Aquellos que decidan utilizar el ocio como un medio de desarrollo mental, que aman la buena música, los buenos libros, las buenas fotos, las buenas obras de teatro, la buena compañía, la buena conversación —¿qué son? Son las personas más felices del mundo.

(William Lyon Phelps)

Hace poco escribí un artículo titulado «Una nueva mirada al ocio» y me llamó la atención la gran cantidad de comentarios que obtuve por diferentes vías. Algunas personas se sintieron aliviadas al desprenderse del sentimiento de culpa que experimentaban cada vez que dedicaban tiempo a actividades de ocio; otras, motivadas a introducir o ampliar esos momentos. Una de ellas estuvo en desacuerdo con el concepto y opinó que considerar al ocio como productivo está atado a «un modelo capitalista que solo acepta el ‘ocio’ cuando es ‘negocio’».

El ocio, según muchos autores, no es pasivo y puede contribuir significativamente al desarrollo del ser humano, al hacer las cosas que le apetecen y que contribuyen a su mejoramiento personal, profesional, espiritual y, en muchas ocasiones, para dar rienda suelta a su creatividad y dejar su huella para su propia satisfacción o la de sus semejantes.

El ocio, contrario a lo que muchos piensan, es acción; es básicamente dedicar tiempo a algo que nos agrada. No debemos confundirlo con la «holgazanería» y, en este aspecto, los estudiosos del ocio difieren sustancialmente de algunas de las definiciones y concepciones tradicionales. También difieren de tantos pensadores que, a través de los siglos, lo han satanizado con sentencias como la de Ovidio, «Así corrompe el ocio al cuerpo humano, como se corrompen las aguas si están quedas», Goethe, «Una vida ociosa es una muerte anticipada» o el tan trillado refrán «la ociosidad es la madre de todos los vicios». Estas frases, y tantas otras del mismo tenor, deberían aplicarse a la holgazanería y no al ilustre y noble ocio, que podría ser considerado, en muchos casos, como el padre de la creatividad, del cultivo de la mente y del cuerpo y, en último término, de la felicidad.

Un excelente ejemplo nos lo ofrece Efrén J. Rodríguez en su muy oportuna publicación del 20 de marzo de 2020, pocos días después de la histórica decisión de confinar a la mayoría de la población, titulado «Diez verbos para aprovechar la cuarentena». Nos describe su artículo como «una guía del ocio en casa para hacerlo ‘productivo’ durante la encerrona del coronavirus» y nos invita a seleccionar uno o más de los siguientes verbos: llamar, leer, ver, organizar, ejercitar, estudiar, conversar, escuchar, escribir y jugar. Es importante notar que ninguno de estos verbos relaciona al ocio con el negocio. Cada uno de ellos podemos considerarlos como «productivos» porque nos producen placer, conocimientos, mejoras en las relaciones, diversión, creaciones artísticas o literarias que no habíamos desarrollado y, en general, contribuyen a mejorar nuestra calidad de vida.

Yo agregaría que, al volver a la «normalidad» cualquiera que ella sea, quizás lo hagamos con nuevos hábitos y con la motivación de seguir haciendo cosas que nos agradan y no habíamos «tenido tiempo» para hacer.

Una conclusión preliminar es que sí existe el llamado «ocio productivo». El confinamiento al que hemos sido sometidos durante los meses pasados nos trajo una gran cantidad de ejemplos de esta práctica.

Mientras algunos no hicieron más que quejarse, se dedicaron a no hacer nada, se deprimieron, Luis reavivó las relaciones con sus amigos de siempre; Aura leyó los libros que tenía pendientes por «falta de tiempo»; Carlos volvió a ver y disfrutar algunos clásicos del cine; Lucía organizó los centenares de fotos en papel y en digital y los compartió con toda su familia; Pedro desempolvó su bicicleta fija, se puso en forma y perdió unos kilos; Carolina culminó su tesis de Maestría que tenía descuidada y tomó cuatro cursos online que tenía en su lista de espera; Efraín descubrió el placer de conversar con los miembros de su familia y se enteró de algunas historias apasionantes; Felipe volvió a escuchar todas las piezas musicales de su infancia y juventud, y evocó recuerdos que estaban escondidos en algún lugar. Ramiro terminó de escribir su primera novela y está trabajando en su publicación; Stella volvió a experimentar el placer de los juegos de mesa, ahora con sus hijos; Rosa finalmente se atrevió a pintar y ahora no hay quien la detenga; Mariana se dedicó a elaborar collares de fantasía y está pensando en venderlos; Gustavo (yo) se ha dedicado, entre otras cosas, a escribir y a convertir los cursos que antes daba de forma presencial a la modalidad online y le está comenzando a ir muy bien; muchas otras personas se han «reinventado», se han dedicado a convertir sus sueños en realidad y han ampliado de esta forma su horizonte y sus posibilidades. Todos ellos se activaron, dedicaron tiempo, entre otras cosas, a actividades que les gustan, les producen placer y obtuvieron algo a cambio: la mayoría una simple satisfacción y otros, además, la posibilidad de obtener beneficios económicos.

