Hoy en día se advierte una creciente porosidad entre los objetos del arte contemporáneo y los del ámbito del diseño: ambos son productos que aminoran el impacto de la huella ecológica, poseen una memoria que enaltece no solo a su carácter material, vernáculos, ancestrales y, en particular son tolerantes con la naturaleza, entorno o cultura misma de procedencia. La segunda semana del Diseño en el MADC, marzo 2023, abrió a la comunidad costarricense un conjunto de exposiciones de considerable número de artistas, diseñadoras, diseñadores que, en particular, demuestran esos rasgos de identidad, así como la presencia del diseño peruano, al lado de propuestas de uno y otro ámbito que merecen esta circunstanciada reflexión.

El diseño de «Perú: nuevas iconografías»

Despunta el diseño como una constelación en la cual catar originalidad, calidad, rigor, abordaje, vitalizando con este tratamiento los componentes de la cultura material de aquella nación suramericana. Al respecto, Sergio Guzmán, curador de la propuesta expuesta en la Sala Principal del MADC comenta que el objetivo de traer a un museo de la región centroamericana esta exhibición, contribuye a mostrar la forma en cómo se está pensando el diseño en Perú a partir de un sistema de piezas contemporáneas. El curador agrega que las personas visitantes al MADC podrán encontrar, en general, una selección de obras pensadas y desarrolladas en Perú, pero entendidas a partir de un eje transversal, lo que él denomina la iconografía; la califica como una suerte de metalenguaje, que sirvió, desde siempre, como un pilar para el desarrollo de nuestra cultura (Guzmán, texto curatorial, 2023).

Los incas y el universo

En una entrevista al investigador Hugo Luza, publicada en 2018 en la revista Meer, el cuzqueño comentaba que, en el Valle Sagrado en provincia de Cusco, sus antepasados estaban doblando el universo en sus ciudades desde la época preincaica: concordancia con los íconos de la animalística como el puma, el cóndor, la perdiz, la llama, tan cercanas a los imaginarios simbólicos de los peruanos. Luza afirmaba (pues ya falleció en 2022) que, en Sacsayhuamán, complejo arqueológico ubicado en la parte alta de esa urbe las puertas de la ciudadela estaban alineadas con las constelaciones: Uno de los portones apunta a la constelación de Orión, otros están dirigidos hacia la Cruz del Sur, la ciudad misma fue orientada con las estrellas. Se deduce cómo los ancestros plasmaron aquellos u otros constructos observando el universo: La Vía Láctea que en lengua quechua se traduce Chaskamayu, y el Willkamayu era el río Urubamba que recorre el Valle Sagrado e irriga sus tierras fértiles, abastecidos por la energía cósmica que poseía una enorme influencia, de ahí el tamaño y sabor. La constelación de la llama representa a Ollantaytambo, con aquella vibrante montaña del Pacaritampo o Habitación del Amanecer porque redirecciona los primeros rayos del sol desde las altas cúpulas de los Andes hacia el valle. La constelación del cóndor es Machu Picchu. La perdiz está representada en Pisaq. El puma en Cusco, y Yanahuara es el Sapo.

Narrativas de lo urbano

En otra entrevista de 2013 que publiqué, en este caso en la revista española de arquitectura y diseño Experimenta.es, acerca de la exposición del también peruano Eliot Tupac, esa vez en Sala 1.1 del MADC, y lo cito a la entrada de la Sala 1 del MADC, hoy en «Perú: nuevas iconografías» se exhiben sus carteles con ese característico y popular tratamiento del arte serigráfico que, según Tupac, se deriva del arte popular chicano. Hablábamos del grafiti, arquigrafías, vallas de carretera, gráfica en medios de transporte masivo, muralismo, cartelismo, rotulismo popular, como expresiones de lo urbano y condición estudiada a fondo por la antropología social, pero que también trastoca los bordes del arte contemporáneo con trazos muy gestuales y espontáneos, y un colorido propio de los productos de América Latina como son los tejidos, cerámicas u otras mercancías artesanales.

