El 14 de agosto de 2020, en los cuartos de final de la Liga de Campeones, el Barcelona enfrentó al Bayern Múnich y perdió 8-2. La derrota parece indicar que el equipo es un anciano enfermo que está agonizando. Los hinchas y críticos quieren una administración diferente, con otro cuerpo técnico y con nuevos jugadores. Por su parte, Lionel Messi, el símbolo del Barcelona, declaró que ya no quiere seguir en su equipo: el único que ha tenido, al que llegó cuando era un niño y en el que todos esperaban que jugara el último partido de su carrera.

El Barcelona de Pep Guardiola es un recuerdo, así como los catorce títulos que ganaron y los récords que superaron. Desde la cantera, los jugadores de ese ciclo conocieron el concepto de fútbol total y lo aplicaron en sus partidos. Los nuevos fichajes que no asimilaron este estilo de fútbol salieron del Camp Nou en silencio, aunque el equipo hubiera pagado por ellos cifras asombrosas; tal fue el caso de Hleb, Keirrison de Souza y Chygrynskiy.

Durante ese período Guardiola siguió con la estructura táctica que el Barcelona había heredado de Johan Cruyff y del Ajax de Ámsterdam. Con este sistema ganó tres Ligas, dos UEFA Champions League, dos Mundiales de Clubes, dos Copas del Rey, tres Supercopas de España y dos Supercopas de Europa. De la misma manera en que el «equipo de oro» húngaro en 1953, precursor del fútbol total, impactó al fútbol, también lo hicieron la Naranja Mecánica y, por supuesto, el Barça con su triangulación fluida. Pero ahora solo quedan restos de ese estilo y plantel, tres jugadores que, por lo que se puede inferir, ni siquiera quieren ser parte del grupo: Piqué, Busquets y Messi.

Desde que Guardiola abandonó el Barça en el 2012, el grupo ha tratado de mantener la misma personalidad, pero uno a uno se han ido los integrantes que le daban actitud al equipo y, como dijo Albert Einstein: «la debilidad de actitud se vuelve debilidad de carácter». El primero fue Víctor Valdés que abandonó la portería culé en el 2013, porque sentía que no lo valoraban; el mismo año el Barcelona retira a Eric Abidal, luego de que superara un cáncer y un trasplante de hígado, aunque el jugador quería seguir compitiendo; Carles Puyol jugó hasta que sus rodillas aguantaron, abandonó el azulgrana en el 2014; Xavi Hernández dejó el club en 2015 y se fue a Qatar, decidió retirarse, como lo hizo Andrés Iniesta en 2018, en la cima de su carrera, para dejar el mejor recuerdo. Finalmente, Dani Alves dejó de jugar en el Camp Nou en el 2016 para migrar a otros equipos y ser el jugador, junto a Paolo Maldini, con más Supercopas de Europa ganadas.

Queda Messi con 75 premios, 34 títulos y, seguramente, alcanzará a marcar 700 goles antes del final de su carrera. El nombre de Aquiles «el de los pies ligeros», sigue siendo recordado porque, sobre todo, tuvo grandes compañeros —Áyax, Odiseo y Patroclo— que hicieron que una batalla no fuera olvidada. Sin estos personajes la Iliada no estaría en nuestras bibliotecas y Aquiles difícilmente hubiera podido soportarse a sí mismo durante tantas páginas. Messi, sin Xavi, Iniesta y Puyol baja la mirada, cada vez más, tal vez pensando que el Barça no tiene sentido si pasa desapercibido, si los partidos que juega no superan el umbral para ser recordados. Seguramente está esperando que todo termine y que únicamente quede reunirse con sus amigos que abandonaron el equipo hace unos años. Recordarán la gloria, como si hubieran sido personajes de ficción.

Esta es la naturaleza del deporte que los aficionados no queremos aceptar: los deportistas solo juegan un par de décadas y luego los equipos renacen para ser distintos. Al igual que Aquiles, los jugadores prefieren una vida corta y gloriosa a una larga y anodina. Luego mueren como símbolos y recuperan la humanidad para vivir como cualquiera de nosotros. No obstante, aunque aceptamos envejecer, no queremos que ellos compartan la misma suerte. Con cada oportunidad alargamos el final inevitable y pedimos un partido más. Lo mismo le sucedió a los Chicago Bulls de los noventa. Michael Jordan junto con Scottie Pippen, Horace Grant, Toni Kukoc, Dennis Rodman y el técnico Phil Jackson permitieron, como nunca, que las personas fuera de EE. UU. vieran a la NBA, aunque apenas supieran algo sobre baloncesto. Lo mismo le sucederá pronto a Roger Federer y a Rafa Nadal; los problemas en sus rodillas han hecho que cada año los comentaristas deportivos pronostiquen su final.

Es doloroso presenciar el final de Messi, de Federer y Nadal, así como lo fue el de Michael Jordan porque, aunque vengan nuevos deportistas, después de alcanzar el punto más alto solo queda el declive. Ni los Bulls ni el Barcelona volverán a ser tan buenos como lo fueron con Jackson y Guardiola respectivamente, y el tenis no podrá recuperarse: nunca habían competido, en el mismo período, tenistas tan talentosos como Roger, Rafa y Novak.

Tal vez lo que ocurre es lo que Carl Gustav Jung anunció en su libro Transformaciones y símbolos y que, luego, profundizó en El libro rojo: aunque el hombre contemporáneo sobreponga la razón sobre el universo inconsciente, aún hay vestigios del alma arcaica. La religiosidad constituye para Jung una dimensión muy importante, así que, aunque la sociedad actual intente desmitificar el mundo, el humano todavía necesita a los dioses, los demonios y los héroes. Los deportistas, entonces, irrumpen para tratar de ocupar el lugar que dejaron Aquiles, Teseo, Hércules o Perseo.

Messi y Jordan vivieron una aventura que los transformó. Ninguno de los dos era lo suficientemente bueno; Messi fue diagnosticado con una deficiencia de la hormona del crecimiento, que posiblemente lo alejaría del deporte. Jordan, por su parte, fue rechazado en el equipo de su escuela, Emsey A. Laney, porque únicamente medía 1.80 y no aportaba nada al grupo. Los dos, como ocurre con los héroes de cualquier cultura, superaron las adversidades, tuvieron guías espirituales (Guardiola y Jackson), pasaron del dolor a la alegría y del temor a la valentía. Ningún contrincante los detuvo y sobrepasaron su propia existencia, hasta convertirse en símbolos.

Hoy ya no vamos a Leuce (la isla de las serpientes), en el mar Negro, a venerar a Aquiles. Tampoco construimos, como lo hizo la emperatriz austriaca Sissi, un palacio en honor al héroe heleno. Nosotros asistimos a los estadios, visitamos sus museos, si tienen, y compramos las camisetas de los equipos que seguimos. Posiblemente, más que nunca, necesitamos estar poseídos por esos contenidos anímicos que mencionó Jung, pero Aquiles y sus guerreros no están, ahora nos queda indignarnos porque el Barça ya no es el que gana todo.