L’artista / ch’a l’abito de l’arte ha man che trema.
El artista / Quien tiene el hábito del arte y una mano que tiembla.

(Dante – Paradiso 13.77-78)

¿Por qué tiembla la mano? El cuerpo tiembla al latir el corazón, entre el dolor y el placer, casi imperceptiblemente, pero existe también el temblor de la ansiedad o la euforia ante la libertad de acción y sus consecuencias. Podemos ver en las últimas pinturas de Tiziano, como observó Giorgio Agamben, evidencia del temblor de la mano. ¿Qué significa esto? ¿Qué es el temblor de la mano del pintor? El arco de Diana aún está tenso en La muerte de Acteón de Tiziano, una pintura en la colección de la National Gallery de Londres que visité tantas veces como estudiante. Acteón, tras extraviarse en el baño secreto de Diana, es transformado en ciervo por ella y ve su propio reflejo en un arroyo antes de ser devorado por sus propios perros de caza. Toda pintura necesita tensión de una forma u otra, pero en el fondo, es la tensión ontológica la que le otorga a la obra su significado poético. Al final de su vida, Tiziano parece haber desaprendido algo intencionalmente. De este modo, su obra alcanza la fecunda paradoja de la esencia secreta de la pintura. No hay nada comparable en la escuela veneciana a su descarrío. Hay menos definición en su pincelada, junto con una cualidad más lánguida e incierta; sin embargo, esta pintura tardía es muy inquietante y extraña.

El cuerpo del pintor opera a su antojo, tenso entre el potencial de la intención y la resistencia que se manifiesta en la distancia de la inacción. Una sensación de absurdez contrasta simultáneamente con la emoción de la invención; la mano, al pintar, tiembla ante este conocimiento. Todo puede ser o no ser con la misma facilidad. Matisse, al enfrentarse a su cuerpo debilitado en la vejez, recurrió a los recortes. Podemos observar en sus líneas y formas temblorosas y cizalladas una especie de verdad, menos relacionada con una discapacidad física y más con una evasión deliberada de la habilidad. Sin embargo, a pesar de esta maniobra estratégica, nos damos cuenta de que no podemos escapar de nuestro cuerpo y sus hábitos, por lo que conscientemente los aprovechamos transformándolos en una especie de manierismo.

¿Cuál es mi rutina diaria en el estudio? Quizás, a pesar del horario que sigo y de un procedimiento de trabajo práctico, no sea una rutina en absoluto, sino más bien, la inmersión en una contradicción persistente. Mi pintura se mueve entre la desintegración total y la invención asertiva de formas, entre el impulso y el rechazo, entre la liquidez y la solidificación, entre la luz y la oscuridad y la inmensidad del color. La vida cotidiana se filtra en el estudio; pequeñas alegrías, lo banal o mundano. Oigo los murmullos y los gritos de los transeúntes desde la calle. El mundo de mi entorno quiere abrirse paso en la obra: contornos de montañas, nubes y árboles, la curvatura de la columna vertebral humana o una sombra sobre una mesa, pero mis pinturas insisten obstinadamente en ser objetos. Sé que «Objeto» proviene del latín medieval Objectum - una cosa presentada a la mente, que a su vez viene de ob- obstruir el camino de, y jacere - lanzar. Así pues, las pinturas, como objetos, son cosas que se lanzan contra sí mismas – hay fuerzas que entran en conflicto consigo mismas: figura/fondo, imagen/objeto, destrucción/creación. Hay algo que inherentemente se resiste a la proyección del impulso y por muy oculta que esté, la obra existe en permanente estado de convulsión. La única salida a este dilema es aceptar el desafío que presenta. Pero ¿qué clase de desafío es este? Es el regreso al origen, un regreso a la fuente donde estas fuerzas se manifiestan y engendran todo lo que surge después en el estudio. No hay ingenuidad ni inocencia en este regreso, como en De docta ignorancia de Nicolás de Cusa; es a pesar de todo lo aprendido y conocido.

Las obras expuestas en Temblor son una selección de pinturas de diferentes grupos familiares realizadas durante los últimos tres o cuatro años. Trabajadas simultáneamente, los grupos familiares constituyen una estrategia que he desarrollado, que, si bien comparte el mismo ADN pictórico, reside en el deseo de mantener la obra abierta y fluida, contrastando semejanzas y diferencias. La Metamorfosis ovidiana, retratada por Tiziano, señala el camino hacia una modulación dinámica sin fin que surge de una inestabilidad intrínseca: este es mi modus operandi como pintor. Quizás el verdadero significado de una obra resida en el espíritu con el que está hecha, la actitud, cómo está hecha, la naturaleza del soporte, cómo está pintada, cómo se presenta y cómo se extiende desde el cuerpo: el tañido. En la pintura, a menudo parece que nos alejamos del mundo de las cosas, pero en realidad, la abstracción es un retorno profundamente emocional a un lugar donde las cosas surgen por primera vez.