Hagamos un pequeño ejercicio: si preguntamos el nombre de cinco grandes diseñadores de moda de la historia ¿cuál escogeríais?

La historia de la moda está cargada de grandes nombres que representaron en su tiempo grandes cambios en la industria, en la sociedad e incluso en el arte. Nombres como Coco Chanel, Christian Dior, Yves Saint Laurent o Elsa Schiaparelli le otorgaron a la moda del momento un valor diferencial, una importancia más allá de su utilidad que aún, a día de hoy, hace que sus nombres figuren entre los más importantes de la historia del arte y que sus diseños ocupen su lugar en grandes museos. Nombres que junto con sus diseños más representativos han trascendido años e incluso siglos hasta llegar a nuestros días para recordarnos por qué el Traje Bar de Dior fue importante en su época o por qué el smoking de Saint Laurent supuso un hito en la revolución femenina.

Pero por desgracia y, como ocurre en otras disciplinas, la historia de la moda también ha sido injusta con otros muchos nombres. Paul Poiret, Jacques Doucet o Jeanne Paquin son solamente algunos de los artistas que dedicaron su vida a la moda y que aportaron su granito de arena para cambiar el rumbo de este oficio. Fiel reflejo de lo que ha ocurrido fuera de nuestras fronteras, nuestro país también parece haber olvidado a uno de los más grandes personajes en lo que a moda se refiere y, mientras que internacionalmente el nombre de uno de sus compatriotas más venerados, como es Cristóbal Balenciaga, va asociado al olimpo de la alta costura, el nombre de Mariano Fortuny resuena en nuestros oídos como el gran pintor homónimo que fue su padre.

Poco o nada se sabe de una mente privilegiada a la que la Wikipedia describe como pintor, grabador, fotógrafo, diseñador textil, diseñador de moda y escenógrafo, y a la que se atribuyen grandes obras en el mundo de la moda y el arte. Un verdadero hombre del Renacimiento con una creatividad desmesurada y una curiosidad sin límites que ahora, y gracias al apoyo de Ann Wintor, comparte protagonismo, entre otros, con Balenciaga en la muestra «Manus x Machina» del Metropolitan de Nueva York que permanecerá abierta hasta el 14 de agosto. Una exposición que tiene como objetivo explorar el impacto de las nuevas tecnologías en la moda y que hace un repaso por la evolución de la misma desde 1880 a 2015, enfrentando de forma elegante las prendas hechas a mano -artesanalmente- y las realizadas por máquinas con los últimos avances. Y es en este aspecto de la evolución de la moda en el que el nombre de Mariano Fortuny y Madrazo y su vestido «Delphos» cobran su mayor importancia.

Pero ¿qué tiene de especial este vestido? La importancia del «Delphos» radica en que, debido a su proceso de elaboración, entre lo artesanal y lo técnico, ningún modelo es igual que otro, ni en su minúsculo plisado ni en su color. Cuenta con un sistema de creación de pliegues permanentes que, a día de hoy, sigue siendo un secreto. Esta prenda de seda de aire griego, que caía desde los hombros hasta los pies sin costuras que le dieran forma, relleno o tela recogida, tiene su origen en 1909 como réplica del llamado 'chitón podéres', la túnica que luce el bronce del Auriga de Delfos (hacia el 476 a.C.), a quién debe su nombre. De formas sencillas y gran elegancia, el «Delphos» se convirtió en su momento en un hito de la liberación femenina de corsés y otros elementos constrictores. Una pieza de culto que vestía a las mujeres de la alta sociedad de la época y contaba con las alabanzas de grandes escritores como Marcel Proust, y cuyo halo de misterio sigue envolviéndole a día de hoy.

Y es que uno de los factores que hacen más especial a Fortuny y Madrazo es la modernidad de su pensamiento. Una modernidad que no solo reside en su visión sobre la moda. Muestras de ello son su capacidad para crear artilugios de trabajo, sus tejidos personalizados, su modelo de negocio que comprendía la importancia del empaquetado de sus vestidos «Delphos» (los vendía enrollados y dentro de una caja), la creación de tejidos plateados a base de aluminio o el simple concepto de que las mujeres llevasen ciertas prendas sin ropa interior de sujeción debajo, idea más propias del siglo XXI que de inicios del XX.

De profesión ingeniero pero dedicado al arte, se calcula que Fortuny depositó más de 170 patentes de maquinaria y procedimientos novedosos para varias artes aplicadas. Porque el granadino no solo se especializó en la moda y la pintura, sino que llegó a ser un gran maestro del grabado, la escenografía, la luminotecnia para teatro, los papeles pintados, la decoración y, como ya sabemos, el diseño textil. Méritos más que llamativos que le han hecho merecedor de un lugar en el Metropolitan de Nueva York. Un homenaje tardío, pero certero que, por fin, coloca al artista, a la altura que se merece, junto a nombres como Dior, Givenchy, Vionnet, Chanel, Balmain… Porque, como reza el dicho popular, las comparaciones son odiosas y, si bien todos estos diseñadores supusieron un antes y un después en el mundo de la moda, a nuestro polifacético artista le sobran los motivos para ocupar un lugar de honor.