Un lema que desde hace años repitieron con orgullo sus socios e hinchas es «Más que un club», para destacar la particularidad de la historia de una entidad que tuvo que soportar la dictadura de Francisco Franco, y siempre, las sospechas de un poder centralista del fútbol más cercano a los equipos de Madrid, la capital española. El Fútbol Club Barcelona fue siempre muy politizado, porque representa mucho más que los valores deportivos, sino también culturales y sociales, como representante de un colectivo muy especial, que hasta tiene muy definido el «ADN» del estilo de juego de sus equipos: un 4-3-3 innegociable.

Uno de sus últimos entrenadores, el argentino Gerardo Martino, comentaba con sorpresa años después de dejar su cargo que ejerció en la temporada 2013/14 sin más títulos que la Supercopa de España, que en una oportunidad, tras un partido de liga, gran parte de la prensa que sigue al equipo, le recriminó que por primera vez en años había perdido el porcentaje final de posesión del balón ante el Rayo Vallecano, en Madrid, por 52% a 48%, «¡y habíamos ganado 4-0!».

Siempre, alrededor del Barcelona, hubo debates, discusiones, asambleas, votaciones, encuestas entre los socios, recordatorios históricos, aunque lo vivido por los azulgranas en los últimos años, no tiene precedentes.

Algunos sostienen que la crisis más grande comenzó con el final del mandato del presidente Josep Lluis Núñez en 2000, tras veintiocho años en el poder. Allí terminó una etapa y comenzó otra, y de una manera extraña, distinta a todo lo anterior, cuando irrumpió en escena un joven emprendedor y carismático, Joan Laporta, que ya se había atrevido a juntar firmas contra Núñez, como opositor, en un movimiento llamado «El Elefante Azul». Lo cierto es que, en todas las encuestas para las elecciones de 2003, el gran candidato era el reconocido publicista Lluis Bassat, que llevaba a Josep Guardiola en su proyecto. Pero en los últimos días fue rebasado por el joven abogado con un discurso independentista (aunque con cuñado franquista, Alejandro Echevarría), que aparecía ahora prometiendo el fichaje de David Beckham, del Manchester United que, sin embargo, al otro día de los comicios, el lunes, ya era anunciado como nuevo jugador del Real Madrid. ¿Qué había ocurrido para que el club inglés anunciara el pase al Barcelona en su sitio web? Simplemente que los altos contactos de Laporta con un agente de futbolistas que representaba a Beckham, y con el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, permitieron que todos aceptaran esta mentirilla para favorecerlo en su ascenso al poder. Claro que a los pocos días se incorporó al Barcelona el arquero turco Rustu Recber, mundialista en 2002, y de la misma escudería del agente en cuestión. ¿Casualidad?

En esos años de gestión de Laporta (2003-2010) es cuando no sólo se cimentó el equipo más admirado de la era contemporánea, el Barcelona de Josep Guardiola (2008-2012), con un momento deslumbrante que fue cuando en 2010 la FIFA nominó como terna al mejor jugador del año a Andrés Iniesta, Xavi Hernández y Lionel Messi, tres jugadores surgidos en La Masía, la cuna de los juveniles del club catalán. Eso significaba la rendición definitiva y global a tan alta escuela, que generaba simpatía en todo el mundo y que, además, era bella y eficiente, con aquel 2-6 al Real Madrid en el Santiago Bernabéu o el posterior 5-0 en el Camp Nou.

Fueron los tiempos del «que n'aprenguin» («Que aprendan»), frase de Laporta en referencia a los dirigentes de los equipos rivales (especialmente los de Madrid), o del orgullo de vestir en los partidos una camiseta con la única publicidad de UNICEF.

Aquello de «Más que un Club» era claramente ajustado al momento de euforia azulgrana, pero llegado 2010 y el cambio de mandato, todo aquello se fue derrumbando como un castillo de naipes. El nuevo presidente Sandro Rosell, anteriormente vinculado a la selección brasileña a través del departamento de marketing de Nike, consiguió un amplio acuerdo con el fondo de inversión qatarí para que en los entrenamientos o en los partidos, la camiseta luciera ahora la publicidad de Qatar Airways y desató así una larga protesta de muchos hinchas y socios, al punto de que el presidente honorario, nada menos que Johan Cruyff, renunciara al cargo y llegara a sostener que de esta forma, el Barcelona pasaría a ser «de Más que un Club a un club más».

