La pintura despliega varios de sus ríos internos: la vibración cromática como flujo emocional en Eduardo Llanos. Densidades visuales que se expanden como marea lenta en Mateo Cabrera. Jose Bao incorpora tensiones entre superficie y hondura. Toto Fernández-Ampuero articula pulsos pictóricos vinculados al vaivén del paisaje. Ricardo Córdova presenta composiciones que respiran como estuarios lumínicos. Yiriane Kahn aporta un gesto pictórico que corre como corriente espontánea y Rubén Saavedra traza un oleaje de matices que se repliega y resurge.

La escultura, por su parte, encarna la presencia física del líquido desde la transparencia y el tránsito como estados de permeabilidad en Ana Orejuela. Las formas que evocan el fluir entre quietud y movimiento en María Emilia Cunliffe. Lo acuático como memoria corporal en Michiko Aoki. Ana Cecilia Farah propone volúmenes que se erosionan suavemente. Iliana Scheggia crea estructuras que parecen respirar como cavidades submarinas. La materia de Andrea Raffo dialoga con la idea de filtración, peso y flujo. La tridimensionalidad expandida aparece en los relieves de Andrea Tregear, donde la luz funciona como reflejo y superficie ondulante.

La fotografía añade un registro de mirada suspendida. Mili DC Hartinger captura la textura del instante y de la evaporación emocional, en tanto Nathalia Delgado compone escenas que se disuelven suavemente como si emergieran desde una bruma húmeda.

Las técnicas mixtas sobre papel de Patrick Tschudi y Gloria Frugone introducen gestos fluidos y capas que se superponen como sedimentos o transparencias sucesivas.

La piel del agua se convierte de esta manera en un espejo colectivo donde cada obra es una vibración líquida que invita al recorrido.