Una de las particularidades del teatro, a diferencia de, por ejemplo, el cine, es que cada función es única e irrepetible. Sin embargo, toda presentación carga consigo la acumulación enérgica y contextual del conjunto de momentos icónicos dentro de la historia del mundo teatral que le llevaron a ser lo que es y, por consiguiente, influirán en lo que vendrá con quienes llegarán a la labor escénica luego de nosotros.

«El teatro es un crisol de civilizaciones» – Víctor Hugo.

La palabra «teatro» proviene del griego theatron –«lugar para ver»–; y este, del sustantivo thea –«visión»– que encontramos en la palabra «teoría», relacionada con el verbo théaomai – «contemplar» –. Es por ello que «teatro», con el sufijo tro, significa «medio de contemplación».

Todo inicia en ese recinto cultural, donde aguarda una audiencia ávida de catarsis y entretenimiento. Sin embargo, ¿sabías que la retroalimentación del espectador y el espacio físico para presentar este arte, como los conocemos actualmente, resultaron de una larga evolución con el paso del tiempo?

El primer teatro que se construyó en Grecia fue labrado en piedra, homenajeando al dios Dionisio y estando dividido en tres partes: la orquesta, la escena y el lugar para los espectadores. Asimismo, en la Edad Antigua el público griego expresaba su aprobación aplaudiendo; mientras que los romanos chasqueaban los dedos, hacían ondear las puntas de sus togas o sacudían tiras especiales que se repartían para ese fin.

«El teatro es el lugar donde las lágrimas de virtuosos y malvados hombres se mezclaron por igual» – Denis Diderot.

Allende los siglos y sin importar las prohibiciones que llegó a imponer la Iglesia en los primeros años del cristianismo, el arte teatral ha trascendido y lo seguirá haciendo. Hasta ahora, esto ha sido bajo la representación de dos máscaras: una sonríe, otra llora; una simboliza la comedia, otra simboliza la tragedia. Volviendo a los orígenes, vale resaltar que estas son símbolos griegos, inspirados, cada uno, en una musa.

Talía: amante de las fiestas dionisíacas, presidía los banquetes animados con música y canto, por lo que lleva una corona de hiedra y, en una mano, carga una máscara sonriente.

Melpomene: tenía riquezas infinitas, pero no podía ser feliz. Se le retrata como una matrona majestuosa, de cetro y corona, tomando un puñal y rodeada de fortalezas, armas y laureles.

«Cuando el teatro es necesario, no hay nada más necesario» – Peter Brook.

No obstante, es innegable que, desde esa época hasta nuestros días, las representaciones escénicas que inicialmente buscaban celebrar a una deidad, han ido adquiriendo, más y más, un carácter de comercio e industria que, aunque para muchos, conserva la esencia de ritual, se ve reflejado en hechos como que el musical de más larga duración en el West End –Londres– sea Los Miserables, inaugurado en 1985. También que Walt Disney World –Orlando, Florida– tenga un récord de más de un millón de piezas de vestuario destinadas a sus diferentes obras. Uniendo a esto que El Rey León haya recolectado más de mil millones de dólares, siendo la obra de teatro musical de mayor recaudación de todos los tiempos; o que El Fantasma de la Ópera, de Andrew Lloyd Webber, se acerque a esas cifras al ser el espectáculo de Broadway de más larga duración en la historia, cumpliendo las 10.000 presentaciones, desde 1988, el 11 de febrero de 2012.

«Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya» – Eugène Ionesco.

Este tipo de contrastes acerca de lo que solía ser y de como funcionaba todo lo relacionado con el teatro, nos permite evaluar como los seres humanos –y, por ende, el arte en sí– nos adaptamos al tiempo y al espacio, evolucionando y transformándonos para sobrevivir sin importar las dificultades, pero siempre honrando el legado de los que nos precedieron y, en el mejor de los casos, continuar persiguiendo un ejercicio cultural guiado por la excelencia y el respeto hacia la responsabilidad que significa dedicarse a lo artístico.