A casi dos décadas de su partida física, continuamos conmemorando al gran maestro Vicente Nebrada como un pilar de la danza venezolana. Sin embargo, su famosa figura, enaltecida con el paso de los años, se humaniza aún más si lo recordamos, conjuntamente, como un descendiente de españoles, un hijo de sastre y ama de casa, el menor de cinco hermanos, un caraqueño que nació el 31 de marzo de 1930 y falleció, también en la capital, el 26 de mayo de 2002.

Nacional e internacionalmente distinguido por haber formado parte de la generación fundadora de la actividad dancística en la Venezuela de los años 1940, Nebrada desarrolló un total de 61 coreografías en su carrera. Dentro de las fronteras del país, participó en la Cátedra de Ballet del Liceo Andrés Bello, intento inicial de escuela formal de danza en la república, y en el Ballet Nacional de Venezuela, primera compañía profesional de largo recorrido. Por su parte, fue uno de los bailarines venezolanos pioneros en hacer carrera en el extranjero, pues trabajó con la agrupación de Roland Petit en Francia; el Joffrey Ballet y el Harkness Ballet en Estados Unidos; y el Ballet Nacional de Cuba.

Si quisiéramos acercar a nosotros su silueta glorificada, deberíamos comenzar señalando que estudió la primaria en un colegio con objetivos de innovación educacional: la Escuela Experimental Venezuela, donde, por una de esas «casualidades» del destino cuya magnitud sería realmente comprendida años después, entabló amistad con Isaac Chocrón y Román Chalbaud, quienes, junto con José Ignacio Cabrujas, componen la llamada «Santísima Trinidad del teatro venezolano».

No fue sino hasta su adolescencia cuando en Nebrada se afianzó la inclinación hacia el arte. Aunque ya tenía interés por el cine, en 1945 despertó su atracción por la danza cuando asistió al Teatro Municipal de Caracas y vio una presentación de la Compañía de Cantos y Danzas de España, dirigida por el bailarín Joaquín Pérez Fernández. El mismo año, en ese recinto —que había recibido a la icónica rusa Anna Pávlova tiempo antes— hubo una temporada de los Ballets Rusos del coronel de Basil, formados por algunos exbailarines de la extinta compañía de Diaghilev y cuatro de sus integrantes, quienes decidieron quedarse en Venezuela huyendo de la miseria europea surgida por la Segunda Guerra Mundial. Así, esos artistas empezaron a dar clases privadas e introdujeron la Cátedra de Ballet del Liceo Andrés Bello, donde inició su aprendizaje de danza.

En 1948, ingresó en la Escuela Nacional de Ballet y cuatro años después viajó a Nueva York para seguir con sus estudios en la School of American Ballet, exportando su talento allende su territorio natal.

Invitado por Alicia Alonso, bailó en Cuba; con una beca otorgada por el presidente venezolano Marcos Pérez Jiménez, estudió en París; persiguiendo una meta de vida, fue a Estados Unidos. Pero Vicente Nebrada siempre regresó a Venezuela para invertir a partir de lo experimentado.

En 1975, empezó el trabajo con la compañía que fue el resultado de un sueño: crear una agrupación nacional que tuviera transcendencia universal. De esta manera, con Vicente como director artístico, Zhandra Rodríguez como bailarina estrella, Elías Pérez Borjas como gerente general y muchos de los bailarines del Harkness Ballet, recientemente disuelto, se inauguró el «Ballet del Nuevo Mundo» —luego nombrado «Ballet Internacional de Caracas»—, el cual se estrenó a sala llena en el Municipal con la obra de Nebrada La Luna y los hijos que tenía.

Durante su carrera, le abrieron las puertas instituciones como el New World Ballet, el Ballet Nacional de Canadá, el Royal Winnipeg Ballet, North Carolina Dance Theatre, Ballet Jazz de Montreal, Ballet del Teatro Municipal de Río de Janeiro, Royal Ballet of Wallonie y Ballet Hispánico of New York.

A inicios de 1984, Elías Pérez Borjas fue nombrado director general del Teatro Teresa Carreño, en Venezuela, y le ofreció la dirección artística a Vicente, quien se dedicó a esta compañía de ballet por 18 años, hasta su fallecimiento en el 2002.

Con una extensa trayectoria como coreógrafo —empezada en 1958 y terminada en 1996 con su icónica versión de El Cascanueces—, Nebrada armó 61 coreografías originales y adaptaciones de ballets del repertorio clásico universal, elaboradas con su característico cuidadoso detalle para diversas compañías alrededor del mundo. En estas creaciones utilizó el estilo neoclásico y le dio un sentido particular, realzando la feminidad de la mujer latinoamericana. Algunas de sus obras son Nuestros Valses, Percusión para seis hombres, La Valse, Caín, Pájaro de fuego, Romeo y Julieta, Doble Corchea, El lago de los cisnes, Van Gogh y El Cascanueces.

Fue acreedor de condecoraciones como el Premio Fokine, otorgado por la Universidad de la Danza de París por su pieza Shadows —1976—; el Premio CONAC de Danza Clásica, por el Consejo Nacional de la Cultura —1984—; la Orden Diego de Lozada en su Primera Clase, por el gobierno venezolano —1986—; el Premio Nacional del Artista, por la Fundación Casa del Artista —1991 y 1992—; la Orden del Libertador Simón Bolívar en el grado de Gran Oficial, con motivo de sus 50 años de vida artística —1995—; entre otras.

A 19 años bailando desde la eternidad, hemos recordado a Vicente gracias a iniciativas como el «Festival Viva Nebrada», pero, independientemente de ello, su legado continúa vivo entre los promotores de danza y cultura que, en Venezuela y el mundo, se inspiran en el gran ejemplo de un artista de carne y hueso que siempre volvió a su tierra para enriquecerla con lo aprendido más allá de sus confines.