Al poco tiempo, Rosell tuvo que dejar la presidencia por el Caso Neymar y su fichaje desde el Santos por un valor mucho mayor al que el Barcelona había manifestado, y el dirigente terminó en la cárcel, teniendo que asumir su sucesor, Josep María Bartomeu, quien nunca imaginó semejante posición, especialmente con un carácter pusilánime y con varios pasos en falso. Cuando ya había patinado en varios puntos, lo terminó salvando el «Triplete» (Copa, Liga y Champions) de Luis Enrique, como entrenador, y siempre al influyo del reinado de Lionel Messi, en 2015, y así se proyectó a una segunda etapa, en la que todo se desmoronó por una deuda cada vez más grande (por aceptar, entre otras cosas, pagar a los jugadores mucho más de lo que la economía permitía y por la influencia de la pandemia posterior, además de desastrosos fichajes), el no haber conseguido otra Champions desde entonces, y lo que se dio en llamar el «Barça-Gate», la contratación inexplicable de una agencia vinculada a redes sociales desde parte de la comisión directiva, para atacar en las redes sociales a jugadores propios, a dirigentes opositores o gente que no caía simpática. Ya aquella imagen inicial del Barcelona de Laporta-Guardiola no tenía nada que ver con la de ese momento, y sumado a esto, el Real Madrid arrasaba en Europa y el mundo con Zinedine Zidane en el banco de suplentes. Los tiempos finales de Bartomeu fueron los del «Es lo que hay» del entrenador neerlandés Ronald Koeman, para explicar un equipo con un Messi descontento, que envió un burofax no aceptado para quedar libre y cuando ya Neymar había emigrado al PSG en 2017 y Luis Suárez se consagraba campeón con el Atlético Madrid.

Así es que se llamó a elecciones, y si bien no fue Laporta el que salió a buscar a Xavi Hernández a Qatar como nuevo entrenador sino otro de los candidatos, Víctor Font, el expresidente había decidido darle una oportunidad al ex brillante volante azulgrana y de la selección española. Su éxito para un segundo mandato se había basado, fundamentalmente, por una gigantografía desplegada a metros del estadio Santiago Bernabéu, con su foto, y como texto, «Ganas de volver a veros», un desafío al máximo rival recordando los tiempos de esplendor. No hubo debate y Laporta, a quien hasta Messi y su familia votaron como socios, asumía por segunda vez.

Sin embargo, los nubarrones negros se acercaban y al poco tiempo, en el verano de 2021, explotó una crisis que pocos tenían en cuenta: no tuvo más remedio que decirle a Messi que debía marcharse. No le podía pagar porque las arcas del club estaban vacías, mucho más de lo que imaginó. Y no aceptaba la propuesta de la Liga de Fútbol Profesional (LFP), a cargo de Javier Tebas, de la compra de derechos por muchos años desde la compañía CVC. Consideraba leonino ese acuerdo, que sí había sido firmado por el noventa por ciento de los clubes españoles, y entonces no disponía fondos para pagarle a la gran estrella argentina, que acabó marchándose también al PSG y generando una enorme sensación de vacío.

Pero faltaba el remate: un equipo que ya había quedado eliminado cada vez más pronto de la Champions League necesitaba refuerzos urgentes para potenciarse y volver a competir al más alto nivel, no había cómo conseguirlo desde los actuales recursos, y entonces se decidió vender un porcentaje de los activos a empresas privadas y acceder a un préstamo de la banca Goldman Sachs para poder fichar algunos jugadores y para proyectar un cambio en la vetusta estructura del Camp Nou. La Asamblea de socios, no del todo informada de los pasos, aprobó las medidas y el equipo levantó su nivel (aunque otra vez tropezó en Europa), cuando acaba de caer el último golpe: a partir de facturas conseguidas por la Agencia Tributaria estatal, se supo que el vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros (CTA), José María Martínez Negreira, cobró del Barcelona 7,3 millones de euros entre 2001 y 2018 por lo que él indicó que se trataba de «cursos» y «asesorías» al club sobre los árbitros que iban a dirigir al equipo. Lo extraño es que, en 2018, Bartomeu, entonces presidente, con la explicación del achique de gastos, decidió cortar esos pagos justo cuando Martínez Negreira se retiró de su actividad como dirigente del CTA, es decir, cuando ya no podía ejercer ninguna influencia entre sus pares.

La gran pregunta es qué hizo Martínez Negreira con esos 7,3 millones de euros y cuál era, efectivamente, el trabajo del exárbitro y por qué hasta cuatro presidentes del Barcelona, de manera consecutiva, mantuvieron esos pagos. El escándalo ante la posibilidad de que el Barcelona haya sido beneficiado durante tantos años logró movilizar a todo el mundo del fútbol y aunque deportivamente la causa está prescripta en España, no lo están los hechos penales y tampoco los europeos, al punto de que la UEFA ya comenzó a pedir antecedentes a la Liga y podría tomar serias medidas, hasta la suspensión del club de la próxima Champions (recordar que la UEFA y el Barcelona están enfrentados porque junto al Real Madrid y la Juventus, los catalanes encabezan la idea de una Superliga europea con los clubes de élite por separado de la Champions).

De golpe, aquella imagen de «Más que un Club» se fue desmoronando y aunque el caso recién ingresa en la Justicia, ya la condena moral corre a otra velocidad y las dudas crecen en la medida de que, en un mes, Laporta amagó, pero nunca concretó una conferencia de prensa que aclare los hechos desde la versión del club.

En menos de quince años, aquella premonición del ya fallecido Cruyff se había cumplido y de manera más acelerada, el Barcelona va en camino a convertirse de «Más que un Club» en un club más o aún peor, en una entidad mucho más problemática que un club. Y la gran pregunta final es si sólo se trata de esto, o de fondo, lo que se trató siempre, desde 2010, es que el Barcelona sea no un club de los socios, sino algo diferente a un club, es decir, una sociedad anónima, para lo cual antes se fueron generando de a poco, esas condiciones, como un caballo de Troya, para luego regresar como gerentes aquellos que antes fueron simplemente dirigentes.