En 2009 Stephen Hawking ofició de anfitrión de un evento al que nadie acudió. No faltaban aperitivos ni bebidas (Champán, por supuesto, su bebida preferida). Hawking se sentó frente a la puerta cerrada como en disposición de recibir a sus invitados. Pasaba el tiempo, nadie aparecía, pero el científico que revolucionó la manera humana de concebir el universo, no se sentía nervioso, ni siquiera preocupado. En el centro de la estancia, entre dos columnas y bien visible desde la entrada, colgaba una pancarta que rezaba: «Wellcome Time Travellers».

Al finalizar la fiesta, Hawking envió tarjetas con las coordenadas de día, hora y lugar donde se celebraría en el pasado la fiesta a la que nadie vino en el presente: «Usted está cordialmente invitado al evento para viajeros del tiempo organizado por el profesor Stephen Hawking». Quizá en un mañana la gente podría volver al pasado y presentarse en su fiesta, por eso detalló en la invitación que no hacía falta confirmar la asistencia. Hawking nos venía a advertir que el futuro es incierto, que no se sabe lo que mañana podrá pasar o seremos capaces de hacer y de la necesidad de no anticipar ansiosamente lo que nos puede ocurrir.

Quién sabe si alguien será capaz de inventar una máquina del tiempo que permita regresar al pasado de cada cual y podamos asistir a la fiesta de Hawking. Pero, para lo que queremos tratar aquí, el experimento de Hawking, en realidad, niega la clarividencia, es decir, la posibilidad de que el humano tenga capacidad para saber cosas antes de que ocurran. En consecuencia, anticipar resulta más un problema que produce gran malestar psicológico, que una capacidad extraordinaria de una persona.

La inutilidad del sufrimiento

La ansiedad suele relacionarse casi siempre con el futuro. Hay para quien la necesidad de conocer lo que le va a ocurrir en adelante le supone gran preocupación. Querer ser viajeros de nuestro propio tiempo puede provocar evasión de nuestro presente. Convertirnos en travellers de nuestro propio futuro es navegar permanentemente en la nave de la ansiedad y la anticipación, por un universo pleno de sufrimiento. Por mi consulta suele «aterrizar» quien no acaba de comprender o aceptar que, aunque la vida es incierta, la probabilidad de que personalmente nos afecten sucesos terribles es pequeña.

El trastorno de ansiedad por anticipación está relacionado con la dificultad para asumir esta idea y la necesidad de tener bajo control todo lo que pueda pasar. Esta intolerancia a la incertidumbre favorece el estrés por el cual pretenden adelantarse a lo que pueda sobrevenir, aunque la posibilidad lógica, realista de que algo temido pase sea ridícula.

Las causas que nos pueden provocar un trastorno de ansiedad anticipatoria son muchas, variadas, diferentes para cada persona. Es habitual, sin embargo, que encontremos conflictos pasados en el origen de su padecimiento. Es decir, el pasado condicionando el futuro sin detenerse en el presente, provocando un sufrimiento mayormente innecesario. Profesionalmente puedo relacionar muchas ansiedades con la concurrencia de trauma, frecuentemente infantil, donde la perspectiva catastrófica y la necesidad de proyectarse en el futuro para controlarla, se ha instalado en el estilo de vida de la persona.

Sufrir por ansiedad anticipatoria nos provoca padecimientos físicos y mentales propios de quien está al límite de la capacidad humana para la resistencia. Sufrir innecesariamente, es decir, ser conscientes de que sufrimos por algo que no ha pasado aún y que probablemente no pasará jamás, pero no saber cómo evitar este sufrimiento, nos lleva a transitar por los parajes inhóspitos de los pensamientos recurrentes y obsesivos. La ansiedad nos trastorna, nos inunda y nos paraliza y, paradójicamente nos impulsa a la acción de las decisiones precipitadas.

La dificultad de afrontamiento de la mente ansiosa tiene mucho que ver con los pensamientos hipocondríacos de quien anticipa calamidades y enfermedades, convirtiendo a la persona en traveller del desierto del miedo irreal a la enfermedad; seres neuróticos desorientados en un mundo de incertidumbres y profecías.

El universo de las profecías autocumplidas

El miedo es una respuesta activa que se genera en diferentes partes de nuestro cerebro, como la amígdala y la ínsula, ante un evento peligroso, dañino. Se trata de una respuesta útil y adaptativa que conlleva cambios en la fisiología, los pensamientos y los comportamientos. Todos pasamos miedo en distintos momentos de nuestras vidas, aunque sin que, por lo general, nos condicione negativamente o nos incapacite.

