Aquel hombre robusto, de cabello rubio y largo, de expresión seria, pero que no infundía temor, se caracterizaba más bien por ser una persona amable, risueña, de suma sencillez, modesto en su vestimenta y actuar, que seguía ejerciendo su profesión de médico en Londres, sin importarle que el Royal College of Pysicians no lo admitiera en su seno. Entre sus colegas se le respetaba y tenía famosas amistades como la del químico Robert Boyle y el filósofo John Locke, a quienes conoció durante sus estudios que realizó en Oxford. Este último le tenía en tanto valor que muy a menudo lo acompañaba cuando hacía sus visitas médicas, impresionado por la capacidad, conocimiento y destreza que demostraba tener con sus pacientes. Semejantes amistades y reconocimientos, aparte de la que le brindaban otros médicos famosos como Robert Hooke, Thomas Willis, así como gente importante, le llenaban de orgullo, pero no por eso dejaba que el envanecimiento se apoderara de él.

Participó durante la guerra civil inglesa antimonárquica al lado de Cromwell, al igual que hizo su padre y cuatro hermanos, uno de los cuales de nombre William llegó a coronel. Sin embargo, tuvo la desventura que dos de ellos murieran en la contienda. Él, por su parte, se destacó hasta obtener el grado de capitán, y todo ello le había traído problemas con los nuevos tiempos, pero poco o nada le molestaba el no reconocimiento oficial. Curiosamente su paisano William Harvey participó muy activamente en el bando contrario, dado que fue amigo y le mostró total fidelidad al rey Carlos I. Parece ser que nunca se trataron, a pesar de la celebridad de ambos. Había obtenido el bachillerato en medicina en Oxford y prosiguió estudios en Montpelier, Francia. Treinta años después obtendría el título de doctor en medicina en la universidad de Cambridge, en donde también estudió su hijo. Recibió sólida formación médica en estas tres renombradas universidades, pero fue la práctica al lado del paciente, la que le permitió ser considerado el mejor clínico del siglo XVII.

Los primeros años

Thomas Sydenham, nuestro héroe, nació el 10 de septiembre de 1624 en Wynford Eagle, condado de Dorset, Inglaterra, en el seno de una ilustre familia puritana, pero lastimosamente se conocen pocos detalles de su infancia. Probablemente, los cuatro años que pasó en el ejército como capitán de caballería, forjaron su carácter y contribuyeron a darle, «buena parte de aquella simpatía y lucidez para comprender la humana naturaleza, que tan claramente demostró en su vida ulterior» (Douglas Guthrie).

En 1665, contrajo matrimonio con Mary Gee, en su lar nativo de Winford Eagle, con quien procreó dos hijos, William (1660-1738) y Henry (1668-1741). Se menciona que tuvieron otro hijo llamado James, pero que murió a muy corta edad. En 1663, aprobó el examen del Colegio de Médicos inglés, obteniendo así la licencia para poder ejercer la carrera de médico (Wikipedia).

Al regresar de Montpelier, inició su práctica médica en Londres. Como ya se ha explicado, pese a no ser un médico cortesano, ya que en 1660 había vuelto al trono Carlos II y él había apoyado resueltamente a Cromwell, muy pronto comenzó a tener gran clientela, incluso de gente muy distinguida, ya que su fama como buen clínico iba en ascenso. Siempre con suma dedicación, observaba y escuchaba al paciente, deslastrándose de las teorías surgidas después del escolasticismo medieval. En este sentido, profesaba una honda admiración por el método hipocrático. Prefería el aprendizaje al lado del enfermo en vez de buscar en los libros el conocimiento de las enfermedades. Famosa es la anécdota cuando un distinguido galeno le solicitó le recomendara un buen texto de medicina, le respondió que leyera el Quijote, como lo hacía él todos los días.

