Desde pequeño me gustaba meterme en callejones y callejuelas. Salir del centro, de la cara exfoliada de la ciudad para ver su parte real. Es allí donde se respira el verdadero aroma de un lugar. Donde los vecinos hablan en corro, donde las pintadas de las paredes cuentan historias y donde pequeños locales se llenan con las voces de sus regulares. Todo es curioso y todo es auténtico.
Conoces realmente a alguien cuando has paseado sus callejuelas, una vez has visto su centro en tantas ocasiones que ha abierto la parte auténtica de su ciudad. Por eso, ¿Cómo puedo presentarme en tan poco espacio? ¿Qué quiero que veas de mí y qué me da miedo enseñarte?
Lo primero es lo primero. Mi nombre es Jorge Carbajal Pérez y soy originario de la terreta, como la llamamos los valencianos. Vengo de Quart de Poblet, de lo que un día fue pueblo y con el tiempo se convirtió en barrio obrero. Y aunque mi orientación es la de una brújula sin aguja, puedo decir sin dudar demasiado que he conocido Valencia y he respirado Quart.
Creo que ahora toca la edad. Tengo veinticinco años y muy pocas ganas de llegar a los treinta, perdón a los lectores con más experiencia. Supongo que lo que me da miedo de crecer es perder el juego, estancarme en el conformismo y dejar de curiosear, de conocer y de respirar.
Decidí estudiar la carrera de periodismo solo un par de semanas antes del examen de acceso. No voy a mentir diciendo que jugaba a entrevistar a mis muñecos o que cada noche me iba a la cama imaginándome como corresponsal. Lo mío fue una pasión surgida de la improvisación. Pero pasión igualmente.
Me dejé impresionar por cómo escribían los grandes y tantas cosas más. Pero, sobre todo, me dejé impresionar por la supuesta función de la profesión como protectora del pueblo. Esa fue una desilusión grande que da para otra historia. De momento sigamos con la mía.
Tras una carrera en Valencia y un Erasmus en los Países Bajos, trabajé como obrero, mozo de almacén, dependiente y comercial. No me ayudó a encontrar una nueva vocación, pero sí a coger el sueño más rápido por las noches. A eso y a ahorrar el dinero suficiente para seguir estudiando en Milán, bien lejos de las mazas y las carretillas retráctiles.
Pasé dos años en la ciudad italiana. Vi su centro y, poco a poco, me dejó conocerla más. Pude explorar sus callejuelas y hablar con sus vecinos, primero con gestos y palabras inventadas y al tiempo en un aceptable italiano. Aunque los gestos solo aumentaron, los locales son un pueblo muy expresivo.
Allí estudié un máster de dos años en política global. Esta vez sí, fruto de una decisión premeditada; la política había sido otra de mis pasiones desde los catorce años. Descubrí sobre su importancia y la problemática social a través de la música. Rap, rock y punk sonaban de fondo mientras leía artículos y me hacía preguntas.
El máster me ayudó a responder muchas de esas cuestiones que me hacía de niño, pero también me generó nuevos interrogantes. Aprendí de geopolítica, economía y sociedad y fortaleció todavía más mi curiosidad por el mundo. Ahora, ya de vuelta en la terreta, quiero combinar mis dos pasiones y escribir sobre política para la gente, quiero responder esas preguntas y acercar el mundo a las personas de a pie.
Se siente incómodo hablar continuamente de mí sin nadie a quien preguntar de vuelta. Sin embargo, os he dejado ver más que mi centro. Sabéis mi nombre y mis orígenes, pero también os he enseñado algunas de mis callejuelas. Sabéis hacia donde voy y habéis podido leer parte de mi personalidad. Sabéis que voy a escribir para vosotros. Mis calles son vuestras.