El 2021, año del bicentenario de Independencia de las repúblicas centroamericanas, es un espacio-tiempo para reflexionar acerca de acontecimientos o proyectos artísticos con sus aciertos y contradicciones, importantes de valorar en este repaso a la memoria histórica y cultural de las comunidades. Son evocaciones a esta región entre dos grandes masas continentales, dos océanos y trazos en el territorio, marcados por los migrantes y desplazados de todo el mundo que intentan caminar el istmo para llegar al Norte. Importa tener claro las vicisitudes y tensiones vividas en el lapso de formación de estas naciones, páginas de una historia reciente, en tanto aportan conocimientos para estimular el gesto de retenerla, clarificarla, para que las nuevas generaciones reconozcan su existencia plagada de luchas de emancipación.

Se dice que los milennials —nacidos después del 2000—, solo enfocan su visor en el futuro, atraídos por el desarrollo tecnológico, sustento material de su entorno y contexto. Pero dejan de lado un saber del ayer de estas patrias, y preguntarse cómo llegamos al tiempo presente en medio de tantas contingencias globales, como la indomable pandemia, pero también la economía, la política regional y mundial que motivan a redibujar los mapas.

Arte contemporáneo e historia

Al arte de hoy le interesa ligarse con aspectos de la vida y en particular la cultura, historia, memoria e identidad de los pueblos originarios, entre otros acontecimientos sociales y políticos que afectaron o afectan a la sociedad actual. Costa Rica —desde sus albores— sufrió imposición de la «conquista y colonización», con presiones tales como esclavitud del habitante originario, y episodios de dominación que importa subrayar en la memoria nacional. Se recuerda el caudillaje de Pablo Présbere, quien fue uno de los únicos ancestros a quienes se les reconoce la valentía al afrontar la bota opresora del conquistador.

La Costa Rica de la colonia mantuvo también forcejeos y afrentas con la corona española; se recuerda la incómoda y rebelde población de «La Puebla de los Pardos» en Cartago, y el hallazgo de «La Negrita» (imagen de la Virgen María patrona nacional del catolicismo). Ya en vida republicana, en episodios como la contienda contra los filibusteros, destacó la figura de Juan Santamaría y el presidente, Juanito Mora, así como una mujer cartaginesa, la heroína Pancha Carrasco, quien empuñó el fusil y adelantó su paso en la larga caminata hasta los escenarios en los cuales se defendió al istmo, más allá de las nuestras fronteras costarricenses. A esta mujer, oriunda de Taras de Cartago, se le reconoce estar en el frente de batalla en Rivas Nicaragua, pero también alimentar a la tropa con las tortillas de «maíz totoposte», un producto local que se mantenía durante largo tiempo, e ingeridas en las estrechas condiciones del frente, además de una epidemia de cólera que diezmaba a los defensores de la soberanía nacional.

En la última parte de la década de los setenta del siglo anterior, Centro América era un crisol agitado por rebeliones y discordias civiles en contra de dictaduras y ejércitos castrenses. En Costa Rica la juventud apoyó la Revolución Sandinista que derrocó en 1979 a Anastasio Somoza. Recogimos víveres, medicinas u otras donaciones en las comunidades, que la Cruz Roja repartía en el vecino país.

El triunfo revolucionario impulsó el muralismo, tanto en Nicaragua como en el país, y cuando el Municipio de Paraíso, provincia de Cartago, construyó el Mausoleo para honrar los restos mortales del ilustre Florencio del Castillo, repatriado en 1971 de México, decidí presentar la propuesta de mural, pintado al óleo, para las paredes internas de aquel recinto.

Florencio del Castillo

Nació en 1778 en Ujarrás (poblado cantonal rural del actual Paraíso), y falleció en 1834 en Oaxaca, Estado de Juárez. Clérigo y político, logró ingresar al Seminario Conciliar de León, Nicaragua, graduándose con méritos de bachiller en 1802, y ordenado cura.

