Supongamos que no sea yo el que escribe y quien lo hace sea la propia lectora o lector. Que de alguna metafórica manera, la tinta de mi bolígrafo, se plasme en la hoja con la impronta de la sangre de quien lee. Todas las palabras venideras, entonces, se sabrán de antemano: «beso», «lágrima», «coronavirus». Todas las oraciones ya habrían sido reflexionadas, interiorizadas: «odio eterno al fútbol moderno, que es otro más de los últimos estertores del neoliberalismo» o «de la boca del niño escurre helado de fresa».

La lectora y yo construimos un mundo a través de un texto, mas no siempre creamos nuestro nexo común mediante el artificio humano de la escritura. Por ejemplo, si me nace una idea en el interior del cáliz, al abrigo de la flor del alma que, para que germine deba atravesar la corola de las emociones después de estrellarse contra estambres y pistilo; es seguro que otra persona en el mundo —sin vínculo alguno conmigo— haya sido o esté siendo o vaya a ser desgarrada por este mismo fenómeno.

Hasta la más inalcanzable de las ideas, como denunciar ante la Unión Europea la vulneración de derechos humanos sufrida durante el mandato presidencial de Piñera I de Chile con el objetivo de romper el acuerdo bilateral de comercio, se puede madurar en nuestro interior para acabar naciendo en personas ajenas a uno. Es un reflejo extrasensorial, transcorpóreo y ultraneuronal. La misma Tierra sirviendo como canal, como parte y todo del mensaje del mensajero.

Hasta la más inalcanzable de las ideas puede ser compartida o despertada en otros seres humanos, como aquellos que llevaron el lamento del pueblo chileno durante su despertar al parlamento europeo y provocaron que los mismos oligarcas del gobierno anunciasen su «Acuerdo para la paz social y la nueva constitución» ante el temor de que sus empresas perdieran los beneficios del mercado transoceánico. Acuerdo, por cierto, que asemejaba al de un armisticio de guerra proclamado de forma unilateral. Nada sorprendente proveniente de un gobierno que aún acoge a miembros del anterior régimen genocida de Augusto Pinochet.

Una vez pasada la noche más larga, comienza el nuevo invierno. Cuando los días se alargan, las plantas comienzan, tímidas (o más bien descaradas), a embriagar al mundo con el aroma de sus flores. Precisamente es en este invierno donde las ideas que buscan proteger al medioambiente comienzan a florecer de forma masiva en las mentes de forma espontánea. Son las ideas de los insurrectos que cada día son más, las de los ingobernables solamente abrazados por el amor de los que viven a este lado del sistema.

Hay que comprender que tanto la lectora como yo diferimos de la memoria comunicativa tradicional. Libertos ya de las cadenas del lenguaje, observamos el proceso evolutivo de nuestra especie desde una plataforma. El mero hecho de referirnos con el mismo orden de fonemas vocálicos al mismo concepto no es suficiente para describirlo. Por ejemplo, alguien llamó «muerte» a la ausencia de movimiento permanente que sufre un ser vivo en un punto determinado de su existencia; se le entregó una connotación específica que se fue imponiendo durante toda la sangrienta historia de conquistas de nuestro pasado. Ahora las palabras como muerte pierden su valor conceptual, su connotación (pan)social. Exigimos que no nos cuenten argentinas milongas.

La lectora va escribiendo lo que yo siento, no con palabras sino con amor y ambos declaramos que el año 2020 no fue perdido, el crecimiento interior ha sido enorme. No se nos permitió salir más que a comprar harina, pero aprendimos a hacer pan.

Ambos declaramos que, en 2021, pretenden vacunarnos solo con el objetivo de seguir exprimiendo la teta de una tierra que no da más leche. La prueba está en que los laboratorios que han alcanzado la vacuna para la COVID-19 no comparten la patente con el resto de laboratorios del mundo a modo de progresar en la cura y salvar vidas por igual en todo el planeta, no importa de dónde vengas.

Pero ante todo la lectora declara o, más bien, declaramos que nos sentimos más fuertes, solidarias y con ganas de luchar por la protección de nuestras comunidades: para que nuestras niñas vivan la vida que sueñan con una educación que permita seguir siendo libre pensadores que todavía en su infancia son; para que nuestras ancianas sean cuidadas y escuchadas con amor; para mitigar el dolor de nuestro planeta y revertir las consecuencias que como especie hemos establecido. Además, seguiremos defendiendo nuestro medio ambiente para que ningún crecimiento implante una nueva cicatriz en nuestra naturaleza. Además, parece que el sistema deberá tener cuidado con lo que deseamos.