¿Crees que viniste a este mundo sin ningún propósito? Yo también lo creía, hasta que “Dios” tocó mi puerta.
“Dios escribió en el mundo el camino que cada hombre debe seguir. Solo hay que leer lo que él escribió para ti” es una frase del gran libro El Alquimista de Paulo Coelho. Había escuchado en una entrevista que el autor dijo que este libro no lo había escrito él sino Dios a través de él. Me pareció una afirmación un poco egocéntrica cuando la escuché, pero ahora que lo estoy leyendo por primera vez, estoy de acuerdo. Aunque aún no lo termino, siento que hay mucha verdad detrás de esas líneas.
Siempre he creído que los libros llegan a nuestras manos cuando estamos preparados para entenderlos. Este ha estado en el librero de mi casa por años, pero no había sido visible para mis ojos hasta hace un par de días que mi madre me recomendó leerlo. El Alquimista me encuentra en un momento de muchas dudas respecto al camino que he tomado para mi vida hasta el día de hoy, dudas respecto a mis sueños, mis pasiones, mis habilidades, mi forma de vivir. Me ha encontrado con la guardia abajo y me ha tirado a la cara un rotundo “ya basta, es momento de decirte la verdad”. Así que lo he hecho, me he rendido y le he dicho al cielo que me siento perdida otra vez y que mi corazón tiene un hueco enorme que nada de lo que hago lo está llenando, ni siquiera yo misma.
Yo nunca fui una niña con habilidades o talentos visibles ante los ojos de mis papás, mi madre nunca vio nada especial en mí, nunca vio una posible profesión o una posible vocación. Honestamente, yo tampoco reflexioné sobre esto cuando era niña ni adolescente, nunca tuve hobbies marcados ni pasa tiempos específicos, pero hay un par de cosas que siempre amé: los libros, las buenas historias y los problemas emocionales. Cuando estaba en el colegio siempre refugiaba mi dolor en novelas adolescentes y ni siquiera tomaba atención a las clases porque escondía mi libro entre la carpeta, leía y me dejaba absorber por otros mundos. Me encantaba.
Poco después, el deporté tocó mi puerta y encontré un refugio en medio del sudor, las pesas, la frecuencia cardiaca descontrolada y las pantalonetas apretadas. El ejercicio se volvió mi adicción favorita, mi cable a tierra, mi amigo incondicional. Y así crecí, escondiéndome del mundo real entre letras y un poco de sudor por la mañana. Ha sido mi rutina durante años, lo que nunca imaginé es que mis dos salvavidas eran mis mejores talentos.
Muchos crecemos sin esa chispa que otros tienen a flor de piel, crecemos sin algo que nos caracterice y crecemos sin propósitos, sin nada que amar y es doloroso. Me ha dolido escuchar que en mí nunca vieron "esos" talentos, pero lo más triste es que yo me lo creí y compré esa afirmación, la hice mía y así caminé por mucho tiempo. Pero hoy con un poco más de consciencia y mirando hacia atrás me doy cuenta de que Dios (o como lo quieras llamar) siempre me puso pistas en el camino, me tiró piedritas que yo no quise recoger para decirme que el camino era otro.
Hizo que odiara el colegio para poder amar a los libros.
Me dio la bulimia para que aprendiera a valorar mi cuerpo a través del deporte.
Hizo que me rechacen de las convocatorias de atletismo en el colegio para ahora correr kilómetros y kilómetros sin cansarme.
Me dio un trabajo como redactora en el diario más importante de mi país a los 18 años.
Me dio un trabajo como instructora de spinning cuando ni siquiera lo veía posible.
Me hizo coach.
Sigo creyendo que nací sin talentos y que, por lo contrario, ellos me encontraron a mí y yo los amé con toda mi alma y los hice parte de mi vida. No me he atrevido a ejercerlos profesionalmente porque aún no sé con claridad cómo voy a unir todo esto para empezar de cero y para dedicar mi vida entera a lo que amo, pero lo que sí sé es que no venimos a esta vida para dejar a los sueños partir.
El libro de Coelho ha sido un despertar que me ha hecho creer en la posibilidad de que venimos al mundo con una huella marcada, solo que crecemos y dejamos que esa huella se borre poco a poco con la acumulación de problemas, estrés, responsabilidades, etc., pero quiero que recuerdes que estamos aquí con un gran propósito, solo hay que estar atentos y presentes para escuchar los susurros de Dios, de tu alma, de tu consciencia. Aprende a hacerle caso a tu curiosidad: ¿Te gustan las flores? Anda a un vivero. ¿Te gustan los números? Inscríbete a una clase de administración. ¿Amas a los niños? Lee acerca de la educación. ¿Pintas en tu tiempo libre? Publica tu trabajo.
Tengo una frase que me motiva y me aterra al mismo tiempo “es muy fácil dedicar toda la vida a escalar una serie de montañas y terminar dándote cuenta de que nos has ascendido las correctas”. Así que vive escogiendo las montañas correctas por más insignificantes que parezcan porque es la única manera de vivir con propósito. Y quién sabe, con un poco de suerte y disciplina esas montañas te llevarán a un gran valle lleno de flores.