La provincia de Costa Rica de entonces, lo designó representante ante las Cortes Generales y Extraordinarias de la monarquía española (Cortes de Cádiz), que presidió, distinguiéndose por la defensa de los indígenas, logrando la abolición de la mita, la encomienda, el tributo indígena y el repartimiento. Murió en Oaxaca, cuando era obispo. Trasciende el hecho de ser maestro del prócer mexicano Benito Juárez, y una avenida en esa ciudad lleva su nombre, originando el hermanazgo entre la ciudad de Oaxaca y la de Paraíso. Por acuerdo No. 1196 de 23 de marzo de 1972, fue nombrado Benemérito de la Patria, oficializado tras la publicación en el Diario Oficial La Gaceta en su número 72, el 14 de abril de 1972. Su retrato cuelga en edificios municipales, escuelas, oficinas gubernamentales y en el Salón de Padres de la Patria en la Asamblea Legislativa.

Sus restos descansaron en la cabecera del Cantón de Paraíso, desde 1971, pero fueron robados del mausoleo en septiembre del 2011. Un medio informativo provincial informó la noticia que recorrió el mundo: «Un mausoleo fue saqueado, y los restos de aquel diputado de las Cortes de Cádiz, en la época colonial, desaparecieron en la madrugada del miércoles 28 de septiembre de 2011».

Los actos

En 2012, la Alcaldía de Paraíso presentó el proyecto de reconstruir el parque de la ciudad y, al no estar presentes los restos de tan ilustre ciudadano, la permanencia del mausoleo no tenía sentido, además trascendió que era usado de bodega municipal, y la gente de la calle para hacer sus necesidades.

El alcalde del municipio me solicitó una carta dirigida al Concejo Municipal de Paraíso, dando autorización para que los murales fueran demolidos, junto con el edificio que estaba en malas condiciones de conservación, para construir ahí una fuente. Califico en este punto la conservación del mural, pintado al óleo sobre el repello del constructo, que sí era muy buena, y fue pintado con recursos y apoyo del Ministerio de Cultura, Patrimonio y el Museo, quizás pudo haber sido trasladado a otro lugar con técnicas actuales en materia de preservación.

Los razonamientos

Para firmar el documento, caló el argumento de que se había gestionado, en los años noventa, una declaratoria del mural de interés cultural, aspecto de peso para defender su permanencia. No llegó a tener un valor patrimonial ni cultural que lo defendiera. El Ministerio de Cultura y en particular el Museo de Arte Costarricense, encargado de velar por ese carácter de valores culturales no respondió en aquellos tiempos.

La revolución nicaragüense, que tantas motivaciones infundieron a la juventud de los setenta, no solo de Nicaragua, sino también de Centroamérica, había sido traicionada por la cúpula sandinista, implantando otra dictadura genocida en el hermano país.

En esos años de finales de los setenta e inicios de los ochenta, en el Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, emprendió el amparo del pueblo en contra de los militares que martirizaban a las comunidades de obreros, campesinos y estudiantes. Esa gesta quedó expresada en el mural, pintado a finales de 1979 e inicios de 1980. Pero Romero fue asesinado vilmente en esas mismas fechas, provocando desilusión y desaliento en toda América.

Entonces, como una manera de protesta personal, ante el robo de los restos del obispo, la no declaratoria de interés cultural por parte del Ministerio de Cultura, la desazón por el endurecimiento de los tratos a la población nicaragüense por parte de la policía del dictador Ortega y Rosario Murillo, y el asesinato de Romero, fueron, entre otras razones, el motivo para declinar ante mis derechos de autor, y firmar la carta.

Repercusiones sociales

La demolición levantó el ánimo de los locales, hubo confrontaciones de carácter político, grupos juveniles estamparon camisetas con la foto del mural para defender su permanencia. Mi persona, como autor, quedó entre dos frentes: la Alcaldía (Social Cristiana, derecha) que llevaba adelante la reconstrucción del parque, y los grupos comunales (izquierda) que protestaban defendiendo la memoria del ilustre legislador nacional, figura de peso para nuestra historia desde inicios del siglo XVIII, pero también que ahí había quedado manifiesta la memoria de esas gestas de defensa de la juventud centroamericana en la convulsa década de los setenta del siglo pasado.

