Lisboa es la capital de Portugal. También conocida como la ciudad de las siete colinas, está situada en la desembocadura del Tejo, tiene alrededor de 547 733 habitantes y mide unos 100,05 km². De toda esa extensión, lo más interesante es el casco antiguo (y el palacio del Marqués de la Frontera, que está un poco apartado). El casco antiguo de Lisboa está dividido en cinco barrios importantes: Alfama, la Baixa, el Barrio Alto, Chiado y Belém. Vamos a ver que tiene cada uno.

Alfama es el barrio más antiguo. En él se encuentran la catedral y el castillo de San Jorge, que está en ruinas pero aun así merece la pena de ver por la historia y las vistas impresionantes que tiene del rio y del puente 25 de Abril. Para quien le gusten los animales o tenga niños pequeños, el castillo tiene pavos reales rondando por ahí y cuando se pone el sol se puede comprobar que vuelan más alto de lo que cree la opinión popular y duermen en los árboles, es más, cuanto más alto mejor. Volviendo al castillo, es un recinto medieval edificado por el rey Alfonso I de Portugal en el siglo XII. Al convertirse Lisboa en capital del reino en el siglo XIII, el castillo pasa a convertirse en el Palacio Real. Sufrió daños en el terremoto/tsunami/incendio que azotó Lisboa en el siglo XIV y que desafortunadamente afectó a gran parte de las edificaciones de la ciudad. Fue reparado entonces, pero ahora ya solo quedan las ruinas del castillo, la muralla exterior y una edificación que se utiliza como museo. Enfrente de la entrada del castillo hay un bar que se llama “The world needs Nata”. Lo recomendamos enérgicamente a todo aquel que esté de acuerdo con el nombre.

Alfama es también gran parte del recorrido del tranvía 28, que recomendamos tomar si se quiere ver este barrio, porque está sobre una de las famosas siete colinas de Lisboa y las cuestas son de aúpa.

La Baixa es un barrio reconstruido por el Marqués de Pombal tras el terremoto que destruyó gran parte de Lisboa. Se caracteriza por sus anchas calles y plazas y por la Avenida de la Libertad, que empieza en el Rossio, zona de restaurantes por excelencia, y termina en el parque de Eduardo VII. En sus inicios, esta Avenida estaba cerrada al pueblo llano por dos puertas por las que sólo se permitía el acceso a los nobles, por lo que su nombre estaba un poco injustificado. En el parque de Eduardo VII podemos encontrar la Estufa Fría, que es un invernadero natural. En los años 20 se trajeron a Portugal plantas exóticas de todo el mundo para plantarlas en la Avenida de la Libertad, pero la Primera Guerra Mundial dificultó ligeramente dichos planes, por lo que el pobre jardinero encargado de plantarlas se vio de repente con un montón de plantas exóticas que no podía plantar y que encima necesitaban cuidados adicionales. En el parque Eduardo VII había una cantera de basalto abandonada porque una vena de agua dificultaba el trabajo. Allí plantó nuestro jardinero todas sus plantas exóticas y marchó alegremente a otros quehaceres. Al acabar la guerra, resultó que las plantas habían crecido y proliferado gracias al resguardo de la mina y al abundante riego de la veta de agua. En 1926, el arquitecto y pintor Raul Carapinha remodeló el espacio y lo habilitó para que fuese un lugar de descanso y paseo. En 1975 se abrieron en este espacio dos invernaderos, esta vez con techo y acondicionamiento, para otras plantas tropicales que necesitan más atenciones y un clima más regulado. Es un lugar obligado de visita para todo aquel que disfrute con los jardines y las plantas.

El Barrio Alto es, como su nombre indica, un barrio situado en lo alto de otra de las siete colinas de Lisboa. Se puede llegar cómodamente desde la Baixa gracias al elevador de Santa Justa, desde el que se observa una hermosa panorámica de Lisboa tanto mientras se sube como desde arriba, si no tiene un andamio delante porque está de reparaciones. El Barrio Alto es la zona de las compras por excelencia y está unido al barrio de Chiado, que alberga el museo de Chiado (de arte moderno) y un mirador bastante feo, con una vista preciosa del rio, situado enfrente del museo de farmacia, que tiene un jardín con mesitas para tomar algo, bastante más bonito y con la misma vista.

Belem está alejado de los demás barrios, pero merece la pena verlo, más que por el propio barrio por la torre de Belem y el museo de los Jerónimos, que tienen ambos una cola espantosa pero que merecen la pena. Ambos son de estilo Manuelino (edificados por Manuel I, cuya característica principal es que incluía detalles de sus conquistas en sus edificaciones. La torre de Belem tiene como curiosidad la escultura de un rinoceronte en la cara que da al mar. Esta escultura es un homenaje a un rinoceronte que un marajá de la india envió a Manuel I cuando los portugueses hicieron la ruta de las indias y la conquistaron. Como en Europa semejante bicho no se había visto jamás, el rinoceronte fue de gira por Europa y de camino a Italia, el barco que lo llevaba se hundió ahogándose el rinoceronte. Su escultura fue colocada en la torre de Belém mirando al mar como recuerdo de su muerte, aunque su cuerpo se recuperó y se disecó para que continuara la gira. El barrio de Belem alberga además el palacio presidencial, el museo del carruaje (que merece la pena tanto por los carruajes como por el propio edificio) y la pastelería de Belem, que según dicen, vende los mejores pasteles de nata de toda Lisboa. El pastel de nata es un dulce típico de Lisboa aunque, al contrario de lo que pueda parecer, no es de nata sino de huevo.

Además de todos estos barrios, encantadores y merecedores de una visita, Lisboa destaca también por la calzada portuguesa. Se trata de una forma de hacer las aceras típica portuguesa que deriva de la calzada romana y que consiste en numerosas piedrecitas blancas cortadas y colocadas a mano que pueden alternarse con piedrecitas negras para formar un dibujo. El turista puede tener diversas impresiones sobre esta calzada según la vea o camine sobre ella. Si la ve, la calzada será una obra de arte, típicamente portuguesa que además se adapta a las formas de las raíces de los árboles que así no rompen el suelo. Claro que si camina sobre ella podrá convertirse en un peligro, toda llena de baches, que molesta al caminar y tan brillante que seguro que resbala cuando llueve. Conclusión: mejor contemplarla de lejos.