He recibido testimonios de esta naturaleza y varias personas me han manifestado que están comprometidas a mantener ciertos hábitos, relacionados con el ocio, independientemente de lo que les traiga el futuro.

El ocio y el trabajo

Para muchos de nosotros es un lujo contar, durante el día, con un tiempo propio en el que podamos tumbarnos y reflexionar. Esos son, por lo que respecta a la creatividad, algunos de los momentos más valiosos de nuestra jornada.

(Daniel Goleman)

El título, lo sé, suena contradictorio. La regla general dice que las horas dedicadas al trabajo deben usarse de forma exclusiva para la labor por la cual nos pagan. Incluso los que trabajan por su cuenta suelen establecer horarios exclusivos para el trabajo. Yo pensaba de esa forma, con la salvedad de que un trabajador merece momentos de descanso durante la jornada laboral para evitar el agotamiento que reduce la productividad. Definitivamente, hay que buscar un balance, lograr que las horas de trabajo sean productivas y conservar la salud mental.

En algún momento de la historia se acuñó la expresión «tiempo libre» como aquel tiempo que el trabajador usa para descansar y prepararse para una nueva e intensa jornada de trabajo. Si bien, muchas legislaciones y empresas han introducido momentos de descanso durante la jornada laboral, otras insisten en sacar el «máximo provecho» de la jornada en detrimento de la salud física y mental de los trabajadores.

Durante muchos años he dictado cursos de «gestión del tiempo» a personal que usa el intelecto como herramienta de trabajo: gerentes, profesionales, empleados en general. Una premisa fundamental siempre ha sido la de ser productivo durante las horas de trabajo para tener una mejor calidad de vida; esto es, tener tiempo disponible para hacer lo que nos apetezca fuera de las horas de oficina. Creo firmemente que debemos «trabajar para vivir» y no lo contrario. Esto último tiene una excepción y es cuando el trabajo se une con el placer, cuando nuestra fuente de ingresos proviene de una actividad que nos apasiona, tanto que, incluso, la haríamos sin cobrar.

Debemos desarrollar estrategias para trabajar menos y producir más, algo que se logra cuando trabajamos inteligentemente y no arduamente. ¿Para qué hacerlo? Básicamente para disfrutar de más tiempo para nosotros mismos y, lo que es muy importante, libres de preocupaciones. ¡Qué maravilloso es culminar la jornada laboral sin asuntos pendientes! ¡Qué malo es hacerlo con la preocupación de que mañana tendremos asuntos no culminados que nos agobian! O lo que es peor, ¡qué terrible es dedicar las horas personales al trabajo! Esto último es aceptable cuando es eventual y la responsabilidad nos llama a hacerlo, pero cuando se convierte en rutina pasa a ser un gran enemigo de nuestro derecho a la felicidad y a la salud, tanto mental como física. Ya lo decía Nietzsche: «El que no tiene dos terceras partes de su jornada para sí mismo es un esclavo, sea lo que sea, político, comerciante, funcionario o erudito». El reto, entonces, consiste en trabajar lo necesario, ser responsables y productivos y contar con tiempo para nosotros mismos, para disfrutar de lo que se ha denominado «calidad de vida». A continuación, ofrecemos algunas estrategias que han demostrado ser valiosas para lograr este propósito:

Enfócate en objetivos

El hecho de saber qué es lo que quieres lograr te ayuda a desechar actividades que consumen tiempo y esfuerzos y no son productivas.

Planifica, establece prioridades

No dejes que tu semana, tu día de trabajo se invierta en actividades espontáneas. Planifica tu semana, tu día, en función de tus objetivos. Si no lo logras, es muy posible que tengas que invertir horas adicionales en detrimento del tiempo que debes dedicar a tus asuntos personales.

Usa la «matriz de Eisenhower»

Esta herramienta es fundamental para establecer prioridades y parte de la fijación de objetivos.


Eisenhower

La variable «urgente» solo tiene que ver con el tiempo disponible para ejecutar la actividad. Si es perentoria, es urgente, en caso contrario, no lo es. La variable «importante» solo tiene que ver con su contribución al logro de objetivos. Si contribuye, es importante, si no lo hace no lo es. La combinación de las dos variables nos da cuatro posibilidades: el cuadrante I tiene máxima prioridad, el cuadrante II debería seguir en orden, ya que nos garantiza que los asuntos importantes serán hechos sin presión, con el tiempo suficiente. El cuadrante III deberíamos evitarlo siempre que tengamos actividades de los cuadrantes I y II pendientes, y el cuadrante IV se refiere a aquellas actividades que nos ayudan a despejar la mente cuando ello haga falta.

El principio de Pareto

La aplicación práctica de este principio, también denominado la «regla del 80-20» consiste, en pocas palabras, en dedicar al menos el 20% de tu tiempo a actividades del cuadrante II. Inexorablemente, tendrás que dedicar tiempo al cuadrante I. Si logras culminar tus actividades de estos dos cuadrantes, tendrás tiempo suficiente para ayudar a los demás, para el cuadrante III y para realizar actividades que no contribuyen a tus objetivos, pero te dan momentos para despejar la mente.

