costa dei Trabocchi merecía llegar hasta este sitio.

Erigido en las ruinas de un templo romano dedicado a Venus (de ahí el nombre), entre los siglos VIII y X, primero como ermita, en realidad la construcción propiamente empezó hace más de mil años, en el 1015, aunque su aspecto actual se debe a transformaciones realizadas más tarde, entre los siglos XI y XII. Curiosamente, la Abadía ha sobrevivido prácticamente intacta a las frecuentes incursiones normandas, terremotos y bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de su simplicidad arquitectónica, con una fachada muy simple de piedra caliza amarillenta, la construcción es monumental con sus dos estupendos portales: Puerta de la Luna y Puerta del Sol. El primero se llama así porque durante el ocaso del solsticio estival (21 de junio) los rayos del sol iluminan directamente el presbiterio y la cripta, mientras la Puerta del Sol representada en las aperturas de los tres ábsides del portal debe su nombre a que los rayos solares los atraviesan simétricamente durante el ocaso del solsticio de invierno, el 21 de diciembre.

En el luneto, sobre el portal, están representados Cristo sentado en el trono entre San Juan Bautista y San Benedicto de Norcia, mientras a cada lado de la puerta de ingreso principal, en las pilastras de mármol se han esculpido pasajes de la vida de San Juan Bautista.

En el interior de la Abadía, divido en tres naves, bajo un presbiterio realzado se encuentra la cripta estupendamente decorada con frescos del siglo XIII de Cristo y la Virgen en el trono. Directamente desde el templo se pasa al claustro, parcialmente reconstruido entre 1932 y 1935. Aquí se conservan numerosas placas de mármol de diferentes épocas, todas ellas con interesantes descripciones, como testimonio silencioso del paso del tiempo.

En esta zona es aconsejable visitar Vasto, ciudad ubicada en un promontorio asomado al Adriático, cuyo clima es muy agradable en primavera y verano, bastante menos en otoño e invierno ya que hasta suele nevar. Al adentrase en las callecitas de la ciudad llama la atención la cantidad de negocios tradicionales: zapatero, modista, entre otros. Salta a los ojos una tienda con un nombre curioso, en dialecto Sparagna e Cumbarisci, que quiere decir más o menos «ahorra y lo pasarás mejor», en realidad un llamado al minimalismo y a la simplificación: acá venden ropa que de lejos parece de marcas famosas (Levis, Barbie, Coca Cola), pero en realidad, con un genial instinto de mercado, sus dueñas utilizan las citadas marcas para describir sus confecciones.

Los edificios históricos como el Palacio D’Avalos (hoy sede de los museos Arqueológico, de las Antiguas Tradiciones y Pinacoteca) demuestran los orígenes grandiosos de la ciudad que por allá por el siglo XVI se denominaba «la Atenas de Abruzzo». El origen de la construcción de este edificio es incierto, ya que fue totalmente reconstruido en ese período con el estilo renacentista de la época, tras haber sido destruido en una incursión otomana, arremetidas muy frecuentes entre los siglos XIV y XVII.

Otro edificio digno de admirar, desgraciadamente solo por fuera es el Palacio de la Penna, a 6 kilómetros de Vasto en el promontorio Punta Penna: construido en la primera mitad del siglo XVII también era propiedad de la poderosa familia D’Avalos. Durante sus cuatro siglos de existencia ha padecido diversas vicisitudes, entre otras el saqueo de los turcos en 1791, luego reestructuraciones, fastos, ha sido hasta orfanato, para ser posteriormente abandonado, sin que falte la leyenda que asegura que fue creado por cien demonios en una noche orgiástica, y que, por lo tanto son ellos los dueños absolutos del edificio.

Desde Vasto dirigiéndonos hacia Ortona, en una carretera circundada por la típica vegetación mediterránea, adelfas, retamas, olivares y vides que aparecen y desaparecen entre los álamos piramidales típicos de esta región, la costa va cambiando fisonomía: pequeñas ensenadas, entre arenas doradas, arrecifes que caen en picada al mar y promontorios desde los que se asoman torres y campanarios.

También Ortona se erige en la cima de una colina y en cualquier momento del año desde la Passeggiata Orientale (Paseo del Este), el gran balcón de la ciudad, el espectáculo de la Costa dei Trabocchi y del Adriático que se pierde en la lejanía es espectacular. A pesar de haber sufrido graves daños a raíz de los bombardeos durante la guerra, conserva aun un notable patrimonio artístico y monumental, como el Palacio Farnese, actual sede del Museo de Arte Contemporáneo, cuya construcción empezó a fines del siglo XVI y terminó un siglo después.

Majestuoso el Castillo Aragonés, una fortaleza construida en el siglo XV al que se entra por una pasarela de piedra que se sustenta en tres arcadas y corre sobre el foso que circundaba el edificio. Aunque el interior está vacío a causa de los destrozos provocados durante la guerra, vale la pena llegar hasta la torre este (una de las tres de las cuatro originarias), hoy convertida en un mirador que permite una vista panorámica estupenda.

En el corazón de Ortona está la imponente basílica dedicada a San Tomás Apóstol que desde hace siete siglos guarda en su cripta las reliquias del santo junto a la piedra tumbal que, según cuenta la leyenda, habrían sido substraídas por un soldado originario de estas tierras durante una acción militar.

La iglesia, construida en las ruinas de un templo dedicado al dios romano Jano en los primeros años de nuestra era, en el curso de un milenio ha sufrido destrucciones y reestructuraciones. Del templo original, reconstruido en el siglo XIII, se pueden admirar dos portales del siglo XIII y algunos elementos arquitectónicos del siglo XIV.

La belleza agreste de esta zona, cautivó tanto al poeta y escritor Gabriel D’Annunzio, que durante el verano de 1889 se instaló en un ex eremitorio en la cima de un promontorio, en San Vito Chietino, entre Vasto y Ortona, cerca del Trabocco Turchino y la playa homónima. Desde entonces, y hasta hoy, esta construcción se conoce como Eremo d’Annunciano.

D’Annunzio dedicó parte de su obra a esta región, sobre todo a Ortona, tierra de origen de la madre. Particularmente sugestivo el recuerdo de esta ciudad en su novela Triunfo de la Muerte: «Ortona se asomaba blanca, como una ígnea ciudad asiática en una colina de Palestina, que se recortaba en el azul, en líneas paralelas, aunque sin los minaretes». Una buena imagen antes de abandonar esta estupenda y casi desconocida zona de la que también llevamos el sabor y aroma del excelente vino de las Cantinas Tollo.