«Pandemonium» de Tomo 77

El término pandemónium utilizado por Tomo 77 (Tony Agüero) para titular la muestra individual de gráfica contemporánea en la Sala 1.1 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, marzo de 2023, visualiza —más que un ritual demoniaco tal y como podría interpretarse de tan singular titular—, una crónica del estado de emergencia y de lo que representó para él o para muchas más personas la pandemia. Pero esta no solo trajo encierro y ajustados protocolos sanitarios: colmó de ansiedad, confusión, tiempo de hastío, para comprenderlo en términos de lo que para todos nosotros representaron aquellas contingencias. La recordamos no solo por el autoencierro, uso exigido de mascarillas y otros protocolos de emergencia, sino por resignificar un espacio propicio para reencontrarse consigo mismo, y, en la medida de lograr esa íntima comunicación con nuestro yo, catapultar los razonamientos y sensibilidad hacia el imaginario de la autorreferencialidad, como lo hace Tomo 77 al crear hoy esta serie de imágenes de abundante signo gráfico. Sugiere mirar al caleidoscopio como a un embudo toroidal que traspasa los cuerpos o superficies, y al exigir nuestras córneas y mácula de la visión para posarse en aquellos espejos delatan un movimiento que atañen al sí mismo pues proceden y poseen la energía de nuestro interior.

El artista comenta que esta investigación se gestó en aquellos tiempos de ensimismamiento de la pandemia, y el punto de inflexión lo marca su experiencia de migrante por tierras norteamericanas, en particular en la ciudad de Oregón, Estados Unidos, pretendiendo documentar las reacciones que el denomina «individuales y colectivas», «personales y universales» para definir el carácter y tratamiento de las abundantes figuras y otros detalles gráficos subordinados propios del lenguaje xilográfico.

Incierta deriva: «Ciudad sin norma» de Walter Calienno

En las ciudades contemporáneas se cruzan vectores que desestabilizan sus coordenadas y ordenadas en el seno donde gravita la estructura social y cultural —o por lo menos la noción remanente de aquella civilidad del ayer, y, sobre manera, su modelo de vida en comunidad. Platón decía en La República (citado por Eugenio Trías en El artista y la ciudad, 1998) que las ciudades existen en tanto que y, a pesar del confinamiento pandémico todos nos necesitamos unos de otros, pero este pensamiento hoy está de nuevo en crisis provocando escozor y desesperanza. Hoy son sensibles la soledad, la incomunicación, las elusivas palabras que jamás llegan a ser pronunciadas a cabalidad pues sus letras quedan atoradas entre las comisuras de los labios y hasta entre los dientes apretados con rabia unos con otros, a la par de vicisitudes que las atraviesan, cuando todo se cruza como una mirada esquiva; las vivencias en esa correlación se tornan tan estridentes como incomprensibles.

Quiero recordar una vez más aquel dibujo de Escher de la mano que, de manera perversa, se dibuja a sí misma, tan propia del pensamiento sociológico de las últimas décadas del siglo XX. Somos constructores de moldes de dura materia que dependen de nuestra capacidad creativa, pero que, al mismo tiempo, nos modelan a nosotros mismos. Entonces, no me queda más de decir que nos hacemos al construir hormas de concreto que configuran la ciudad y que son como cárceles en el pensamiento de Focuault, o como las caracterizaban los científicos sociales y sicólogos que dependen de nuestra misma grandilocuencia o testarudez (Mitscherlich, El fetiche urbano, 1968).

En la propuesta de Walter Calienno, concreto y cristal no son constructos habitacionales ni comerciales, son signos de pregunta que nos cuestionan a ver, a adelantar un paisaje de la ciudad quizás actual y/o futura, y que no abandona cierta raíz de la arquitectura maya mesoamericana, e incrementan la sombra que arrojan estos volúmenes sobre la pared de la Sala 2; un paisaje de la ciudad cuyo fondo lo aporta ese derruido repello de las paredes del museo y de una extraña belleza infranqueable, en tanto refieren a un nuevo entramado ficticio de una ciudad-escenario, pero que, a pesar de su luminosidad, entraron en crisis y desaparecieron quedando solo esa cala de huellas duras.

Lo mínimo del minimalismo

Las pinturas de Juan Miguel Marín tituladas «Parajes», 2023, son un sin sentido de esa visión del arte de los últimos tiempos, pero no hablo de tiempos escatológicos ni visiones apocalípticas, sino de arte contemporáneo, sus procesos de creación y manifestación que son irreductibles, y él, el artista, pinta horizontes impregnados de incertidumbre, la misma contradicción en que he venido insistiendo en definir. Ya no se le puede cercenar una letra más, no se pueden juntar esos signos para que lo que ocurre entre el interletrado dispare un significado comprensible. El artista ecuatoriano colecta quizás esos espectros del no saber trazados con pintura en el horizonte y en la pequeña dimensión, pero limitada, quizás es otra ciudad la que atraviesa, quizás un paisaje marino o de la pampa, pero al final son narrativas abstractas de una realidad como la que vivimos e intentamos acostumbrarnos saliendo a flote de ella.

