Llegado a esa edad que él mismo celebra y abraza bajo el irónico nombre de postmadurez, el artista Carlos León afronta actualmente la producción de nuevas series de obras en las que lo dilatado de su experiencia le permite la inmersión en nuevas aventuras creativas que beben en renovadas fuentes de inspiración y se abren a cuantas mutaciones tienen lugar en el campo de la realidad social, en el rodar de lo que comienza a ser historia, y en todo cuanto va configurando la ampliación del horizonte que se muestra ante nuestra mirada.

Entre las más recientes de estas mencionadas series de obras, se encuentra la que ha sido producida a lo largo del pasado verano bajo el título de Suite Dánae. En este trabajo el artista afronta el reto de recrear uno de los más conocidos episodios de la mitología griega, en forma de pinturas, de algún ensamblaje, y de un texto escrito que trata de materializarse trenzándose en torno a todo ello.

El mito de Dánae, de sobra conocido, alberga una intensa carga narrativa en la que entra en juego lo más extremado del claroscuro en el que se desarrolla el existir. Los momentos más luminosos del relato, la belleza de Dánae, la cámara de reverberante metal, la fulgurante pasión de Zeus, la lluvia de oro, o la preñez de la hija prisionera, son confrontados a todo un océano de obscuridad en el que cunde la incertidumbre de un oráculo siniestro, la negrura de un encierro abismal, las penumbras del terror de un padre verdugo… y todo cuanto a partir de estas secuencias va teniendo lugar en una continuidad sin final.

Este es el escenario y este es el reto: la construcción de un simulacro. La deconstrucción de una metamorfosis. Y más allá de cuanto acabamos de abordar, otra nueva tarea se alza reclamando un renovado empeño, como es el de la reivindicación de la Pintura como forma de expresión artística perfectamente válida, social y artísticamente válida, en momentos de tozudo negacionismo respecto de tal potencial y tal vivencia.

Nos encontramos pues, situados ante las obras que componen esta muestra, invitados a un doble banquete: el de la contemplación y el disfrute de esas construcciones del orden de lo artístico inmediato, a la par que solicitados para situarnos en el corazón de una controversia de gran calado, la lucha por la permanencia de la Pintura y por el valor de su legado.