La técnica Pomodoro

Consiste en dedicar 25 minutos seguidos, sin interrupciones a actividades importantes y luego tomar 5 minutos de descanso antes de continuar de nuevo con el mismo esquema. Después de 4 ciclos o «pomodoros» se debe tomar una pausa más larga, de 20 minutos.

Aprovechar nuestros momentos de mayor productividad

Todos tenemos momentos en los cuales nuestra mente se encuentra fresca y en disposición de enfocarse en asuntos importantes. Debemos hacer lo posible por dedicar estos momentos a las actividades importantes y dejar los momentos de menor productividad para otros asuntos.

Cambiar los hábitos limitantes

Debemos «descubrir» cuáles son estos hábitos y cambiarlos por aquellos que nos ayuden a ser más productivos. Algunas de las herramientas mencionadas anteriormente son susceptibles de adoptarse de manera habitual.

Existen muchas otras estrategias, técnicas y herramientas. Cualquiera que te ayude a aprovechar tus horas de trabajo para cumplir con tus obligaciones laborales es buena. Es muy satisfactorio abandonar cada día la actividad laboral con el objetivo de dedicar el resto del tiempo a las actividades que nos agradan.

Hay un aspecto importante en relación con el ocio y el trabajo. Antes sugería que es una bendición trabajar en algo que nos apasiona. Combinar estas dos nociones que para muchos son contradictorias es la situación ideal. Si trabajas en algo que te desagrada, tienes varias opciones. Cambiar de actividad es la más obvia, pero en muchas ocasiones no es posible en el corto plazo. Otra opción es cambiar la mentalidad y el poder de los objetivos. Cuando le damos sentido a lo que hacemos, cuando no vemos la actividad, sino su transcendencia, es muy posible que cambie nuestra actitud. La siguiente historia de autor anónimo, que ha sido objeto de muchas versiones, ilustra muy bien este concepto:

Estaban tres obreros picando piedras en una construcción. El sol era intenso y el trabajo agobiante. Un caminante que pasaba casualmente preguntó a uno de ellos:

—¿Qué haces?

El obrero, malhumorado, contestó con rabia.

—¿Es que no lo ve? ¡Estoy picando piedras!

El caminante le hizo la misma pregunta a un segundo obrero y este contestó con un dejo de resignación:

—Pues aquí, ganando algo de dinero para llevar a la casa.

Entonces se dirigió a un tercer obrero, que parecía estar disfrutando de su labor y este contestó con un inusual brillo en los ojos:

—¡Construyendo una hermosa catedral! ¡Será el orgullo del pueblo y yo parte de su historia!

Este relato, en otras circunstancias y con diferentes protagonistas, se ha repetido en múltiples ocasiones. Cuando cambias de actitud, cambia tu estado emocional y el hecho de concentrarte en la trascendencia de lo que haces puede lograr el milagro. A veces, la decisión es la de renunciar al trabajo o cambiar de actividad. A continuación, cito un caso real que me toco facilitar.

Una persona solicitó mis servicios de coaching para ayudarlo en el desarrollo de su futuro profesional. Estaba cansado de su jefe, el trabajo era agobiante, con pocas recompensas y con mínimas posibilidades de disfrutar de tiempo de calidad para dedicarse a algunas actividades que disfrutaba. Había decidido solicitar un cambio, lo cual implicaba una mudanza de una localidad que le ofrecía muchísimas oportunidades personales y la pérdida de varios beneficios intangibles de los cuales disfrutaba. Cuando trabajamos en sus opciones yo le sugerí que considerara, solo para efectos de análisis y comparación, la alternativa de permanecer en su empleo actual con «algunos cambios» por definir. El análisis, al aplicar un instrumento que uso en estos casos, la «matriz de evaluación ponderada» fue tajante. La mejor opción, por mucho, era la de permanecer en su empleo actual. El problema era definir cuáles eran los cambios y, al final, decidió que iba a cambiar de actitud con su jefe. Desarrollamos una estrategia en tal sentido y los resultados fueron muy satisfactorios. La comunicación comenzó a ser más fluida, el jefe comenzó a asignarle más responsabilidades acordes con su potencial y nuestro protagonista permaneció en su puesto de trabajo, conservando los beneficios de los cuales disfrutaba y en un ambiente que hizo que valiera la pena tomar esa decisión. Pudo, finalmente, dedicar su tiempo libre a actividades que le apasionaban.

Nos dice Bertrand Russell que «el sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación». El concepto del ocio ha sufrido enormes modificaciones a través de la historia y hoy es reconocido por muchos como la clave principal para la felicidad. Todos tenemos derecho a él y no debemos olvidar que el ocio es acción, implica movimiento, tiene que ver con nuestros sueños, con lo que nos agrada y nos hace felices. También debemos recordar que el ocio, al ser acción, produce no solo emociones, sino también contribuye a nuestro desarrollo personal, intelectual, laboral o en cualquier ámbito que escojamos libremente.