No son sólo cifras: cerca de 50 millones de toneladas de residuos electrónicos y eléctricos son desechados al año, un peso superior a todos los aviones comerciales que se han construidos hasta ahora. En términos de valor material, equivale a 62.500 millones de dólares, más del PIB de la mayoría de los países. Son cifras que aterrorizan, amedrentan.

Y para colmo de males, menos de 20 por ciento de estos residuos son recolectados y reciclados, a pesar de que contienen ricos depósitos de oro, plata, cobre, platino, paladio y otros materiales de gran valor para ser reutilizados.

Estos datos, al igual que otros similares presentados por organismos internacionales, certifican que no existe una ciencia más precisa que la amenaza y nada más sólido que el miedo.

Thomas Hobbes, un inglés considerado uno de los fundadores de la filosofía política moderna, descubrió en el miedo el origen del Estado y Maquiavelo enseñó al Príncipe que tenía que utilizar el temor para gobernar. Ambos coincidían en que el miedo es la emoción política más poderosa y necesaria, la terribilità como herramienta educadora de la humanidad, indómita y poco fiable.

El miedo se ha propagado universalmente, y si antes nos refugiábamos en el horizonte de la esperanza, ahora solo nos encogemos de hombros con resignación e incluso con indiferencia, ante la amenaza que nos acecha, señala el analista Eduardo Camín, del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.

En el foro económico capitalista en Davos, en enero último, se reveló el informe Una nueva visión circular para la electrónica. Es hora de un reinicio global, que indica la necesidad de un mejor seguimiento de los productos, programas de devolución de fabricantes o minoristas, nuevas tecnologías y nuevos modelos de negocios como el alquiler o el arrendamiento con opción de compra, pueden contribuir a la gradual «desmaterialización» de la industria electrónica.

Mientras, millones de mujeres y hombres en el mundo (más de 600.000 sólo en China) trabajan informalmente para recolectar, reparar, readaptar, desarmar, reciclar y desechar los residuos electrónicos. La mayor parte de este trabajo es realizado en condiciones nocivas tanto para la salud como para el ambiente.

Guy Ryder, director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que miles de toneladas de residuos electrónicos son eliminados por los trabajadores más pobres del mundo en las peores condiciones, lo que pone en peligro su salud y su vida.

«Necesitamos mejores estrategias de gestión de los residuos electrónicos y de normas ecológicas, así como una colaboración más estrecha entre los gobiernos, los empleadores y los sindicatos», señaló desde su cómodo escritorio en Ginebra. Ryder reclamó mejores estrategias de gestión de los residuos electrónicos y de normas ecológicas «para hacer que la economía circular funcione al servicio de las personas y del planeta».

Son las mismas conclusiones de un nuevo informe publicado por una Coalición de siete organismos de Naciones Unidas – la OIT entre ellas – con el apoyo Foro Económico Mundial de Davos, que concluye que ha llegado el momento de «reconsiderar los residuos electrónicos, revaluar la industria electrónica y reorganizar el sistema para el beneficio de la industria, los consumidores, los trabajadores, la salud de la humanidad y del medio ambiente».

Como es de rigor, el informe también insta a colaborar con las megaempresas multinacionales, las pequeñas y medianas empresas (pymes), los emprendedores, las universidades, los sindicatos, la sociedad civil y las asociaciones de empleadores, a fin de crear una economía donde no haya despilfarro, se reduzca el impacto ambiental y se creen empleos decentes para millones de personas. Pero para eso hay que cambiar el modelo.

Todos estos llamados de las «multinacionales del humanismo» a favor de un nuevo enfoque centrado en las personas, que permita a todo el mundo prosperar en una era digital sin emisiones de carbono, y que ofrezca dignidad, seguridad e igualdad de oportunidades, y que responda a las necesidades y los desafíos que enfrentan las empresas y garantizar un crecimiento económico sostenible, nos deja el sabor amargo del deja vu, de informes que se repiten, pero que nunca especifican claramente quien es el responsable de esta catástrofe ambiental.

Modelo globalizador y depredador

No existe, como piensan algunos, una ciencia más precisa que la amenaza y nada más sólido que el miedo, este es el cinismo del capitalismo ausente de los informes. Y de eso tratan, precisamente, esos informes lanzados por los mismos que causaron el desastre, por falta de previsión, pero sobre todo por sacar más ganancias en sus negocios, a costa del ambiente y el futuro de la humanidad..

La agenda ya está programada. El trabajo decente en la gestión de los residuos electrónicos es el tema del Foro de Diálogo Mundial que la OIT está organizando para los representantes de los gobiernos, las asociaciones de empleadores y de sindicatos en Ginebra, Suiza del 9 al 11 de abril 2019.

Una vez superado el fin de la historia y agotado el modelo de posguerra para la rentabilidad capitalista, la globalización se pone en marcha liberalizándolo prácticamente todo para intentar recomponer la tasa de ganancia. Roto el vínculo entre naturaleza y producción, el modelo globalizador se alza dueño del mundo. Un orden deshumanizador que obtiene su poder destruyendo el planeta y despilfarrando las energías sean renovables o no.

Con un poco de perspicacia, cualquiera puede comprobar la existencia de materiales que nuestros abuelos desconocían, en un electrodoméstico, en una lámpara, o al interior de nuestro teléfono móvil. El descubrimiento de los materiales moldeó las civilizaciones antiguas y así sigue siendo al día del hoy. La diferencia es que muchos de los nuevos materiales son el fruto de una búsqueda consciente basada en el conocimiento científico, en particular en la física y química modernas.

