Basadas en la novela ‘Lolita’ de Vladimir Nabokov, publicada en 1955 – una obra perturbadora que abre ciertas puertas oscuras del ser humano sobre el deseo, pasión, delirio y las fronteras del amor – se han estrenado dos películas con el mismo título.
En 1962, Stanley Kubrick lleva a la gran pantalla su ‘Lolita’, con guion del propio Nabokov. La película de Kubrick es considerada hoy un clásico del cine. Más de puntilla por la historia del séptimo arte pasó la versión estrenada en octubre de 1997 y dirigida por Adrian Lyne.
Las dos supusieron un escándalo en su época y las dos fueron la cuna y la tumba de la carrera de sus jóvenes protagonistas.

Cabe señalar que, la novela de Vladimir Nabokov, con su lenguaje extraordinario y exquisito, y a pesar de ser maldecida, perseguida, desdeñada, prohibida y señalada durante décadas es, sin ningún género de dudas, una obra maestra de la literatura universal.

Ambas películas, me las he visto este fin de semana de frío, chocolate caliente y buena compañía.
Como ya supondrán las personas que me leen y conocen mi tendencia a utilizar el cine como metáfora o como lanzadera para abordar temas relacionados con la mente y la conducta humana, la ‘Lolita’ de Kubrick y también la de Lyne, me colocan en la casilla de salida para escribir este artículo. El fenómeno cultural del abuso de menores subyace en esta publicación.

Para quien no hay visto estas películas, o haya leído la novela de Nabokov, le hago un resumen; conocer el argumento de esta historia es relevante para tener una mayor comprensión del fenómeno o síndrome de las “lolitas”, muy arraigado en las culturas patriarcales y en los abusos de las personas más vulnerables.

La historia de pedofilia y obsesión en ‘Lolita’ (en todas sus versiones), es, también, un relato sobre el abuso, crueldad, locura y muerte. Un pedófilo de 40 y tantos años, desarrolla un enamoramiento malsano y obsesivo de un niña de 12 años, Dolores Haze a la que llamó Lolita (en las películas se la aparentó algo mayor para eludir las censuras). El escritor y crítico británico David Lodge dice en su libro El arte de la ficción que Lolita «sigue resultando perturbadora, porque otorga una seductora elocuencia a un corruptor de menores y asesino».

Existe evidencia, desde hace muchos años, que las personas más propensas a ser apremiadas sexualmente son las más jóvenes. Y de entre ellas, las que provienen de hogares adoptivos, forman parte de entornos familiares fracturados y reconstruidos, o conviven en entornos desestructurados. En estas circunstancias, muchas de estas personas menores aprenden conductas que definimos profesionalmente como “lolistas”, es decir, se exponen y/o expresan conductas y actitudes de naturaleza sexual complaciente, a las que subyacen los miedos al abandono, a ser devueltos al orfanato o a ser despreciados y ninguneados.

Aunque esta es la realidad más frecuente en los casos de “Lolitismo”, no es la única.
Hace ya, algún tiempo, llegó a mi consulta el caso de una muchacha de quince años, que provenía de un entorno familiar estructurado y conservador, y a la que gustaba hacer regalos uno de sus tíos. Casi siempre, obsequios que sus padres se negaban a costear, que preferían no regalarle o que le prohibían tener.
El tío Pascual, había adquirido un rol de benefactor que la hacía sentir apreciada y encandilada.

El rol del tío Pascual y el de mi paciente adolescente, se podrían considerar de cierto parecido al de los personajes de Humberto, el profesor y Lolita, la púber, en la novela y en las películas de cine. El hombre abusa de su posición de poder para “proveer” a la víctima vulnerada (adolescente egocéntrica y contrariada, a la edad en que los adolescentes son egoístas y están permanentemente contrariados), de una falsa seguridad que, más tarde, acabó derivando en conductas dependientes, perversamente complacientes y de abusos, entre otras complejidades psicológicas.

