La medicina vuelve a sorprender y de una forma radical. Han llegado las smart pills o, en otros términos, píldoras inteligentes: el nuevo hito de la salud wireless. Si hasta la fecha el médico era el único profesional capacitado para informarnos, por ejemplo, del riesgo de un principio de cáncer, su protagonismo ha quedado atrás; actualmente, un micro dispositivo que recorre el organismo puede alertarnos del estado físico en el que nos encontramos. Y con muy escasas posibilidades de error.

Esta nueva metodología científica se basa en una serie de sensores ingeribles, es decir, consumibles, capaces de diagnosticar cualquier tipo de enfermedad. Se trata, por tanto, de toda una revolución tanto a nivel tecnológico como médico. Un paso de gigante hasta ahora inimaginable y de incalculables beneficios. Es más, los expertos estiman que esta medida «proporcionará el cambio más significativo en nuestras vidas» dentro del próximo lustro, el tiempo necesario para que se popularice entre el público.

Así lo explica Kourosh Kalantar-zadeh, ingeniero en nanotecnología y catedrático de la Universidad RMIT, en Australia, en una entrevista con el periódico El País: «Estos dispositivos son capaces de diagnosticar desde molestias benignas, como la hinchazón o el dolor intestinal, hasta diferentes tipos de cáncer». De hecho, «el científico es el creador de unas cápsulas ingeribles (tienen el tamaño de una píldora de vitamina) con sensores que viajan por el tracto gastrointestinal para medir los niveles de gas e identificar algún trastorno», añade el diario.

Estas píldoras con sensores pueden realizar mediciones de pH, enzimas, temperatura, nivel de azúcar y presión arterial; «datos que nos permiten tener una imagen multidimensional del cuerpo humano», declara Kalantar-zadeh. Además, «las píldoras inteligentes son inofensivas y no hay riesgo de retención de las cápsulas», asegura el científico ante las lógicas dudas que puede suscitar una tecnología tan innovadora.

A este respecto, hay que subrayar que, según pone de manifiesto Joana Oliveira, experta en el tema, «en Estados Unidos, la Agencia de Administración de Alimentación y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) ya aprobó la ingestión de un tipo de píldora equipada con una microcámara como alternativa a la colonoscopia. La PillCam COLON, creada por una empresa israelí, está diseñada para pacientes que tienen dificultades para someterse a procedimientos invasivos debido a problemas de anatomía, cirugía previa o diferentes enfermedades. En esos casos, la píldora se puede utilizar para visualizar de forma remota el tracto gastrointestinal y el colon, y así detectar pólipos e identificar los primeros signos de cáncer colorrectal».

Paralelamente, no hay que olvidar que la compañía Scripps Health ha desarrollado nanosensores no sólo capaces de recorrer el torrente sanguíneo, «sino incluso de enviar mensajes al teléfono móvil del usuario con informaciones sobre signos de infección o de problemas cardiovasculares», agrega Oliveira.

De igual modo, investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y del Brigham and Women’s Hospital de Boston han desarrollado una pastilla que, una vez ingerida, se adhiere al revestimiento del tracto gastrointestinal y libera lentamente su contenido. Es decir, la píldora tiene como objetivo reducir la frecuencia de dosificación de algunas drogas, como los antibióticos.

Giovanni Traverso, científico del MIT, señala en este sentido que «el equipo está centrado ahora en desarrollar la administración de fármacos a largo plazo para el tratamiento de malaria, VIH, tuberculosis y varias enfermedades tropicales desatendidas».

Junto a esto, un grupo de ingenieros del Instituto de Tecnología de California (Caltech) ha creado un microchip de silicona que se puede acoplar a los nanodispositivos para determinar en qué parte del cuerpo se encuentran, uno de los principales obstáculos a los que se enfrentan las smart pills.

Denominado ATOMS, el chip todavía está en la fase inicial de desarrollo, pero sus creadores ya se han propuesto una nueva meta: hacerlo aún más pequeño -mide 1.4 milímetros cuadrados- para que llegue a órganos de difícil acceso, como el cerebro o el corazón, «lo que nos permitiría crear nuevas formas de diagnóstico y nuevas terapias para enfermedades graves», concluye Manuel Monge, principal responsable de la iniciativa.