Tradicionalmente el modelo biomédico ha sido y continúa siendo el predominante en la atención sanitaria, en general, y en la salud mental, en particular. Para este modelo, el paciente es un sujeto pasivo, receptor de atención y apoyo, y en numerosos casos, como el de los ancianos, las personas con discapacidad y en diferentes situaciones de deterioro de la salud mental, se las considera personas poco fiables a la hora de narrar sus experiencias y necesidades. Este concepto de paciente manifiesta una tendencia dominante a no incluir el punto de vista, opinión y/o vivencia de la persona afectada.

Los avances en investigación, especialmente farmacológica, desde esta perspectiva biomédica, han permitido entender y profundizar en el diagnóstico y tratamiento de numerosas enfermedades, lo que ha contribuido a mejorar la práctica en el ámbito de la salud. Sin embargo, son muchos los profesionales y neurocientíficos que sostenemos la insuficiencia de un modelo que no genera bienestar ni satisfacción en la persona, ya que ni se atiende a su unicidad, ni se parte de ella ni de sus necesidades. Ante esta situación, aparecen y se implementan nuevos modelos que complementan o mejoran la actuación biomédica. En especial cabe prestar atención al modelo de atención centrada en la persona (ACP). Es fácilmente entendible que, para comprender los comportamientos de una persona afectada por un problema de salud, y particularmente los relacionados con la salud mental y los trastornos psicológicos, no solo hay que tener en cuenta los daños neurológicos, su salud y estado físico en general, sino también su biografía, historia de vida, sus rasgos de personalidad y las características del entorno en el que se desenvuelve el paciente.

Cuando leí La esquizofrenia no existe, un artículo publicado en British Medical Journal, escrito por el doctor Jim Van Os, comprendí la importancia que, en la realidad de la salud mental, tiene el enfoque terapéutico centrado en el paciente, en la persona. La reforma gradual de la visión biologicista de la salud pasa por el cuestionamiento de su método conforme al desarrollo de la idea de que el fin último no es suprimir síntomas, sino mejorar la resilencia del paciente. En los procesos curativos, la capacidad para reinventarnos y aprender a convivir con la situación resulta crucial.

Las enfermedades mentales son cada vez más prevalentes. Las iniciativas basadas en los métodos de actuación centrados en los pacientes, requieren, para «empezar a hablar», no solo de la eliminación de la estigmatización que acompañan a las etiquetas, como se propone en el artículo de Van Os sobre la esquizofrenia, sino que además se implementen actuaciones encaminadas a las necesidades que se establecen en el abordaje biopsicosocial, para las personas afectadas por trastornos mentales y psicológicos.

Es decir, si la práctica de las intervenciones no supera el marco puramente sintomático y no se atienden satisfactoriamente las necesidades psicológicas y sociales del o la paciente, se corre el riesgo de entrar en pautas de deshumanización. No tener en cuenta los deseos y necesidades de las personas afectadas por un tratamiento o intervención en salud mental promueve su pasividad, comprometiendo, incluso, su identidad como persona, especialmente en aquellas en situaciones de demencia, o en experiencias límites como la psicosis, en las que las personas afectadas salen favorecidas en su identidad y sentido de vida, si la actuación multidisciplinar se ejerce con empatía, confort, ocupación e inclusión.

Históricamente, la relación entre los pacientes y los profesionales de la salud se ha basado en una comunicación unidireccional desde el entorno sanitario. Como consecuencia de esta forma de proceder, han primado las competencias técnicas profesionales frente a las habilidades para interactuar con el paciente. Esta desconexión favorece que se haga hincapié en el tratamiento de los síntomas, como ya hemos comentado, pero no en la solución de las enfermedades. A propósito de esta realidad, el doctor en psiquiatría Jim Van Os, en el artículo al que he hecho referencia anteriormente, manifiesta su preocupación por el escaso conocimiento por parte de estos sistemas de los usuarios a los que atiende. «El desafío en Europa» asegura el tildado como antisiquiatra «y en el resto del mundo es cómo llevar a cabo una psiquiatría basada tanto en el conocimiento científico como en el de los usuarios».