Pero, a veces, nuestro cerebro ejerce un poder que nos es difícil contrarrestar, salvo que estemos más que menos entrenados en nuestro locus de control (que no es Dios, la suerte o el Karma). El grado de control de nuestros acontecimientos vitales, que podamos alcanzar ejerciendo el afrontamiento y la responsabilidad de nuestras acciones, es lo que nos va a permitir plantarle cara al estrés, la angustia o la ansiedad trastornada y anticipada. Una pobre capacidad ejecutiva sobre nuestro locus de control nos convierte en presas fáciles del desánimo y la desesperación ante las situaciones que barruntamos peligrosas e inciertas. Es fácil, entonces, que quien así se siente culpe a fuerzas externas de su realidad, dejen de creer en sí mismos y en sus propios esfuerzos o experimenten lo que, en mi opinión, es la antesala de los trastornos de ansiedad en su conjunto, y del de anticipación particularmente, la impotencia aprendida.

Queda claro, el miedo condiciona nuestro pensamiento y, en consecuencia, nuestra conducta y nuestras actitudes. La ansiedad anticipatoria está estrechamente ligada con lo que en psicología conocemos como profecía autocumplida. A Luis, de 19 años le pasó durante los cinco últimos años lo que, a muchos adolescentes, se callaba con mucha frecuencia por miedo a decir algo incorrecto, estúpido o ridículo a ojos del grupo con el que se relacionaba. Tenía un miedo enorme a quedarse sin amigos. Finalmente, el miedo le llevó a desarrollar conductas evasivas y se encerró tanto en sí mismo, que perdió todo el interés para los demás. Pasó bastante tiempo solo y necesitó terapia para recomponerse y vencer sus miedos.

Seguramente, ya habrán entendido qué es eso de la profecía autocumplida. El miedo hace que nos saboteemos (los animo a leer un artículo que escribí en esta misma revista a propósito de ponerse palos en las propias ruedas: «Autosabotaje: de lo que parece, pero no es»), que ante situaciones estresantes generemos expectativas negativas, o lo que es lo mismo, que anticipemos frustraciones y que se cumplan los malos augurios que habíamos imaginado. Es como si en nuestro viaje ansioso al tiempo anticipado nos hubiésemos metido de lleno en un anillo de enormes asteroides cognitivos; si lo prefieren, miles de preocupaciones y malas predicciones y decisiones precipitadas en bucle.

Comentarios habituales, que oímos o incluso pronunciamos con frecuencia, como «al final va a ocurrir esto, ya lo verás», «todo está yendo muy bien, seguro que algo malo está por llegar» u otras similares, son claros ejemplos de la relación que existe entre los trastornos de ansiedad por anticipación y las profecías autocumplidas. Estas profecías facilitan la aparición de pensamientos y creencias; crean sesgos de confirmación, esto es, pensamientos y conductas ansiosas de constante confirmación de nuestros miedos y nuestros viajes hacia la evitación de una realidad irracional y distorsionada, que retroalimentan constantemente el trastorno de ansiedad anticipatoria.

¿Podemos controlar nuestro viaje a través de la ansiedad y las profecías?

Aprender a ser conscientes, aprender a aceptar que hay situaciones cuyo resultado o desenlace puede estar en nuestras manos y muchas otras que no se pueden controlar, es fundamental para gestionar una mente ansiosa. Es una vía de escape perfecta para evitar la frustración.

Pero, dejar de alimentar miedos sin fundamentos o dejar que las cosas ocurran antes de intervenir no es fácil, o es muy complicado y complejo para muchas personas. Esta es una realidad del comportamiento del trastorno de ansiedad que dificulta su terapéutica, teniendo en cuenta que el entrenamiento para afrontar las situaciones que nos dan miedo, para reforzar la confianza en uno mismo, es esencial.

Con frecuencia, en este aprendizaje para dominar la ansiedad anticipatoria, debemos revisar nuestro estilo de vida y la posibilidad de que el mismo pueda estar afectado por algún hecho o evento de carácter traumático (los trastornos de ansiedad suelen estar enraizados a lo largo de los años por traumas infantiles no tratados en su momento). Aprender a vivir en el presente es, sin duda, la mejor forma de afrontamiento de las conductas de anticipación patológica. Puede que se valgan por ustedes mismos para conseguir una adaptación a la realidad que les permita sustituir las conductas de evitación y los viajes a un mañana irreal, o puede que necesiten ayuda y acompañamiento para ese tránsito; no duden en buscarlo. Pedir ayuda los hace más fuertes.

Por último, en estas breves indicaciones sobre cómo afrontar nuestro tránsito en una situación o en una época de ansiedad, vale la pena utilizar la profecía autocumplida a nuestro favor. Cuando lo hacemos, cuando invertimos su raigambre negativa, aumentamos nuestra autoeficiencia. La autoeficiencia implica la modificación de nuestra conducta, pero anticipando el logro que nos hemos propuesto, promoviendo así la confianza en lo que hacemos, en nuestras capacidades, asentándonos en la realidad, animándonos a viajar por nuestro el presente.