La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) calcula que la demanda de proteína animal se duplicará en 2050, año en el que habrá que alimentar a 9.000 millones de cuerpos. En otras palabras, crece el consumo de proteína animal en todo el planeta de manera exponencial; y lo hace al margen de la responsabilidad y la sostenibilidad.

Ante esta lamentable situación en la que la carne roja o la leche de vaca se llevan la palma en lo que respecta al mercado, el sector alimentario busca alternativas para no acabar con el medio ambiente. Léase insectos y plantas como las nuevas fuentes nutritivas a las que podremos recurrir, lo que incluye la reconversión de la industria de la proteína o el gran negocio que se abre en perspectiva.

Como explica Miguel Ángel García en el diario El País:

«ese consumo desaforado de proteínas se debe al crecimiento de los países en vías de desarrollo, especialmente Brasil, India y China. A medida que una sociedad se enriquece consume más carne, sobre todo de vacuno y cerdo. Luego, al alcanzar un cierto nivel de renta, debería parar».

Y como añade Melissa Abbott, vicepresidente de estrategia culinaria de The Hartman Group:

«existe un miedo irracional que parece sostener que no estamos tomando suficientes proteínas en nuestra dieta, pese a que la ingesta recomendada diaria para una mujer adulta sana es de 46 gramos y de 56 en el caso de un hombre».

Es evidente que los países desarrollados exigen cada día más carne, pero: ¿qué sentido tiene que una nación rica como la estadounidense aumente este año un 2% su ingesta de vacuno por habitante? Greenpeace lleva tiempo luchando para que en 2050 se reduzca un 50% el consumo y la elaboración de productos animales. Porque, como explica Walter Willett, profesor de nutrición en la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard, *«los altos consumos de proteínas animales están relacionados con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y mortalidad en comparación con la misma cantidad de proteínas procedentes de fuentes vegetales, que aportan una grasa saludable y micronutrientes».

Del mismo modo, agrega García, «las sociedades occidentales, a medida que se vuelven más prósperas, deberían consumir menos carne roja y más proteínas vegetales. Y ninguna tiene tanta aceptación como la soja o el guisante. Además, cae el consumo de leche de vaca, suben sus reemplazos y brillan los universos vegetarianos y veganos«.

De hecho, la firma californiana Impossible Foods ha deconstruido una hamburguesa y la ha reelaborado a base de plantas que se parecen en sabor, valor nutricional y presencia al combinado original. Esta misma esperanza vegetal es la que persigue Beyond Meat: «estamos trabajando para mejorar la forma en la que ensamblamos, en la arquitectura de nuestras hamburguesas, proteínas, grasas y minerales de fuentes que no sean animales», pone de manifiesto Ethan Brown, consejero delegado de la compañía.

Con todo, Simon Billing, quien lidera la iniciativa The Protein Challenge 2040, que busca un equilibrio entre consumo de proteínas y sostenibilidad, sostiene que

«más del 85% de la soja mundial se destina a los animales y no a los seres humanos. Necesitamos crear una dieta más diversificada para esas especies que tenga en cuenta el impacto medioambiental. Ya hay algunas soluciones prometedoras como los insectos, el aceite de algas marinas o las proteínas derivadas de bacterias que consumen metano».

Y este último es el objetivo que también se ha propuesto la empresa californiana Calysta. Transforma, gracias a la acción de microbios naturales, el metano del suelo en proteínas que terminan alimentando peces y ganado.

Porque una cuestión sí es cierta: «urge encontrar un balance entre consumo de proteínas, producción y negocio o el futuro del planeta acabará perdiéndose en muy poco tiempo», concluye García.