Demolición y tensiones

Esta propuesta de documentación artística es vigente desde finales de la década de los setenta del siglo pasado; acusa motivaciones que cuajaron en una pintura de grandes dimensiones en el mausoleo del parque de mi ciudad de origen, Paraíso.

La pintura abordaba varios ejes: el político, incluyendo una mujer sandinista armada y en topless, con una bandera rojo y negro en el rostro y que captaba el espíritu revolucionario de aquella época. La figura de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, politizada con su muerte en 1980, canonizado mártir de la Iglesia Católica en 2018, se volvió más significativa, tanto como figura política que espiritual. En la parte superior izquierda estaba pintada la figura de Florencio, con su mano levantada y gesto enérgico de legislador y defensor de los habitantes originarios y los derechos humanos, bajo su figura, una pareja de estudiantes de secundaria simboliza el ejército costarricense. También hay alusión al indígena marginado y oprimido, al obrero agrícola, comercial e industrial.

Al centro destacaba una figura juvenil sentada en la silla, con la piel desollada, representando el espíritu del artista, hipersensible antena que recibe todas las presiones antagónicas de la política, luchas sociales, culturales e incluso calamidades que afectan la humanidad. Otra de las figuras, a la derecha, representa la Madre Tierra, la Pachamama, que saca de las profundidades terrestres una especie de rostros de los individuos que conforman la sociedad la cual se nutre de sus frutos.

El mural fue creado durante el gobierno de Rodrigo Carazo, 1978/1982. La ministra de Cultura de esa administración, Marina Volio, en una visita al cantón de Paraíso, criticó fuertemente la obra, aduciendo que enarbolaba una bandera extranjera, refiriéndose a la joven con la bandera sandinista. Pero en aquellos años de los setenta, previos a la revolución y luchas centroamericanas, el espíritu de solidaridad del pueblo costarricense entero se volcó a ayudar fraternalmente a los vecinos del norte.

La fuente seca

Llevar esta memoria a la muestra Mesoamérica: Tierra Encendida, junio-agosto 2021, representó una repercusión más a las problemáticas regionales enfrentadas en la historia de siempre, aún al inicio de la tercera década del siglo XXI, y de cara al bicentenario de la Independencia de las repúblicas, persisten estas nocivas tácticas de dominación del poder, hoy entronizado por el mercado y globalización.

La documentación se mostró en láminas impresas con fotografías, textos que aluden a la memoria cultural centroamericana, y, en una vitrina del museo, se exhibió un fragmento original del muro de la pintura demolida, y que el joven artista paraiseño Mario Bonilla Solano colectó desde el día de demolición de esta memoria. Importa señalar que demoler el inmueble también afecta el paisaje urbano de la ciudad, en tanto la fuente prometida nunca guardó el necesario mantenimiento, y hoy, en vez de un mural histórico, tenemos una «fuente seca», triste signo de abandono, decaimiento social y cultural el cual el cantón de Paraíso no logra superar.

A manera de conclusión

Aquellos reveses actuales y de siempre acerca de la imposición hegemónica colonizadora, filibustera, no terminan. El arte como instrumento propicio para la reflexión repasa y revive nuestros posicionamientos descolonizadores o reconstructores de la historia nacional, y el pensamiento crítico de estos territorios encendidos mesoamericanos.

Pero hace falta expandir aún mas estas iniciativas, no dejar de atizar la flama de la duda pues sobre todo hoy en día, esas tácticas neocolonizadoaras se disfrazan, para mantenernos en vilo, y no hemos sido capaces de destetarnos del dominio europeo. Han surgido nuevos eventos que agrandan el área de acción y abordajes muy filosos de estas prácticas artísticas locales y regionales, pero no se debe bajar la guardia, el enemigo se reinventa con millonarias campañas de transculturización que alimentan el consumismo, u otras nocivas tácticas filibusteras de siempre.