Cuando hace demasiado calor en la ciudad y el mar está lejos, la alternativa es ir a las montañas y, en la ciudad donde vivo, esto significa visitar los Apeninos, cuya cumbre más alta en esta zona supera los 2000 metros. La diferencia de temperatura disminuye un grado por cada 180 metros de altura. Además, en las colinas abundan los bosques, que refrescan del calor, no solo por la sombra que ofrecen, sino que también reducen la temperatura en unos pocos grados.

El domingo el pronóstico meteorológico anunciaba 40 grados en Módena y la única posibilidad de hacer que el día fuese soportable era dejar atrás la ciudad con todo su asfalto y buscar parajes más templados y así fue que partimos al «Lago della Ninfa», que queda a unos 1200 metros de alturas y desde dónde se puede llegar a unos 1500 sin mayores dificultades siguiendo un camino de unos 5 kilómetros. Sabíamos de ante mano que la idea no era muy original y que muchas otras personas compartirían con nosotros los mismos paisajes, pero permanecer en ciudad no era una opción y así fue que partimos antes de las 10 de la mañana con una temperatura de unos 32 grados en dirección sur hacia las montañas. Llevábamos a nuestros nietos de 14 y 11 años con nosotros.

El camino sigue el curso del Panaro, que es uno de los dos ríos de la zona. Nos detuvimos un momento en un parque para comer algo y estirar las piernas, donde muchas personas se preparaban a pasar la jornada a la intemperie, protegidos por la sombra de los árboles y el refrigerio que podía ofrecer las aguas del río, que en este período de sequía no son muy abundantes. El Panaro es un afluente del Po, que en estos momentos sufre por la poca lluvia y nieve que cayó el invierno pasado.

Continuamos hacia el sur, escalando las colinas y todos podíamos apreciar que la temperatura bajaba. Al llegar al lago, nos detuvimos en un área donde hay un refugio llamado «el paso de los lobos» y de allí, considerando que el funicular estaba abierto, decidimos tomarlo para llegar a otro refugio y después volver caminando y así lo hicimos: escalamos parte de la montaña con el funicular, que estaba lleno y llegamos a los 1500 metros de altura.

Desde lo alto, el paisaje es maravilloso. Teníamos una vista panorámica de los Apeninos entre Toscana y Emilia. Los bosques estaban en flor y el zumbido de las abejas era omnipresente. Pudimos apreciar mariposas de pequeñas dimensiones y colores vivaces e iniciamos nuestro viaje de regreso, descendiendo por un camino transitado solo por peatones y ciclistas.

Caminar cuesta abajo exige menos esfuerzos, pero después de unos kilómetros los músculos de las piernas se resienten. A mitad del camino encontramos una fuente de agua potable y llenamos nuestras botellas. En ese momento eran las 3 de la tarde y la temperatura era de unos 25 grados. Soplaba una brisa refrescante y entre las personas que allí estaban se apreciaba la felicidad de estar lejos del calor insoportable de la ciudad. Alrededor del lago habían unas mil personas. Algunos pescaban, otros descansaban. Los dos restaurantes del lugar estaban repletos y muchos se preguntaban cuál sería la hora mejor para volver a casa.

Con los nietos recorrimos unos 7 kilómetros y las 17.00 tomamos el camino de vuelta con la promesa de parar en algún lugar al aire libre y disfrutar de un helado antes de llegar a casa. Nuestro cálculo fue, considerando el bajo nivel de emisiones del coche, que fuera de casa con el aire acondicionado apagado, no aumentaríamos la contaminación ambiental, disfrutando al mismo tiempo de la naturaleza. A las 18.30, hora de llegada, la temperatura en ciudad era de 39 grados.