Pero los pacientes evolucionamos y demandamos más información. Existe también, un mayor interés de los profesionales sanitarios por aprender estrategias de comunicación que permitan conectar mejor con los usuarios del sistema. Hace más de cuarenta años que existe evidencia de que la mejora salud mental, la que funciona más eficazmente, es la que sabe conectar con la gente, la que proporciona sentimientos de esperanza que fortalecen a todos. No creo que quepan demasiadas dudas, que se trabaja y alcanzan mejor los objetivos vitales de una intervención en salud, si los afectados se sienten partícipes activos de su propio proceso. Participar en las decisiones de salud minimiza el sufrimiento que conlleva padecer una enfermedad. Esta evidencia está liderando el cambio en la comunicación entre pacientes y profesionales sanitarios. El paciente comienza a definirse a sí mismo, como agente de derechos bien definidos y con una amplia capacidad de decisión sobre las pruebas diagnósticas y los tratamientos que recibe.

Atender al estatus de persona por encima del de paciente, implica reconocimiento y aporta respeto y confianza. La implementación de la ACP en la interrelación entre persona afectada y profesionales resulta muy adecuada para promover este tipo de situaciones. La ACP evita o disminuye las situaciones de deshumanización en las intervenciones de salud, y especialmente en lo referente a la salud mental. La Atención Centrada en la persona del paciente, incorpora prácticas asistenciales de trabajo positivo encaminadas a que la persona, en una situación de deterioro de la salud mental o de trastornos psicológicos, se sienta y actúe en consecuencia, como un individuo con todo su potencial social y personal, ante la información sobre su problema de salud y las alternativas terapéuticas puestas a su disposición.

«Tratar los síntomas sin tratar a la persona es un truco», nos sorprende el Dr. Van Os con esta afirmación. En efecto, el abordaje exclusivamente técnico, o para ser propiamente exactos, de los ingredientes técnicos de los tratamientos, necesitan complementarse con un mayor esfuerzo de contacto terapéutico; esto es, empatía, tomar y darse tiempo, y mucha capacidad de escucha. Pero para eso hace falta cambiar la actitud de todos. Como en el tratamiento de trastornos mentales no es suficiente con tratar sus síntomas, tanto los pacientes, adquiriendo conciencia de derechos y de participación e intervención en su propio problema, y de los profesionales que pueden cumplir un papel esencial en motivar a las personas con baja motivación a introducir cambios en su vida que pueden beneficiar una evolución positiva de la enfermedad o una mejor calidad de vida. Se viene demostrando la viabilidad en que los pacientes manejan los conflictos con su enfermedad y sus vulnerabilidades, cuando se mejora la resiliencia de éstos.

La ACP es más que palabras. Quisiera, para finalizar este breve ensayo, que así lo considero por su particularidad crítica y su finalidad reflexiva sobre la viabilidad como agente terapéutico de la Atención Centrada en la Persona, exponer algunas de las razones por lo que se hace tan necesario avanzar en la promoción e implementación de este método.

En La esquizofrenia no existe, el Dr. Van Os se pregunta, y nos pregunta a los lectores, «¿qué idioma hablamos pacientes y profesionales? ¿El de las enfermedades y las discapacidades? Tenemos que buscar el idioma de la vulnerabilidad y la posibilidad de crecer y vivir más allá», de la enfermedad, se entiende. «A corto plazo – indica este psiquiatra – los antipsicóticos funcionan bien, pero a largo plazo la gente tiene que tomar sus propias decisiones». En este sentido, propone la necesidad de métodos psicoterapéuticos, con especial interés en la ACP. Aplicar la ACP significa integrar a todos los pacientes y sus familiares en su intervención, promover contratos terapéuticos entre profesionales y pacientes, así como la solidaridad con los enfermos, evitando discriminaciones y desmitificando la sensación de tragedia asociada a la enfermedad.