En la época de Parakas y Nasca, en el sur andino, y de Moche, en la costa norte, los textiles alcanzaban su máxima expresión en lo que a técnicas y estilos decorativos se refiere, sentando las bases de un arte que posteriormente alcanzaría la perfección.

Al mismo tiempo que complejizaba el repertorio de las estructuras enlazadas o trenzadas de los primeros tiempos, los tejedores desarrollaron técnicas más sofisticadas mediante el telar, como la tapicería, la doble y triple tela y los tejidos de urdimbres y tramas discontinuas. Entre los recursos decorativos que se dominaron a la perfección se encuentran el bordado, la pintura en tela y el arte plumario, con los cuales los tejedores recrearon su entorno natural, social y religioso.

A través de los textiles, estas sociedades expresaron su ideología y el complejo universo de sus relaciones sociales. El tejido mediaba entre la vida y la muerte, entre el tiempo sagrado y el profano. Se confeccionaron prendas exclusivamente para los fardos funerarios de distinguidos personajes, o para ser ofrendados a las deidades en las ceremonias agrícolas de estos pueblos del desierto, donde el agua y la propiciación de la fertilidad eran esenciales. Figuras tridimensionales de semillas y cabezas cortadas de las que emergen plantas, así como filas de seres humanos, aves y otros animales bordean los mantos funerarios, creando un efecto de vida y abundancia en objetos que paradojalmente se utilizaron en el contexto de la muerte.