Hace algunos días topé de la manera más casual con una carta publicada en 2015 por el New York Times en la que Oliver Sacks se despedía del mundo.

El tumor en el ojo que en su día había sido eliminado se había reproducido en el hígado, dando lugar a múltiples metástasis. Entre uno y otra habían transcurrido nueve años, que de un modo admirable reconocía como el hermoso regalo concedido por la vida.

Dedicaba algunas líneas para recordar al filósofo Hume, a quien admiraba, que como él, siendo conocedor de su terrible destino, escribió su propia biografía en un solo día. Este último escrito le sirvió a Sacks de inspiración para reflexionar sobre su misma existencia en lo que sería un anticipo de sus memorias, On the move, publicadas antes de fallecer.

«Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque cada ser humano es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte».

En el momento en que ya casi no dispones de tiempo dejan de tener importancia la política y el calentamiento global. Lo más importante es saldar las cuentas pendientes con el mundo. Pese al miedo, en sus palabras prevalece la gratitud por la vida que ha tenido, por lo que ha recibido y ha dado a cambio, por aquellos a los que ha amado y por los que ha sido amado. «Por encima de todo, he sido un ser con sentidos, un animal pensante en este maravilloso planeta, y esto, en sí, ha sido un enorme privilegio y una aventura». Después de leer estas líneas, inevitablemente quise saber más acerca de Oliver Sacks, lo que me llevó a algunos de sus libros.

Oliver Sacks, neurólogo, pensador y curioso profesional, dedicó toda su vida a explorar los misterios de la mente humana. En esta labor, topó con cantidad de casos extraños a los que la ciencia y la sociedad habían dado la espalda, pero que él renunció a dar por perdidos sin haber hallado en ellos una explicación.

Aunque nunca llegase la cura, sin embargo, la vida de muchos de sus pacientes sin duda fue mucho mejor tras pasar por las manos de este neurólogo. Como médico, el reto que se imponía a sí mismo no era otro que el de darles a sus pacientes la oportunidad para que estos encontraran una vida plena a pesar de sus deficiencias.

«Nunca conoces realmente a una persona hasta que te has calzado sus zapatos y has caminado con ellos» fue la máxima que marcó su vida. Eso mismo fue lo que quiso transmitir a través de sus obras, plagadas de tolerancia y respeto hacia la diferencia.

Fueron muchos los casos de trastornos mentales graves que trató, que quedaron reflejados en los diarios que fue escribiendo a lo largo de su vida y que más tarde convirtió en literatura.

Despertares, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, son algunos de los títulos que están en su haber. Con un estilo técnico, pero adaptado al lector, va más allá de la ciencia para contarnos en una serie de relatos lo más humano del enfermo y posibilitar una mayor comprensión de la mente humana. La delicadeza con que escribe sobre cada caso nos muestra no la diferencia del otro, sino lo que se puede rescatar de esa persona para ver lo positivo que se esconde detrás de cada dificultad. En otras palabras: la enfermedad puede enseñar lo que de valioso tiene la vida para poder vivirla más intensamente.

El autista que encuentra su manera de relacionarse a través del dibujo, el ciego de nacimiento que recobra la vista a la mitad de su vida y no puede soportarlo, el sujeto con prosopagnosia incapaz de reconocer caras, el pintor que pierde la visión del color.

Aunque todos ellos son individuos aquejados de inauditas dolencias, no obstante, también poseen reseñables dones artísticos o intelectuales. El enfermo ha de reconstruir su mundo y su vida a partir de la enfermedad... pues que no sea esta el centro de su vida, sino el hermoso potencial que se esconde tras esa fachada.

Ese es el legado que Oliver Sacks quiso dejar para todos.