El síndrome de Lolita

En 1959, Simone de Beauvoir publica en la revista norteamericana Four Square, un artículo titulado Brigitte Bardot and the Lolita syndrome. En este artículo, la intelectual feminista analiza el atractivo de la estrella más sensual del cine de entonces, en relación del ideal de la mujer moderna que tiene hacia el símbolo mujer-niña lolita.

En algunos países, los más avanzados, sin duda, en la década de los años cincuenta del siglo veinte, la mujer adulta empieza a habitar en el mismo mundo que los hombres, no le extraña a Beauvoir, que en este contexto se produjo el fenómeno de Lolita, como en la novela de Nabokov y observa como ‘La diferencia de edades restablece entre ellos (los hombres) la distancia que parece ser necesaria para el deseo’.

La idea de la jovencita atrevida y erótica se mueve en un universo impenetrable para los hombres maduros, y se enmarca en una creencia “pedagógica” de la pedofilia. Son muchos los pedófilos y abusadores, como el Humberto de la novela y las películas, que se consideran una mosca madura atrapada en la telaraña de los comportamientos caprichosos, coquetos y seductores de las menores de edad, y también en muchas ocasiones de los menores, de las Lolitas.

El síndrome de Lolita abrió las puertas a ideas delirantes sobre la sexualización de los niños y de que se les podía amar físicamente. Ideas escritas en el diario francés Libération a principios de los años ochenta del siglo pasado por Jacques Dugué (pedófilo notorio posteriormente condenado por violación y pornografía infantil), y que continúan presentes en la actualidad con la hipersexualización de las niñas y los niños.

Paradójicamente, desde Libération, se reprochó en varias ocasiones a Simone de Beauvoir de tratar de forma “machista” y mezquina a algunas de las muchachas que fueron sus amantes.

Lo cierto, lo que sabemos por la experiencia empírica, es que, en las relaciones afectivo-sexuales que se producen entre una persona adulta y otra menor de edad, no existe una historia de amor, sino que, por el contrario, lo que prevalece es una condición de abuso y poder de la primera sobre la segunda, con frecuencia mediadas por comportamientos pedófilos.

La pedofilia es un trastorno mental, no nos podemos llevar a engaño con esto y considerar que excitarse sexualmente con menores es algo inofensivo. Como ocurre con el Humberto de esta historia, la conducta pedófila se caracteriza además, finalmente, por el daño que se ejerce sobre la persona objeto de deseo, que se manifiesta a través de abuso, manipulación, engaño y también, de acciones pederastas.

Sabemos, que los pedófilos (la inmensa mayoría son hombres) muestran diferentes alteraciones neuronales y presentan un patrón de activación celebrar predominantemente subcortical ante estímulos sexuales, que les resulta casi imposible de contener o controlar, por eso es un trastorno psiquiátrico, aunque estas alteraciones no libran a estas personas de ser responsables de sus actos, cuando estos abandonan la esfera de los pensamientos para entrar en la de los hechos.

El síndrome de Lolita, no es la manifestación de la perversidad de una o un adolescente embaucador, sino una condición de gran vulnerabilidad. Perder esta perspectiva contribuye al abuso de menores. El término se utiliza para describir un fenómeno cultural y social que genera gran debate a nivel de consentimiento, abuso y moralidad, Es saludable y natural que los niños y las niñas puedan explorar su propia sexualidad, pero es traumático que un adulto se interponga en ese tránsito.

Es, por tanto nuestra responsabilidad, la de la sociedad en general y la de cada cual en particular, la de proteger a estas niñas y niños de los comportamientos depredadores de adultos y también de sus iguales. Hace setenta años Nabokov y luego Kubrik y más tarde Line describieron a un hombre torturado por sus impulsos pedófilos y a una joven que “encendía” sus instintos más miserables y se convirtió en un síndrome que, con el tiempo, ha alimentado la industria de la pornografía y las conductas más aberrantes y delictivas de muchos hombres. Ante esto, no podemos permanecer indiferentes e indolentes.