Acabo de disolver un antiinflamatorio en un vaso de agua y he puesto el tabaco a mi lado, en la mesa. Últimamente cada vez que enciendo la tablet y abro un nuevo documento de texto siento que la página en blanco me dice: Tócala otra vez, Sam.
He pasado tantos meses entre ríos de palabras y a merced de tal ventisca de imágenes que, si esto no se acaba pronto, acabaré nadando en la ambulancia.
Estoy aquí para deciros que Trinta cumple 40 años de existencia.
Cuatro décadas.
288 exposiciones.
97 ferias nacionales e internacionales.
Reivindico que soy de letras así que lo dicho me parecen sólo cifras, matemáticas aparentemente exactas. Detrás de cada uno de esos números hay un sinfín de noches en vela, expectativas incumplidas, miedo, soledad e impotencia. También hay reconocimientos, ventas, triunfos, amigos y fiesta.
Contarlo, a estas alturas, me parece un ejercicio de autoestima. El galerismo es la serie B de la cultura (o así se le trata) y tras tantos años con el ánimo de lucro por debajo de la media creo que es justo y necesario decir en alto que somos, los galeristas, señoras y señores que se rascan sus bolsillos y ponen, muchas veces, en peligro su economía y la de sus familias. Que lo hacemos por el arte que consideramos excelente y que venderlo no nos quita mérito, sino más bien todo lo contrario.
También es importante decir que, en esta aventura, contamos con cómplices, compañeros de viaje que nos dan agua para aliviar la sed, nos restañan las heridas y nos prestan su hombro cuando necesitamos llorar. Los primeros son los artistas sin los que el camino carece de sentido. Vamos con ellos, les llevamos (o nos llevan) de la mano. Los segundos son los clientes, los bienaventurados coleccionistas. De ellos es el Reino del Arte.
Piezas que nunca debí haber vendido es un personal homenaje a ambos. Una forma de contar la historia de Trinta a través de ellos. Juntos han hecho posible que aquí estemos celebrando. Artistas en estado de gracia vistos por compradores que, entre flores, compusieron muy bien su ramo.
Ni están todos ni son, las piezas, las más grandes o las más “importantes”. Esta expo no va de eso. Va de cómo se teje una tela de araña con gestos aparentemente pequeños, que con el tiempo, se vuelven decisiones importantes. Va de gustos compartidos, de elecciones atrevidas, de mutua confianza.
Juntarlas ha sido una especie de Deconstructing Harry emocionante. Cada una de las obras, para mí, goza de una historia añadida y es esa nueva capa de significado lo que las convierte en importantes. Algunas fueron compradas para ayudarme en momentos complicados, otras provocaron que sus, ahora dueños, pidiesen un crédito para ello, otras literalmente desaparecieron de mi vista nada más ser enseñadas. Todas, salvo una, están en colecciones gallegas (¡esa periferia!). Todas son ejemplo de mis gustos en el arte y todas están en casas en las que se les tiene por lo que valen. Haría falta, me he dado cuenta, un polígono industrial para contar la historia entera pero aunque faltan muchas, podríamos decir que en la galería, hoy, están casi todas las piezas que me llevaría a una isla desierta. Por eso digo que no debería haberlas vendido, porque me hubiese gustado que fuesen mías. Pero, ya que eso fue imposible, me queda la satisfacción de saber que supe buscar muy bien a quienes dejar disfrutarlas.
Por otro lado, y no menos importante, Como flota el aceite sobre el agua es el libro que, a punto de entrar en imprenta, presentaremos el 15 de enero, día de la clausura de la muestra. Un caudal de imágenes y textos que intentan contar como, aquí, en una ciudad pequeña, la idea de periferia es un constructo que los gallegos entendemos sólo para las meigas.
Todos los que recibís esto formáis parte de Trinta.
Por ello os doy las gracias.
Brindemos el jueves. ¡No habrá otros 40!