Muchos de los materiales descubiertos, presentan propiedades que son y serán utilizados en todo tipo de tecnología. Pero una vez que el material se implanta en el mercado, poco o nada se hace para calibrar su impacto en el medio ambiente: todo producto tiene repercusiones en el entorno y es una exigencia ineludible para el futuro de la humanidad eliminarlos o limitarlos al máximo.

«Pero así actúa el mal financiero que nos gobierna, como una fuerza que se mueve derivada por un alarmante cataclismo que provoca en las autoridades la reacción tardía ante una guerra fantasmal», indica Camín.

Y como si esto de los residuos electrónicos y eléctricos fuera poco, al día de hoy la contaminación provocada en los océanos a causa del uso indiscriminado del plástico desde hace un siglo ha generado un problema de enormes proporciones. Con experiencias como éstas, no podemos incorporar de forma anárquica nuevos materiales a nuestra economía sin prever su futuro impacto en el entorno.

El plástico en el medio ambiente comienza en seguida a fragmentarse en partículas cada vez más pequeñas, capaces de ser transportadas a grandes distancias por el viento y el agua. Algunas partículas son tan pequeñas que no pueden verse a simple vista. Por pequeñas que sean siguen siendo no biodegradables y tóxicas.

En los giros oceánicos de todo el mundo (las zonas centrales de los mares) ya hay más plástico en suspensión que plancton (es decir, más plástico que comida). Son las llamadas «grandes manchas de basura». En su gran mayoría están compuestas por fragmentos pequeños (menos de cuatro milímetros y dispersos en superficies gigantescas (la mancha del Pacífico es mayor que EEUU) por lo que es imposible verlas a simple vista, y mucho menos limpiarlas. Son gigantescas «sopas» de plástico.

Unos 13 millones de toneladas métricas de plásticos terminan en el mar cada año. En la actualidad se calcula que hay 13.000 plásticos por milla cuadrada de océano, con un peso total de 100 millones de toneladas

La cultura del consumismo

¿Qué le pasa a una computadora o un refrigerador cuando dejan de funcionar? ¿Adónde van todos esos residuos? En 2018, los aparatos eléctricos y electrónicos desechados generaron 50 millones de toneladas de residuos, o el equivalente a nueve pirámides y media de Giza, certificó el informe Global E-waste Monitor del programa Ciclos Sostenibles de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU).

Los países que más desechos electrónicos generan son Australia y Nueva Zelanda, con 17,3 kilos por persona. Las Américas generaron 11,6 kilos de residuos electrónicos por habitante en 2016 y solo reciclan el 17%, un registro parecido al de Asia (15%).

Aparatos pequeños (como aspiradoras, microondas, equipos de ventilación, tostadoras, máquinas de afeitar eléctricas, calculadoras, radios, cámaras de video, juguetes eléctricos) generaron 16,8 toneladas de residuos en 2016, con un crecimiento del 4% interanual. Aparatos grandes como lavadoras, secadoras, lavaplatos, hornos eléctricos, impresoras, paneles fotovoltaicos, generaron 9,2 toneladas de residuos, con un crecimiento anual del 4% .

Aparatos de cambio de temperatura: neveras, congeladores, aires acondicionados, calentadores. Generaron 7,6 toneladas de residuos en 2016, y se calcula que crece 6% anualmente. Aparatos de telecomunicaciones pequeños - celulares, teléfonos, computadoras, calculadoras, sistemas de GPS- generaron casi cuatro toneladas, con un crecimiento proyectado del 2% cada año.

El crecimiento constante del uso de internet y de la aplicación de nuevas tecnologías en ámbitos como la salud, la educación, las políticas públicas, el entretenimiento o el comercio han contribuido al aumento de la demanda de equipos electrónicos.

Con una población mundial de 7.500 millones de personas, el mundo tiene actualmente 7.800 millones de suscripciones a teléfonos celulares: hay más celulares que personas. Más de ocho de cada 10 personas tiene cobertura celular en el mundo. Casi la mitad de la población del mundo (3.600 millones de personas) usa internet y tiene computadora con conexión en casa.

Con la conversión de la televisión analógica a la digital, muchos televisores son desechados sin necesidad, dejando montañas de tubos de rayos catódicos en el mundo. La media de vida de un teléfono celular en EEUU, China, Japón y Europa no pasa del año y medio. No es casualidad sino causalidad del consumismo y de una cultura consumista que alienta al reemplazo de los aparatos cada poco tiempo, generando, a su vez, más desechos electrónicos y eléctricos.

Tan solo 41 países de los 193 que hay en el mundo cuantifican los residuos que se generan y reciclan oficialmente. El paradero de la mayoría de los desechos eléctricos y electrónicos sigue siendo desconocido.

Mientras tanto, la inteligencia artificial experimenta ya un auge sin precedentes, el diseño de las máquinas con una inteligencia comparable a la del ser humano, organizadas como redes de neuronas artificiales, serán capaces de registrar y analizar mediante algoritmos cada vez más complejos, los zettabytes de la información de los que disponemos actualmente, para tomar decisiones y actuar –esperamos- de forma racional.

El mundo se podrá ir liberando así de sus gobernantes y acelerar su marcha despojado de humanidad. No sería extraño que evolucione más ligero y de vez en cuando adopte comportamientos narcisistas e incluso suicidas. Esta evolución de la crisis se enlaza con la idea que inspira la ecología y mucho de sus militantes al no romper con el sistema capitalista.

Como decía, no existe, como piensan algunos, una ciencia más precisa que la amenaza y nada más sólido que el miedo: este es el cinismo del modelo capitalista, obviamente ausente en los informes-basura.