Bonanza, riqueza y sabrosura. Tres sustantivos fácilmente adjetivables en el momento de experimentar las múltiples sensaciones que nos aporta la degustación de un buen destilado. La sobremesa parece ser el momento óptimo para su consumo, un acto que precisa de asueto, cierta camaradería, complicidad y un estado de ánimo relajado. Esa misma animosidad suele caracterizar las jornadas primaverales y estivales, en las que parece imprescindible abandonarse a un estilo de vida vividor. En esos benditos momentos, nuestro ánimo siempre debe estar dispuesto a rememorar sensaciones primarias y descubrir emociones secundarias, visuales, aromáticas y gustativas.

La cultura de los alcoholes, en su acepción más lúdica y positiva, se convierte en la fuente de energía que pone en marcha el alambique en el que se destilan nuestras palabras. Calderas, rectificados de vapores, aromatización y envejecimiento en barricas de roble son elementos que vienen a caracterizar una serie de procesos físico-químicos que derivan en la obtención de esas bebidas denominadas espirituosas, cuya ingesta proporciona un matiz de alegría anímica y fisiológica en nuestras cansadas mentes, castigados cuerpos y atormentados espíritus.

Por y para ello, condensamos en nuestras más holgadas y reparadoras sobremesas la oferta de un carro de bebidas selecto y verdaderamente apetecible. De la fermentación alcohólica de los azúcares vegetales y de las levaduras se deriva toda esta serie de bebidas de la industria de la licorería, cuyo nacimiento ha de entenderse como el resultado de la búsqueda humana para la obtención de momentos –ya sean estos más o menos efímeros– de placer y felicidad.

La creación y el consumo de espirituosos tiene un desarrollo que en Europa ha de entenderse casi como religioso, propio de la Edad Moderna, y muy apegado a la floración y pujanza de las Artes y las Letras. Esta licencia a su disfrute que desde estas líneas proponemos, siempre unido a una equilibrada y equilibrante moderación, obedece a pautas de comportamiento varias veces centenarias.

Así, por ejemplo, el mejor whisky escocés, el "agua de la vida", parece ser que fue introducido desde Irlanda por San Patricio allá por el siglo IV a.C., aunque también hay que apuntar la posibilidad de las destilaciones tradicionales de los indígenas en las Highlands. Además podríamos mencionar, cómo no, la región de Cognac y su producto homónimo universal, o la importancia histórica que adquieren el ron y el bourbon en las economías sur y norteamericanas, o, sin ir más lejos, los brandies provenientes de los vinos de Jerez, comercializados en Inglaterra ya en el siglo XII.

Todas estas bebidas tienen sus aspectos específicos, y así se plasman en la gran calidad de los maltas, el diseño de los orujos, el respeto a la tradición y la solera de los coñacs, la finura y el creciente cuidado en las destilaciones de los licores que los convierten en una alternativa para los postres en sí mismos, la austeridad y sabrosura de los armagnacs, el altísimo nivel de calidad de los whiskies blended debido al mayor porcentaje de malta en su elaboración, la consolidada moda del ron, la gran finura y calidad de los vodkas y ginebras tan en boga en los últimos tiempos, y, finalmente, o en primer lugar, el alto nivel de los destilados españoles respecto a las primeras marcas mundiales, sobre todo los excelentes brandies de Jerez y de Cataluña, que están motivando una mejora cualitativa en general en el resto de España, donde se están haciendo, así hay que reconocerlo, grandes "cosas".

Y así, nos llega ese lapso estacional en que solemos abandonarnos al relax, el culto al descanso, la autocomplacencia o la meditación. En este contexto, los placeres gastronómicos y las bebidas que elevan el ánimo y complacen el espíritu cobran un protagonismo especial. Precisamente este es un apartado, el de las terrenales bebidas espirituosas, que cada vez es más cuidado tanto en el restaurante como en los establecimientos hosteleros de nivel, ya sean espacios lounge, afterwork y bares de hoteles, coctelerías, gastrobares, etc. A las cuidadas y habituales selecciones de vinos, se unen las cartas de aguas, aceites, cervezas... y, por supuesto, las de destilados premium, ya sea en la propia barra de bienvenida del restaurante, bien en el carro de bebidas para la sobremesa.

Gracias a las bebidas espirituosas, el restaurante se convierte en un espacio donde se cultiva la comunicación. La cálida conversación sosegada en un espacio de libertad puede así manifestarse tanto antes como después de las comidas. Un buen almuerzo o cena son la excusa perfecta para entablar una enriquecedora y reparadora tertulia. Sabores, aromas y texturas componen un ritual que permanece en nuestra memoria sensorial como experiencia satisfactoria... de principio a fin. La adecuada conjunción de los diversos elementos del delicado proceso gastronómico debe tener su correspondiente complemento de calidad en la bebida elegida, tanto en el antes como en el durante y en el después.

A partir de selectos frutos y botánicos naturales se elaboran estas delicias líquidas que originan metáforas para complacer a nuestros sentidos. Por tanto, el carro de bebidas o la barra de bienvenida se constituyen en elementos que definen la personalidad y buen hacer de todo restaurante o establecimiento hostelero de calidad. Acudimos a los templos del sabor con la esperanza de encontrar lo mejor. De ahí, el motivo y razón de ser de estas líneas: profundizar en la sensación de bienestar que nos proporcionan los mejores destilados premium, confeccionar un carro de bebidas que conjugue esencias frutales, sabores secos o dulces... y sensaciones diversas; en definitiva, una selección entre las múltiples posibilidades existentes; sea como fuere, una elección de calidad máxima y que nos acerca a tierras lejanas y cercanas; una selección cuyo preámbulo son los cócteles de autor y las referencias individuales, que seguro darán color a nuestras mejillas y calor a nuestros corazones.

El sector del destilado premium ha venido experimentando un crecimiento progresivo en la última década, íntimamente ligado a la eclosión del fenómeno de la mixología de vanguardia y la nueva coctelería de autor. Los mejores espirituosos de cada temporada comercializados en el mundo revisan continuamente al alza criterios y niveles de calidad, intentando crear así el más exclusivo carro de bebidas para la sobremesa. Es más, incidiendo en la reflexión sobre la importancia del personal de sala en la alta restauración y hostelería, las figuras del sumiller y del maestresala (coincidentes en muchos casos; cuando menos, obligatoriamente complementarias) exponen en primera persona, directamente de cara al público, el prestigio y la consideración del establecimiento al que representan. Su tarea eficazmente desarrollada constituye un elemento indispensable para entender el auge de la alta restauración pública y de la gastronomía contemporánea Su acertado juicio, como sumilleres y responsables de bebidas en sus respectivos establecimientos, redunda en la variedad y exclusividad de un producto y una selección con los que podremos matizar nuestra estancia en el restaurante de un placer añadido en la sobremesa.

Intensidad, complejidad, vino, cereales, madera, balsámicos, especiados, florales, cueros, tabacos, turba y tierra, son fundamentos que definen la complejidad de los mejores espirituosos del mundo. Una sobremesa que se expande, por su calidad y atractivo, a lo largo y ancho de nuestra historia contemporánea y futura. Que ustedes lo disfruten en cálidas veladas de invierno, jornadas iniciáticas de primavera y frescas noches de agosto con frío al rostro. ¡Cheers!