Al Sol, a esa estrella a la que estamos tan acostumbrados, a la que admiramos en cada amanecer y a la que disfrutamos en cada atardecer, le queda un futuro de 5.000 millones de años; de hecho, según los expertos en el estudio de la Cosmología y del Universo, este cuerpo estelar nació hace aproximadamente 4.600 millones de años y se calcula que su vida -de principio a fin- será de unos 10.000 millones.

Actualmente, este astro que tanta energía, calor y luz nos ofrece, está quemando hidrógeno, un proceso que tiene como consecuencia la producción de helio -un elemento más grande y pesado que el anterior- y que, a su vez, facilita el aumento del tamaño de la estrella y de su luminosidad. No se trata de un incremento muy elevado y radical pero sí constante y paulatino; es decir, desde su nacimiento, el Sol ha crecido cerca de un 20%.

Y cuando termine de quemar el helio, finalizará también la longeva vida de nuestro Sol: comenzará su ocaso; no obstante, no hay que asustarse todavía ya que, como hemos dicho anteriormente, faltan unos 5.000 millones de años por delante.

Sin embargo, vamos a profundizar un poco más en esos ciclos que esperan al astro luminoso. Cuando se acabe el hidrógeno -fase conocida como secuencia principal- el núcleo del Sol comenzará a comprimirse.

Este núcleo se encuentra hoy día en equilibrio por la actuación de dos fuerzas opuestas y como explica Ada Ortiz, especialista en el tema, «por un lado, la masa de la estrella empuja hacia dentro por la gravedad pero, por otro, las reacciones de fusión nuclear desprenden una gran cantidad de energía y eso crea una presión hacia fuera, en sentido contrario a la gravedad».

En este sentido, cuando se acabe el hidrógeno, desaparecerá la energía que había estado empujando hacia fuera y por eso el núcleo colapsará dando lugar a la etapa denominada gigante roja. Así pues, dicho núcleo se calentará y contraerá hasta alcanzar la temperatura necesaria para quemar y fusionar el helio mientras las capas que lo rodean seguirán quemando hidrógeno, lo que provocará una expansión colosal. De ahí el nombre de gigante roja: gigante por las dimensiones que se alcanzarán y rojo porque las capas exteriores del núcleo irán adquiriendo este color según se vayan enfriando.

En otras palabras, al final de la vida del Sol, el núcleo quemará todo el helio que tenga, se volverá a contraer y a calentarse pero nunca alcanzará la suficiente temperatura para quemar el siguiente elemento más pesado, el carbono. Como añade Ortiz, «el final se producirá cuando todas esas capas exteriores se eyecten al espacio en lo que se llama una nebulosa planetaria, que es un envoltorio muy espectacular de gas y polvo en forma de anillo, y en el centro quedará una bolita muy densa (más o menos del tamaño de la Tierra) que es el núcleo de la estrella y que se llama enana blanca. Al cabo de unos miles de años, esta enana blanca se enfriará porque no generará energía y se apagará, siendo éste el final del Sol».

De cualquier modo, hay una cuestión que los investigadores tienen todavía en el aire y es que, una vez se produzca esa expansión -con la que el Sol aumentará de tamaño unas 200 veces en relación a lo que hoy conocemos-, cómo ésta afectará al planeta Tierra. Sí reconocen que tan tremendo estallido absorberá y acabará con Mercurio y Venus pero no tienen muy claras las repercusiones sobre el mundo en el que vivimos.

Más en concreto, los especialistas no pueden determinar si la muerte del Sol engullirá a la Tierra aunque sí es cierto que la vida en el planeta azul se dará por finalizada muchos millones de años antes como consecuencia de las altísimas temperaturas que se alcanzarán. Pero como concluye la investigadora, «nos queda como consuelo que nosotros estamos hechos de átomos procedentes de estrellas que murieron antes que nuestro Sol». Ni que decir tiene, la vida continúa.