Un trágico destino es dictado por los astros sobre las vidas de dos jóvenes veroneses enamorados, cuya historia ha trascendido a través del tiempo y vencido las barreras de la mera literatura, arribando a demás ramas artísticas como, por ejemplo, la danza y toda su esencia de transmisión sin palabras.

Con Romeo y Julieta, llegaron al ballet los amantes desventurados en los que, a finales del siglo XVI, se inspiró el inglés William Shakespeare: la pasión, convertida en desdicha, entró a las tablas mediante un espectáculo de tres actos divididos en trece escenas, incluyendo prólogo y epílogo.

A pesar de la rivalidad entre sus familias, Romeo y Julieta se entregan al deseo y el enamoramiento que los conduce a casarse de forma clandestina y vivir juntos; no obstante, la presión por la oposición familiar y toda una serie de desgracias provoca que la joven pareja prefiera la muerte antes que no tenerse el uno al otro:

Ojos, mirad por última vez. Brazos, dad vuestro último abrazo. Y labios, que sois puertas del aliento, sellad con un último beso.

(William Shakespeare)

No fue sino hasta el 11 de enero de 1940, en el Teatro Kírov de Leningrado, que esta adaptación se estrenó ante el público, bajo un libreto de Adrián Piotrovski, Serguéi Prokófiev, Serguéi Rádlov y Leonid Lavrovski, autor, además, de la coreografía, enmarcada por las notas del pianista y director de orquesta soviético Prokófiev, uno de los grandes compositores del siglo XX. Siguiendo los cánones del dramballet o «ballet dramatizado», promovido por el Kírov para reemplazar las obras orientadas a la exhibición coreográfica, seis años más tarde se incorporaría al ramillete del Teatro Bolshói.

En el contexto soviético de la década de 1930, el repertorio quedó muy disminuido, pero es importante destacar que Romeo y Julieta se perpetúa como una de las dos composiciones más famosas de Prokófiev, siendo la primera intérprete del papel de Julieta la respetada Galina Ulánova, considerada por muchos como la mejor bailarina del siglo pasado. De hecho, Prokófiev escribió tres ballets para ella: La flor de piedra y Cenicienta, otra de las obras más reconocidas del autor.

Aunque Ulánova fue aclamada por su sentida ejecución del personaje shakespeariano, admitiría, años después, que los bailarines no estaban acostumbrados a esa clase de música y le guardaban cierto temor, dados los ritmos sincopados que la componen. Sin embargo, independientemente de las críticas por la falta de lirismo y la naturaleza sinfónica, el proyecto resultó un éxito y fue catalogado como el mayor logro del ballet dramático soviético.

Como consecuencia de su triunfo en Occidente, tras presentaciones de las compañías orientales en Europa y América, otras versiones de este montaje marcaron pauta alrededor del mundo, a partir de la realización original de Leonid Lavrovski. Entre ellas, se encuentra la de 1962, por el bailarín y coreógrafo sudafricano John Cranko para el Ballet de Stuttgart, primera gran compañía de danza clásica alemana, la cual saltó a la fama en la década de 1960 con Cranko como director artístico. En el 65, está el trabajo del británico Kenneth MacMillan para The Royal Ballet, el ballet pionero del Reino Unido. Por su parte, la obra del británico nacido en Ecuador, Frederick Ashton, para el Ballet Real de Dinamarca, en 1955, constituye una excepción, ya que coreografió su versión sin haber conocido la soviética, por lo que su visión es distinta a las de los creadores que le antecedieron; acompañándose, seguramente, de la misma inspiración que nació en él cuando, a los 13 años de edad, su vida cambió al ver una presentación de la legendaria Anna Pávlova en el Teatro Municipal de Lima, Perú, donde supo que, algún día, se orientaría hacia la danza.

No soy piloto, sin embargo, aunque te hallaras tan lejos como la más extensa ribera que baña el más lejano mar, me aventuraría por mercancía semejante.

(William Shakespeare)

Una persona que se dedique al ballet clásico debe desarrollar una gran capacidad interpretativa para poder transmitir sentimientos sin pronunciar palabra alguna, dada la naturaleza retadora de la danza. Por ello, representa todo un desafío el hecho de enfrentarse ante tal pieza isabelina, tomar sus célebres líneas y, con tan solo miradas, sonrisas, gestos y ritmos, lograr transmitir toda la enorme carga emotiva que guardan historias como la de Romeo y Julieta, llena de personajes de carne y hueso que, si de por sí traspasan el papel y generan empatía en lectores, en el caso del bailarín, esa conexión debe ser digerida por su cuerpo y alma y, así, poder comunicarla ante audiencias ávidas de vivir, de cerca, la famosa tragedia veronesa sin necesidad de escuchar los elogiados versos de William Shakespeare.