Un equipo científico británico-estadounidense ha logrado cultivar óvulos fuera del cuerpo humano hasta su última fase de desarrollo, es decir, hasta que se encuentran maduros para su fecundación. El propósito de este avance médico no es otro que facilitar la fertilidad a pacientes oncológicos -enfermas de cáncer- antes de que reciban tratamientos que podrían dañar sus óvulos, como la quimio o la radioterapia.

Hasta la fecha, los médicos podían extraer tejido ovárico de este tipo de pacientes para reimplantarlo después del tratamiento; sin embargo, esta intervención conlleva el riesgo de reintroducir células cancerosas en el organismo. Con la nueva técnica, los óvulos inmaduros que se extraen del tejido ovárico se pueden desarrollar y almacenar en el laboratorio para su posterior fecundación.

En este sentido, Antonio Requejo, director general médico del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), afirma que «cada óvulo aislado estaría libre de células contaminantes: podríamos fecundarlos in vitro y obtener embriones, que es lo que se implantaría. No obstante, para desarrollar un tratamiento de preservación de fertilidad, los científicos primero tendrán que demostrar que los óvulos maduros son viables y que al fecundarse producen embriones sanos».

El requisito ya se ha logrado en la experimentación con ratones pero todavía tendrán que pasar varios años «hasta que se demuestre la seguridad del método en humanos», manifiesta Bruno Martín, especialista en el tema.

En la investigación médica -publicada en la revista científica Molecular Human Reproduction- participaron 10 mujeres sanas a las que se tomaron biopsias de sus ovarios que sirvieron para la posterior extracción de los folículos, de los tejidos que contienen los óvulos.

Aún así, para Richard Anderson, uno de los autores del estudio, «el cultivo es complicado, porque las estructuras cambian muchísimo su tamaño. Los folículos primordiales solo miden unas micras de diámetro, mientras que el folículo maduro puede llegar a medir dos centímetros de lado a lado».

Bruno Martín añade al respecto que «para sortear estos cambios morfológicos, los investigadores realizaron el proceso en varias fases: empezaron desarrollando folículos completos, pero cuando éstos se volvieron demasiado grandes para las técnicas de cultivo, extrajeron los óvulos y descartaron el tejido accesorio».

Bajo este contexto, no hay que olvidar que la maduración del óvulo en un ovario sano suele llevar tres meses, mientras que en el laboratorio solo tardó tres semanas. Anderson sostiene que «el hecho de que suceda más rápido en cultivo no significa que haya ocurrido algo malo, simplemente que el desarrollo es posible en menos tiempo».

Con todo, los científicos han demostrado que desarrollar óvulos en el laboratorio es posible pero reconocen que se enfrentan a diversos retos: de los cerca de 90 folículos que cultivaron sólo lograron obtener nueve óvulos maduros. Además, según indica Martín, «las células que obtuvieron no son idénticas a las que produce el cuerpo. Cuando el óvulo madura por completo, debe expulsar la mitad de su material genético en una estructura secundaria llamada cuerpo polar. Todos los óvulos de laboratorio, ya sean de ratón o de humano, muestran cuerpos polares más grandes de lo normal».

Por su parte, Anderson declara con esta misma perspectiva que «no sabemos si el tamaño del cuerpo polar es relevante, pero en ratones la fecundación de los óvulos de laboratorio no es tan eficiente como cuando crecen en el cuerpo».

A pesar de las dificultades, «el estudio ha clarificado el proceso de desarrollo del óvulo humano en sus distintas etapas, lo cual podría facilitar la investigación de otros tratamientos de infertilidad y de nuevas técnicas en medicina regenerativa», concluye Martín.