Juan Antonio Miranda Cruz

Siempre he considerado que lo importante es la obra y su mensaje, no el autor, ya que cuanto menos se sepa de él menos condicionamiento tiene el lector a leer la obra.

Podía escribir como hacen muchos políticos y profesionales del engaño que tengo la licenciatura de Filosofía y Letras por la Complutense, diplomas en psicología por la Universidad de Lovaina y estudios en teología por Turingia, pero la realidad es que, teniendo todas las posibilidades, fui un estudiante que estaba más en Babia, ideando historias que desvelando los secretos de los libros de texto.

Con esta disposición, tras terminar a duras penas el preuniversitario, no entré en ninguna Facultad. Sí hice unas oposiciones a Hacienda, que no conseguí superar, ya que mis cualidades de seguir en Babia, no se despegaban. Trabajé, porque no tenía otro remedio, en una multinacional, en la que conseguí llegar a un puesto mediano de administrativo. No lo haría tan mal, ya que cuando me echaron, la Compañía se hundió, o ¿sería más prudente decir que me echaron porque la Compañía se hundía?

Lejos de la obligatoriedad del trabajo, dediqué todo mi tiempo a vivir libremente en Babia, pero para hacerme señalar en el mundillo literario, alguien me comentó que era de interés buscar semejantes en tendencias. No entendí bien a qué se refería.

Por si acierto, detallo: Sobre sexo, me gustan las mujeres, en especial la mía. Referentes a deportes, aunque por prescripción médica hago todos los días gimnasia, mi deporte favorito es la siesta (que recomiendo si viene tras una buena paella bien regada con un excelente vino). De política, gracias, no uso.

Por si es de utilidad, diré que de joven dudaba entre Mijaíl Bakunin e Ignacio de Loyola. En relación a la religión, con decir que creo en Dios y que Jesús es de lo más decente que ha venido a este mundo, como digo en mi novela El abedul, con todos mis respetos no la creo necesaria, especialmente una que me callo. Si tenéis curiosidad algún día podría contarlo, aún a riesgo de que me vistan de butano y me corten la cabeza. Ahora bien, si ese alguien se refería a tendencias literarias, no sé bien qué contestar. Soy muy simple en esta cuestión. Tras leer una novela tengo un breve veredicto: me gusta o me gusta menos. Todas tienen la ilusión y el esfuerzo del autor, y de todas se aprende algo. De más cuestiones, lo dejo a los críticos que son los que entienden.

En los lejanos ochenta publiqué La última boda, con Ediciones Libertarias. Esta primera publicación fue un verdadero desastre, el golfo del editor y un servidor se vieron ante un juez, ya que me falsificó la firma en dos letras. Hace unos años lo vi por televisión hablando sobre la muerte del poeta Leopoldo María Panero. Estaba gordo y lustroso. A pesar de todo, me hubiera gustado darle un abrazo y recordar el tiempo que no volverá. ¡Pelillos a la mar!

Aunque ello me hizo recelar del mundo de la edición, actualmente acabo de reeditarla bajo el nombre La sinfonía de las polichinelas. Mi segunda publicación fue con Ulad Mlilia.

Confieso mi culpa. Enemigo de las subvenciones y favores públicos, claudiqué ante el Ayuntamiento de Melilla. Aunque en mi descargo me justifico diciendo: «Si me publicaron y me pagaron un viaje, yo contribuí al evento del V Centenario». Vaya una cosa por la otra. Esto ocurrió en 1998. ¡Dios, cómo pasa el tiempo!

La tercera publicación fue El abedul, una excelente y muy conseguida novela sobre la vida en la Rusia soviética. Mi atracción por la literatura rusa y el estar casado de segundas con una siberiana, me lo pusieron fácil. De casualidad el borrador llegó a una conocida editorial, que me calentó los cascos con el sueño de que la novela sería un éxito literario. El sueño me costó un riñón y parte del otro, ya que con las ganancias no tuve ni para aspirinas. La explicación fue clara: Novela magnífica, pero autor un mindundi en el mundo literario. Y con estos ingredientes el arroz no sale en su punto.

Ante ello, me olvidé definitivamente de las editoriales, válidas solamente para los escritores consagrados y los incautos como yo. Entonces, comencé a bucear en el mundo de la tecnología, que nos ofrece alternativas más útiles y baratas que las tradicionales. Así, por medio de Amazon he publicado mi obra literaria en papel y en la versión Kindle:

Relato corto: Veinticuatro horas entre la Razón y la Locura, y Ruptura (Seis cuentos sin pies ni cabeza), obra del agrado de Isidora ediciones, que me la publicó sin costo alguno.

Novela: la mencionada La sinfonía de los polichinelas (o La última boda), Una noche sin Juan Sebastián Bach, Los sueños de Foto Donadie y Bajo la sombra del Gurugú (que engloba las novelas Ulad Mlilia, Ait Aixa y Salam Aleikum).

Teatro: El baile de las ratas en el solar del Conde y La rebelión de los espantapájaros.

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