Para el tratamiento, prefería los medicamentos simples, pero le gustaba innovar como lo demuestra que fue de los primeros en recetar el hierro contra la anemia y en no dudar emplear la quinina recientemente importada de América Latina para tratar el paludismo que, como afirma Guthrie, en esa época era bastante frecuente en Inglaterra. Como casi todos los médicos utilizaba la sangría, pero hacía uso de ella de manera adecuada y prudente. Era amigo del ejercicio físico al aire libre y lo recomendaba especialmente para los tuberculosos. Fue igualmente partidario del uso del opio en forma de tintura y una de sus formulaciones consistía en acompañarlo de clavo, canela y azafrán. A esta formulación se le llamó «Láudano de Sydenham» y por muchos años su utilización fue muy extendida, no solo en Inglaterra, sino que también en Europa. Se le conoció también como «Vino de España» (Abel Martínez Martín).

Reintrodujo el mercurio para la sífilis, utilizándolo como ungüento hasta provocar abundante salivación, pero erróneamente pensaba que esta era la que producía la curación y no el mercurio en sí.

Aparte de sus formidables cualidades como observador y poseedor de un instinto infalible, Sydenham hizo uso de la terapéutica basándose más en su experiencia que en las teorías. Particularizó las terapias para cada caso, tratando de hacerlas lo más simples posible, evitando toda subjetividad. Así, por ejemplo, para la fiebre empleaba métodos refrigerantes y para la tuberculosis, recomendaba el ejercicio al aire libre. Tenía fama de un gran humor, lo que agradaba mucho a sus pacientes. Se cuenta que en una ocasión afirmó que «la llegada de un popular payaso circense era más beneficioso para la salud pública, que veinte asnos cargados de medicamentos» (Kurt Pollack).

Describió magistralmente muchas enfermedades comenzando por la gota, enfermedad que padeció durante treinta años, así como otros padecimientos artríticos, por lo que se le considera el primer reumatólogo. Describió la poliartritis aguda, la artritis crónica y posiblemente la fiebre reumática, así como la artritis reumatoide (Iglesias A). Reseñó nítidamente la viruela, las diferentes fiebres, la corea menor para distinguirla de la corea mayor o baile de San Vito, que azotó a varios países europeos durante la edad media, la histeria, entre otras enfermedades. Se le considera también, uno de los pioneros de la epidemiología, al destacar la influencia del clima, así como también el importante papel que juegan los estilos de vida en la posibilidad de estar sanos o enfermos (Abel F. Martínez Martí). Además, por describir las fiebres intermitentes en 1661-1664, la plaga de 1665-1666, el sarampión en 1667-1669, la disentería y el cólera en 1669-1672 y, por último, la influenza en 1673-1676 (Antonio Iglesias). Describió por otra parte, las diferencias entre enfermedades crónicas y agudas.

En su época, hubo algunos personajes médicos importantes que comprendieron su gran valor, como Richard Morton y Thomas Browne, pero en general, la academia inglesa mostró una actitud sectaria y política en contra de Sydenham. No fue sino hasta 1727 que el Dr. John Arbuthnot, en una conferencia en el College of Pysicians, al mencionar a Sydenham le llamó aemulus Hippocrates (rival de Hipócrates). Sin dejar de mencionar que Hermann Boerhaave, el más grande médico del siglo XVIII, cuando mencionaba el nombre de Sydenham en Leyden, le llamaba «la luz de Inglaterra, la destreza de Apolo, el verdadero rostro de Hipócrates». Para ese entonces, no había duda de la grandeza del médico inglés (Wikipedia).

Su obra

No fue un escritor médico prolífico, no obstante, dejó obras importantes, algunas de las cuales fueron textos de lectura obligada por casi doscientos años por médicos y estudiantes de medicina. Así sucedió con el libro Observationes Medicae, el cual salió impreso en 1676 y en donde reúne toda su amplia experiencia clínica. En el prólogo de esta obra, «expuso un programa para construir una nueva patología basado en la descripción de todas las enfermedades tan gráfica y natural como sea posible, ordenando los casos de la experiencia clínica en especies igual hacían los botánicos» (José Luis Fresquet).

