Junto con James McNeill Whistler, John Singer Sargent (Florencia, 1856 – Londres, 1925) fue el artista estadounidense más famoso de su generación y sin duda uno de los más destacados pintores del siglo XIX y principios del XX. Aclamado en Estados Unidos (su retrato de Madame X está considerado la Mona Lisa de la colección de arte americano del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York), también es célebre en el Reino Unido, donde desarrolló la mayor parte de su carrera. En Francia, sin embargo, su nombre y su obra siguen siendo grandes desconocidos, algo que espera cambiar la exposición del Museo de Orsay que tendrá lugar en otoño de 2025.

En Francia nunca se había organizado una exposición monográfica dedicada a John Singer Sargent. Sin embargo, fue en París donde el joven pintor se formó, desarrollando su estilo y su red de artistas. También fue donde cosechó sus primeros éxitos y pintó algunas de sus obras maestras, como Dr. Pozzi en casa (1881, Museo Hammer, Los Ángeles) y Las hijas de Edward Darley Boit (1882, Museo de Bellas Artes, Boston). La exposición «Sargent. Deslumbrar París», organizada en colaboración con el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, pretende acercar este pintor al público en general. La exposición reúne más de 90 obras de John Singer Sargent, algunas de las cuales nunca antes se habían expuesto en Francia. Esta repasa el ascenso meteórico del joven artista, que llegó a París en 1874 con 18 años para estudiar con Carolus-Duran. La exposición repasa su trayectoria hasta mediados de la década de 1880, cuando se trasladó a Londres tras el escándalo que provocó su retrato de Madame Gautreau (Madame X) en el Salón.

Durante esta década, Sargent forjó tanto su estilo como su personalidad en el crisol del vertiginoso mundo del arte parisino, marcado por la proliferación de exposiciones, el desarrollo del naturalismo y el impresionismo, y el auge de París como capital mundial del arte. Aquí, el joven pintor estadounidense encontró apoyo entre otros expatriados, pero también se integró brillantemente en la sociedad francesa, forjando vínculos con un círculo de artistas, escritores y mecenas ilustrados. Las numerosas imágenes que Sargent nos dejó de estas personalidades trazan un retrato cautivador de una sociedad en pleno cambio, una sociedad muy cosmopolita, en la que la vieja aristocracia europea se codea con las jóvenes fortunas del nuevo mundo.

Sargent, que constantemente buscaba nuevas fuentes de inspiración, rara vez retrató la «vida parisina», sino que utilizó la capital francesa como base para emprender numerosos viajes por Europa y el norte de África. Y de este modo regresaba de ellos con un gran número de cuadros, paisajes y escenas de género que conjugaban exotismo, misterio y sensualidad. Pero fue en el retrato donde Sargent se consagró como el artista con más talento de su época, superando a sus maestros e igualando a los grandes artistas del pasado. Su magnífica destreza técnica, la brillantez de sus pinceladas, el resplandor de sus colores y la provocadora seguridad de sus composiciones asombraron al público y sedujeron a la crítica, que lo consideraba como un digno heredero de Velázquez. Al comentar en 1883 uno de sus cuadros más originales, el Retrato de las hijas de Edward Darley Boit, el escritor estadounidense Henry James, amigo de Sargent, señaló que el artista «ofrece el espectáculo extrañamente inquietante de un talento que en el umbral de su carrera ya no tiene nada más que aprender».

En 1884, el retrato que Sargent hizo de Virginie Gautreau, que más tarde describió como «lo mejor que había hecho nunca», provocó reacciones hostiles en el Salón. Estas apuntaban en particular a la moralidad de la modelo, y dejaban patente las cuestiones mundanas y sociales que estaban en juego en el arte del retrato «público» en la Francia de finales del siglo XIX. Una sección especial de la exposición está dedicada a ese momento de la carrera de Sargent y a ese cuadro, prestado por el Museo Metropolitano de Arte y que puede verse en París por primera vez desde 1884. Basándose en un pormenorizado trabajo de investigación, «Sargent. Deslumbrar París» también da cuenta de los duraderos vínculos que el artista conservó con su ciudad de formación, incluso después de trasladarse a Londres. Su compromiso con el ingreso de Olympia de Manet, artista al que admiraba, en las colecciones nacionales en 1890, así lo demuestra. Fue de nuevo en Francia donde Sargent experimentó su primera forma de reconocimiento institucional, cuando el Estado adquirió su retrato de la bailarina Carmencita para el Museo del Luxemburgo en 1892.