«Critical Mass Latinoamérica»

Afina la estocada final de la contradicción lo que discurre en ese presagio por el horror que experimenta gran parte de los ciudadanos de hoy ante los artificios de la tecnología en los últimos años. Aquella visión de que estos nos van a dejar sin trabajo, de que la máquina hará lo que con grandes esfuerzos aprendimos a hacer y certificamos, se hacen reales en el contenido de uno de los carteles de esta exhibición, pero lo que en el fondo de todo me preocupa es que esa afirmación verbalizada desde nuestro íntimo ser será real, en tanto y cuando nuestras palabras actúan como conjuros de lo que se dice y lo que tarde o temprano será realidad si los predicamos con tanta verbigracia y ensañamiento.

«Miscelánea» de Carlos F. Santana

Buscar nuevos espacios expositivos es un ejercicio creativo e interpretativo de muy alto calibre; requiere astucia en tanto que un lugar para un determinado momento es apropiado, no lo es si depende de constantes cambios atmosféricos como en nuestro caso. Ese enigma del tiempo acrecienta, más en una ciudad como nuestra capital San José, que en pleno verano de repente tiñe el firmamento con el trazo de un nubarrón renegrido, o que las ventiscas que atraviesan al planeta traigan arenas del Sahara para esparcirse en sus superficies y objetos.

Así como servirse de la zona bajo los tanques de agua del museo, para montar una propuesta de diseño tan singular y contemporáneo, nos sorprende, como que el tratamiento material y morfológico sean un poema a la forma mínima, el presagio de una conjunción (in)esperada donde creatividad, técnica y tecnología aúnan, para como dije, estimulen nuestra capacidad humana de reinvención y deleite o estética de los sentidos.

Implica, en esta propuesta, el trabajo de la piedra con el metal, experticia buscada en «Arte en Piedra el Indio» en Bajo los Rodríguez de San Ramón; la «Tenería el Pirro» en Heredia donde esta colección exhibida bajo el firmamento y los tanques de agua se sirve del cuero bovino para argumentar el placer de reposar nuestro cuerpo en estas singulares materias tan cargadas de identidad y que nos evocan los orígenes de la Bauhaus cuando los artistas, arquitectos y artesanos generaron el diseño industrial o de productos. Comenta el diseñador expositor Carlos Santana:

Por lo tanto miscelánea, palabra que significa «mezcla de cosas diversas» plantea un encuentro de la técnica con la materialidad en distintos momentos históricos, involucrando el dominio de materiales de la industria moderna como el plástico y los metales, con aquellos de nuestro legado histórico; piedra volcánica, tejidos y pieles como estrategia para mostrar al mundo lo que hay adentro, en nuestro contexto mesoamericano (Santana, texto del brochure 2023).

A más de un siglo de la experiencia de Gropius y allegados, a cuarenta años de abrir las primeras escuelas de diseño en el país y la región, y a treinta del mismo MADC, importa celebrar estas hazañas de reinventar los materiales acorde con las sensibilidades de estos nuevos tiempos, y que un aguacero o las ventiscas no aminore el artificio de exhibir a la intemperie, ni el polvo del desierto de Sahara nos chille al otro lado del mundo en los ojos al sentarnos a contemplar el paisaje del Centro Nacional de Cultura (CENAC, antigua Fanal) en pleno corazón de la capital como si esperáramos un evento telúrico que remueve las placas del planeta en el declive del día, y esperar la luminosidad del atardecer, cuando reverbera el goce o fuego del fruto de la vid en los labios, y una pulsión interior atraviese nuestra existencia.

La muestra —volviendo al comentario de Perú: nuevas iconografías» y con esto concluyo—, devela la amplitud y potencial de esta otra constelación, la de los productos de diseño con que esa nación se presenta al mercado internacional, donde se considera la creatividad y calidad de factura, funcionalidad y economía del eje proyectual, y que podría sintetizarse en un muy hermoso textil a bandas de multiplicidad de colores, tan alto, como la pared misma de la gran sala de este museo. Un producto tejido en un telar de cintura con el trazo exquisito de esa civilización de estrellas que asimilan en su iconografía el universo, y el indivisible binomio dador y sagrado en la cosmovisión de los pobladores originarios del continente Abya Yalá, tal y como se le llamó desde tiempos inmemoriales a América. Cultura y naturaleza; una poderosa estructura de saberes, tradiciones y sensibilidades que la mamá pacha hace verter de su útero cósmico, no solo el agua y las semillas de su alimentación, el aire renovado cada mañana, sino que un pensamiento y creatividad manifiesta desde las fuentes de su arte y ciencia ancestral.