Quienes hayan seguido la trayectoria reciente de proyectos de la Capilla de los Condes de Fuensaldaña sabrán que la especificidad se encuentra en el centro de los intereses de esta institución en relación a su espacio más emblemático. En sus dos últimas propuestas, las dedicadas a Lara Almarcegui y Juan López, esta autorreferencialidad, o la voluntad de ceñirse a determinadas características del lugar, fue llevada al extremo. La obra de la artista italiana Chiara Camoni (Piacenza, 1974) otorga ahora un sesgo diferente pues apela a la cualidad escenográfica de estos espacios desde dos perspectivas diferentes, como delata el título de la muestra, Erguidas, yacentes, jugando con su naturaleza arquitectónica, proclive a la verticalidad en la Capilla, y a la horizontalidad en la sala contigua.
La propuesta en la Capilla, radicalmente opuesta a la de su predecesora, que planteaba una arquitectura ficticia que podía –paradójicamente, pues todo se alzaba sobre una gran paradoja- pasar desapercibida, la serie de Colonne (columnas) de Camoni son piezas de raíz arquitectónica, como se desprende del nombre bajo el que se reúnen, pero son poderosamente antropomorfas. Su presencia es incontestable, y sin embargo, a pesar de tan hiperbólicas cualidades, lo que se percibe en ellas es una profunda ambivalencia, pues cada una de las figuras, verticales y esbeltas, apelan en igual medida a lo humano, lo animal, lo arquitectónico, lo natural… Nociones oníricas circulan en torno a ellas como un viento tibio y ligero que acaricia hojas y ramas suavemente, y entre ellas se deslizan ecos de relatos míticos. Pero sobre todo, lo que transmiten estas piezas es un compromiso insoslayable con la cualidad plástica de todo ejercicio artístico.
En toda exposición de Chiara Camoni asistimos a climas variados que oscilan entre la austeridad y la exuberancia. La cerámica es el ámbito que cultiva con mayor énfasis. Incorpora en sus figuras materia viva procedente de la naturaleza con la que remite paradójicamente a lugares atávicos, diluyéndose en sus formas todo registro temporal o, mejor, concentrándose en ellas síntomas que bien podrían adscribirse a un amplio espectro de tradiciones estéticas. En una palabra, en su obra convergen invariablemente motivos que situaríamos en un amplio espectro de lo que entendemos por tradición, que aquí es dúctil, permeable, hibrida. Porque en su repertorio se escuchan voces que proceden de culturas ancestrales -prehelénicas en su mayor parte-, pero también se ven huellas que nos llevan al manierismo o al barroco. Parecería como si Camoni hubiera querido evitar el clasicismo y sus múltiples connotaciones, situándose en sus albores y en sus postrimerías, como si recelara de todo lo que no es susceptible de ser contaminado por gestos de otra índole.
Hay un hacer colectivo que alcanza un sesgo político. El taller de Camoni se encuentra en Fabbiano, una pequeña aldea cerca de Lucca, en la Toscana, donde se practica una militancia de lo común. Ahí vive con su familia y trabaja con su equipo, que es también familia. La naturaleza vibra en torno a ellos. Se encuentran la tierra y el agua, y en el fuerte sentido de comunidad que ahí se fragua nace el asombro de lo impredecible. El proceso de trabajo del que brotan las piezas que aquí vemos (y que las sitúa en el espacio, pues es el mismo equipo el que produce e instala) está formado en su mayoría por mujeres y en el quehacer diario apenas distingue si está inmersa en procesos de producción artística o en cuanto de cotidiano tiene la cadencia de los días, tal es a la relación entre el arte y la vida que define su obra. Al fondo de la sala 9 vemos vasijas con flores que a buen seguro forman parte de un reiterado transcurso vital. Cuenta Camoni que muchos de los trabajos acaban haciéndose en la mesa en la que todo se comparte.
Dos perros saludan al visitante a su llegada a la sala 9. Apela con ellos nuevamente Camoni a tradiciones lejanas en los que los animales se integraban en las arquitecturas, en las jambas de las puertas, en dinteles y frisos. A lo que aquí apelan, no obstante, es a su apego a lo telúrico. Tanto los perros como la Odalisca que ha realizado ex preofeso para esta ocasión, delatan la incontestable relación con la materia de la que nacen, lo que nos invita a pensar que se encuentran siempre en proceso, en un perpetuo hacerse. La arquitectura afianza su presencia en el centro de la sala, en la que vemos los célebres mosaicos de la artista. Realizados en mármol, porcelana y/o cerámica, designan un lugar y desprenden ese aroma de vestigio, del espacio que fue, como un yacimiento arqueológico cuyas diferentes estancias pudiéramos adivinar. A su vez, Camoni ha acotado el espacio con bloques de mármol que son a la vez serpientes pues, como las colonne, todo puede ser una misma cosa a la vez. Al fondo, estructuras de cobre acogen sedas sobre las que vemos impresas formas de corte espectral, tomadas directamente de la naturaleza, a modo de frottage. Ofrecen presencias dudosas, envueltas en el misterio que invariablemente brindan al convocarse la vida y el arte.









![Saul Steinberg, The museum [El museo] (detalle), 1972. Cortesía del Museo de Arte Abstracto Español](http://media.meer.com/attachments/dfbad16c22c5940b5ce7463468ac8879f3b4bf23/store/fill/330/330/042ecf3bcd2c9b4db7ddbc57cb32e950c095835f7b5cd55b6e1576a6e78c/Saul-Steinberg-The-museum-El-museo-detalle-1972-Cortesia-del-Museo-de-Arte-Abstracto-Espanol.jpg)