Uno de los primeros textos fue el que publicó en 1666 que tenía por título Methodus curandis Febres, dedicado al estudio de las fiebres. A las calenturas le atribuía un efecto curativo ya que decía que era un esfuerzo de la naturaleza para devolver la salud. Curiosamente esto mismo dijo cien años atrás el médico español Antonio Gómez Pereira, nacido en 1500. Asombra también, que dicho galeno se anticipó a Descartes cuando afirmó: «Conozco que conozco algo. Todo el que conoce es. Luego yo soy» (Apéndice sobre la medicina española, Kurt Pollack).

Sydenham, a su propia enfermedad, la gota, como se dijo anteriormente le dedicó un tratado muy explícito, como es de suponer, por su condición de paciente. Así, describió un episodio gotoso:

La víctima se acuesta en perfecta salud y se queda dormida. Hacía las dos de la madrugada, le despierta un vivo dolor en el dedo gordo del pie. Siguen después sudores y escalofríos y fiebre no muy alta. El dolor se hace más intenso. Tan pronto son violentos tirones y desgarros de los tendones y articulaciones, como un dolor que roe, o una presión irresistible… Se pasa la noche en una tortura atroz…. Y son inútiles todos los esfuerzos para obtener un alivio al dolor cambiando de posición. Por último, el paciente siente algún alivio… Por la mañana, encuentra el dedo muy hinchado. Pocos días después, se le hincha el otro pie y sufre los mismos dolores (Kurt Pollack).

Los años finales

La gloria universal le fue esquiva durante su tránsito terrenal. Solamente después de fallecido, se reconoció su genio, debido principalmente al gran maestro de Medicina, Hermannn Boerhaaeve, en Leyden, Holanda, que había leído su obra y le rindió tributo indiscutido. Se cuenta que cuando mencionaba su nombre, se quitaba el sombrero.

Algunas de sus frases más felices, aparte de las ya mencionadas, fueron:

El hombre es tan viejo como la edad de sus arterias.

«Primun non nocere» (antes que todo, no hacer daño). Este aforismo clásicamente ha sido atribuido a Hipócrates. Pero el cirujano inglés Thomas Inman asegura en uno de sus libros que es de Sydenham.

Durante sus últimos años, aparte de la gota padeció de cálculos renales. Murió en su casa de Pall Mall, el 29 de diciembre de 1689, a la edad de 65 años y fue enterrado en la iglesia de Saint James, en Picadilly. Desde 1810, el Colegio Real de Médicos hizo colocar un pequeño monumento en su honor. Fue considerado el padre de la medicina inglesa y el Hipócrates de Inglaterra. John Brown le llamó el «Príncipe de la medicina inglesa».

Notas

Fresquete, J. L. (2000). Thomas Sydenham (1624-1689). Historia de la Medicina.
Guthrie, D. (1953). Historia de la Medicina. Barcelona, España: Salvat Editores S.A.
Iglesias A. (2020). Thomas Sydenham, ¿el primer reumatólogo?. Global Rheumatology. Vol. 1, jun-dic.
Martínez Martí, A. F. (2019). Thomas Sydenham, el mayor clínico del siglo XVII. El diario de salud.
Pollack, K. (1970). Los discípulos de Hipócrates. Barcelona, España: Plaza Janés editores.
Pollack, K. (1970). Apéndice sobre la medicina española. En: Los discípulos de Hipócrates. Plaza Janés, Barcelona España, 1970.
Wikipedia. Thomas Sydenham. Basado en Chisholm, Hugh, ed. (1911). Sydenham, Thomas. Encyclopædia Britannica. Vol. 26 (11.a ed.). Cambridge University Press, pp. 277–278.